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Senderos del Introyecto

Senderos del Introyecto

Miguel Ángel Gómez del Villar

Mientras que en otras especies el proceso de independización de la madre surge aceleradamente, incluso algunas desde el momento mismo del nacimiento cuando enfrentan a la vida completamente solos y desprovistos de cuidado o protección, en algunos mamíferos estos procesos de crianza son más prolongados. Aun así, cuando llega el momento preciso en el que la madre o el padre tienen que dejar ir a su cría, pronto se aprestan para desprenderse, en un proceso natural en el que, así como tuvo su momento de cuidado, hay un momento de dejarla a que se abra camino por sí misma. Algunas especies continúan solas. Otras se mantienen en manadas con el favorecimiento de los procesos de socialización que ello implica. No obstante, aun con esta cercanía, no imagino a estas especies en procesos de convivencia en donde tengan expectativas y condicionamientos sobre las crías.

Este es un legado del hombre que se desprende, principalmente, de la incapacidad de hacerse valer por sí mismo y de su extrema dependencia de los padres. Mientras que los animales son lo que son, el ser humano tiene la vertiente de decidir qué quiere ser, solo que este ejercicio de libertad y de elección implica atravesar por el proceso de recorrer su sendero de crianza.

Es un sendero provisto de muchas expectativas y mensajes que las figuras de crianza (los padres regularmente) van introyectando en el infante y si bien es cierto que el ser humano obedece a sistemas de organización más complejos que el resto de las especies, lo que quiero resaltar es la inquietud de saber lo que pasaría si, desde niños, nuestra dependencia no nos arrojara a sentir que es necesario irnos cambiando a nosotros mismos para presentarnos lo más convenientemente posible ante la mirada de nuestros padres.

En el mejor de los casos, esta dependencia física y emocional nos provee de un ambiente protector y propicio hasta que podamos independizarnos, pero también es un espacio importante en donde la dependencia propia de nuestra especie genera que, día con día, al infante se le siembren ideas, creencias y modelamientos de sentimientos que crean expectativas depositadas por dichas figuras de crianza. Así, desde pequeño, el ser humano va tenido la afanosa necesidad de gustar, más que de gustarse a sí mismo o de explorar y descubrir qué le gusta a él.

Toma caminos por donde busca gustarse gustando a los otros y conforme va creciendo, esta necesidad se hace más grande pues el precio de no cumplir con dichas expectativas puede ser muy alto: el no sentirse amado. Bajo esta imperiosa necesidad de cariño y de aceptación comenzamos a tomar distancia de nosotros mismos para actuar no como somos, sino como deberíamos ser.

El período de la adolescencia es, tal vez, un tiempo en el que esta premisa se ve cuestionada por la búsqueda de identidad y cambios importantes en diversas esferas. Una nueva ruta en función de “lo que creo que esperan de mí”, se enmarca con la posibilidad de que la siga o me resista ante esta imposición a ratos explicita y otras tantas implícitamente dada. De cualquier forma, lo que creo es que a partir de allí, vamos perdiendo eso tan valioso que algunos llaman esencia o vocación. Es entonces cuando nuestra tan prolongada condición de crianza cobra factura, pues nos vamos alejando poco a poco de nosotros mismos. Si bien es cierto que esta condición tampoco es una sentencia condenatoria de escisión de nuestra esencia, también es cierto que regresar a lo que por naturaleza somos puede tardar meses, años, toda una vida o incluso ser imposible de conseguir. La esencia nunca desaparecerá de nosotros, pero puede tomar distancias incalculables cuando nos hemos empeñado en transitar por los senderos del introyecto.

La oportunidad de ser quien se es exige al menos dos consideraciones importantes: los introyectos ¾estos mandatos que aceptamos sin cuestionamiento alguno dictados desde que éramos muy pequeños¾ tienen un factor de peso sobre la ruta a seguir para la construcción del sí mismo, en lo que decide convertirse para parecer adecuado ante los demás. Los senderos del introyecto pueden conducir a diversas rutas en donde me digo a mí mismo, de una manera convincente, lo que puedo o no puedo hacer en función de las ideas preconcebidas que los demás y yo mismo tengo ahora de mi persona. La otra consideración: encontrar que, fuera del sendero del introyecto, existen otros caminos por explorar y revelarse ante la idea de encontrarse consigo mismo, siempre desde lo que la propia esencia dicta. Abrir este nuevo sendero representa descubrir que se trata de algo ajeno al estado de confort y a la familiaridad. Puede parecer poco seguro o incluso riesgoso, al alejarse de los sistemas de protección que nos brindan las caretas que nos ponemos para no defraudar a los demás.

Si bien es cierto que al menos en algún momento de nuestro desarrollo no todos los introyectos son inconvenientes, sí puedo señalar que estas ideas o creencias siempre van apareadas con otras más que afianzan estos constructos y se ramifican creando en nosotros fronteras muy estáticas y/o estrechas para transitar por la vida. ¿Qué hacer ante estas creencias que dictan nuestra forma de ser y de actuar? ¿Estoy condenado a permanecer a la sombra de estas ideas, de las cuales muchas veces no tengo conciencia y que las asimilé como propias aunque en realidad no me pertenecen? El introyecto permanecerá hasta el momento en que la persona comience a cuestionarse al experimentar una incongruencia entre sus creencias y su vivencia directa.

Es decir, que en determinado momento la experiencia directa confronta estas ideas, y es sólo hasta que surge este cuestionamiento cuando se puede poner en duda su percepción. Lo ideal sería un estilo de crianza respetuoso y entendido por parte de los padres, que permita al infante ser y desarrollarse bajo la continua exploración y desarrollo de su esencia, sobre todo en la aceptación total de sus sentimientos sean cuales sean, brindando la alternativa de adoptar el menor número posible de introyectos; haciendo que dicho proceso se manifieste y cuestione con mayor prontitud o mejor aun, que se desarrolle sin la consigna de introyectar tantas creencias ajenas. Si la persona es escuchada y acompañada, bajo lo que Rogers describe como las tres actitudes básicas: congruencia, empatía y actitud positiva incondicional, comienza a experimentar un proceso en el que la aceptación de sus emociones y sentimientos es cada vez más honesta y congruente consigo misma.

A través de dicha facilitación, la persona puede encontrar nuevas rutas a seguir forjadas por inquietudes personales bajo el arrojo de su espontaneidad; siente su sí mismo no como una estructura estática sino como un proceso; es capaz de cambiar el ser por el estar y así la diversificación de los senderos se muestra más atractiva y con más posibilidades, con una mayor tendencia a vivir integralmente cada momento.

Es cierto que este proceso implica riesgos: Rogers comentaba que la vida misma es un riesgo bajo el cual podemos nutrir nuestra existencia. Corramos entonces ese riesgo con responsabilidad y deseo de construir nuestros propios senderos. Es un tiempo para darnos esta oportunidad no sólo desde el beneficio personal, sino pensando en que estamos viviendo un tiempo en donde el desarrollo personal suma y se adhiere a la vasta necesidad de crecer como nación.

A casi cincuenta años de la visita de Carl Rogers a México, el Desarrollo Humano en nuestro país se ha potencializado y cada vez más la sociedad tiene una mayor apertura a temas de comunicación interpersonal, a buscar una dimensión ética que de sentido y dirección a sus vidas; a promover tiempos y espacios de exploración de uno mismo; a considerar la psicoterapia como un espacio de crecimiento; a establecer una relación armónica y respetuosa con los semejantes y con la naturaleza.

Este tema del Desarrollo Humano resulta cada vez menos ajeno a nuestra sociedad. Un precursor incansable en México, para dar apertura y contagio al crecimiento personal, ha sido el Dr. Juan Lafarga quien ¾desde 1967¾ ha dedicado su vida a vivir y difundir el Desarrollo Humano con ejemplar congruencia. Su imperiosa necesidad de expandir un estilo de vida basado en la responsabilidad que cada persona tiene de sí misma, con la optimista percepción de las fortalezas del ser humano basadas, como Rogers mencionaba, en ciertas condiciones facilitadoras, ha dejado un legado impresionante.

Un legado extenso de células que hoy en día, a través de institutos, facultades, asociaciones y diversas organizaciones, promueven el Desarrollo Humano en México. Como sociedad, es indudable que hoy por hoy tenemos mucho camino por recorrer en temas tan diversos y amplios que demandan nuestra atención. El Desarrollo Humano es sin duda un puente hacia el progreso y bienestar tanto individual como colectivo. No dudo que quienes creemos en él valoramos el ejemplo de muchas figuras que, con su actuar y dedicación, han logrado trasformar y trascender. Conjuntando esfuerzos podemos motivar una apertura en diversas áreas que nuestro país hoy solicita con urgencia.

Referencias Bibliográficas

Lafarga Corona (2013). Desarrollo Humano: El crecimiento personal. Trillas, México

Mainou y Abad (2004). El Enfoque Centrado en la Persona. México

Muñoz Polit (2009). Emociones, sentimientos y necesidades, una aproximación humanista. México

Rogers Carl, (1964). El proceso de convertirse en persona. Paidos, México.

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