Ensayo sobre mi experiencia promoviendo el Desarrollo Humano
Ana Karina García
Ocho años después de haber egresado de mi formación como psicóloga, estando ya en mi práctica docente dirigida a alumnos que cursan el último año de la carrera de Psicología y que se forman como facilitadores para brindar su servicio social como promotores del Proyecto de Desarrollo Personal y Profesional, llegó un momento en que fue necesario cuantificar el impacto cualitativo de las estrategias de desarrollo humano que cada año se imparten a una buena parte de los alumnos de las carreras de la FES Iztacala. Estas estrategias son Talleres de Desarrollo Humano, Microtalleres, Orientación individual y recientemente, Escucha para padres. Hace un tiempo que el Proyecto de Desarrollo Personal y Profesional ha salido de la FES Iztacala para brindar servicio jóvenes de los niveles medio superior, superior y ahora también a padres de familia, procurando promover el Desarrollo Humano a nivel de prevención primaria. Integra diferentes sectores de una comunidad, que forman parte de un sistema con miembros de diferentes edades, y que se retroalimenta e impacta entre sí: padres, hijos, alumnos.
Lo importante es la experiencia que constituye el proceso de acompañamiento y la evaluación; que los participantes reflejen los aprendizajes que se llevan de la experiencia de haber vivenciado ejercicios que les permitan explorar cómo piensan, sienten y actúan. Nuestro interés es sensibilizar a los participantes hacia una toma de conciencia sobre diferentes áreas de su vida, principalmente cómo su mundo personal y emocional influye en su calidad de vida y por lo tanto, en su desempeño.
El resultado siempre ha confirmado que las personas se dan cuenta de que, si emocionalmente están desconectadas, esto genera falta de atención, inseguridad, estrés, dificultad en las relaciones con los compañeros y profesores o hasta dudas sobre la misma elección profesional. Ya no se sienten aptos ni suficientes.
El proyecto que busca integrar a los alumnos con esa parte emocional poco cultivada, atendida o escuchada, llena de experiencias bloqueadoras o facilitadoras del aprendizaje, es evaluado como parte de un proceso anual en que se entregan resultados. El mundo de las medidas nos dice que sí es observable y medible, que es significativo. En términos de funcionalidad es importante saber para qué sirve eso que hacemos. Para validar los resultados hace falta explicitar que hubo un impacto del 92% en los participantes a nivel personal. De otra forma actividades como jugar, reflexionar, imaginar o dibujar, “no sirven para nada”, dicen los docentes comprometidos con cubrir al 100% su programa académico.
En el 2012 me inscribí en un curso de investigación cualitativa, porque me llamó la atención el tema de “categorías de respuestas”. En el curso participaron principalmente egresados interesados en realizar su proyecto de tesis, algunos profesores invitados a compartir sus experiencias de investigación cualitativa en el extranjero, y estaba yo que quería aprender a medir las respuestas para dar profundidad y validez al Proyecto de Desarrollo Personal y Profesional.
La profesora Elvia Taracena introdujo el curso con un artículo escrito por ella misma, que empieza así: “La elección de una disciplina o de un tema de investigación por un estudioso de las ciencias sociales se encuentra inevitablemente ligada con su trayectoria de vida y sus experiencias”. El análisis consistía en mostrar la implicación personal en la producción intelectual. Recordé entonces lo importante que era conocer la vida de Carl Rogers y su proceso para estudiar las actitudes básicas centradas en la persona, que hoy son la base de la relación terapéutica, promotoras de la tendencia actualizante y motor del desarrollo humano.
La primera tarea para cada integrante del grupo consistió en elaborar un texto: “trayectoria personal”. La base es iniciar dibujando en papel tres líneas principales. (Pero el ejercicio puede ser expresado con los recursos y estilo elegidos por el participante)
La siguiente sesión consistió en que cada participante pegaba en un muro su línea de vida para que los demás pudiéramos observarla. Ahí se podía leer como se integraban las familias y ver coincidencias con edades y gustos. Algunos dibujaron en vez de escribir. Fue una experiencia de asombro y autodescubrimiento ver mi vida reflejada en las trayectorias de otras personas; incluso ver cuantos eventos me faltó expresar en mi propia trayectoria. Todavía más impactante fue escuchar los relatos de algunos que se animaron a presentarse. Recordar, revivir y reflexionar, era revelador y organizaba los eventos de toda una vida.
Cabe mencionar que no concluí el curso, pues nunca llego el día en que se hablara sobre la interpretación de resultados y la elaboración de categorías. Tenía otro empleo y mis horarios cambiaron. Me llevé algo que me gustó como experiencia, pero no había comprendido su verdadero alcance. Sólo sabía que no dejaría pasar la oportunidad de dedicar el tiempo necesario para realizar este ejercicio con el siguiente grupo de alumnos, que recibiría ese agosto de 2012.
La consigna era ocupar un espacio para conocerse, aprender a expresar y facilitar desde las actitudes básicas, desarrollar recursos de acompañamiento y principalmente vivenciar en primera persona las actitudes básicas. La principal actitud a promover en los alumnos, futuros facilitadores, es la autenticidad/congruencia. Esto significa primero, para un psicólogo, meterse a su propia vida y expresar los aprendizajes y significados de sus experiencias mediante el enfrentamiento con sus circunstancias, para promover su propia conciencia. Todo esto antes de facilitar el autoconocimiento en otros. En pocas palabras, como dice Miguel Jarquín, “sólo promueve el ser aquel que es” y más claro aún, como lo expresan Sergio Michel y Rosario Chávez en su libro “El maestro facilitador”: “la mejor manera de promover seres más sanos, más respetuosos, más libres y preparados para la vida, es siendo ellos mismos personas más sanas, más conscientes y más libres”.
Como facilitadores, la congruencia o acuerdo interno se experimenta cuando el reconocimiento sus propios recursos, necesidades, aprendizajes y motivos de estar donde están y hacer lo que hacen, les permite acompañar y comprender a otros. Otros que están confundidos, apáticos, enojados, en conflicto, muchas veces como consecuencia de las dificultades en sus relaciones interpersonales, con la pareja, con los padres, los profesores o los amigos. Se trata de experiencias que ellos, como personas antes que ser “psicólogos”, han vivido en carne propia y reciben de los demás en forma de regalo cuando empiezan a compartirse unos a otros. Son de esos regalos que, cuando los abres, te hacen sentir importante, querido y reconocido justamente en lo que querías o te hacía falta. Esos regalos también te hacen tocar recuerdos y sentimientos que creías no servían para nada y estaban ahí atorados como lastres, pero en la voz y experiencia de otros te llegan como si te hablaran a ti y te dicen: “no estás solo, yo puedo entenderte sin juzgarte”.
Al principio no les agrada la idea de compartir su línea de vida, pues saben que van a tener que hablar de cosas que no les gusta de sí mismos. Se sienten inseguros, vulnerables, incomodos. Muchos alumnos, además, tienen que lidiar con la situación de estarse formando bajo un “enfoque existencial humanista del desarrollo humano” que no eligieron y les tocó por estar inscritos en ese grupo.
Es importante mencionar que, antes de iniciar con este “espacio de crecimiento”, como le llamamos, se ponen las reglas del juego: las condiciones que facilitan la confianza, la seguridad y la posibilidad de que cualquiera pueda expresarse. Así, en la primera sesión, cada uno expresa qué necesita del grupo para poder estar y compartir. Ejemplos de las condiciones necesarias para funcionar son:
Dejar de lado mi punto de vista y verlo desde el otro
Ser honestos, sin filtros o máscaras
Que nadie tome un papel de superior
Privacidad-confidencialidad
Prestar atención sincera
Respeto y compañía
Confianza-apoyo
Ser participativo, abierto al dialogo
Valorar a las personas tal como son y no bajo nuestros ideales; ser comprensivos.
No juzgar ni burlarse
Respeto a no expresar, no interrumpir, aceptar sin querer cambiar al otro
Por dos horas, una vez a la semana, simplemente nos sentamos en círculo para escuchar la linea de vida de cada uno de los participantes. Al primer valiente siempre le cuesta trabajo, así que otra pauta que se establece es que yo, como modeladora, expongo mi propia línea de vida ya sea desde el principio o después de que algunos ya se han presentado. La sola idea de saber que me van conocer así, causa curiosidad y se rompe un poco la incomodidad. A mí misma me conmueve cada vez que empiezo a presentarme. Veo con agrado como abren sus ojos y me escuchan a mí, una profesora, rompiendo todos los parámetros que separan al maestro del alumno, integrándome a ellos, compartiendo la vez que mis papás se casaron teniendo mucho en contra; la situación económica, la influencia de la familia, el ir y venir de conflictos que acaban cuando ellos se divorcian; cuando la carrera me pasó de noche y me sentí muy incapaz, insegura, confundida por el futuro hasta que conocí el enfoque; cuando murió mi abuela, cuando conocí a mis amigos, cuando me fui de viaje a las comunidades de Chiapas y viví la libertad, con miedo pero con mucha admiración; de cómo aprendí a sacar mi propia voz, cuando me salí de casa por no aceptar las reglas y tuve que hacerme responsable e independiente y se acabó el relajo; cuando conocí al amor de mi vida y me casé y un montón de fotos que les mostré… Y después, desde mi propio nerviosismo de haberme presentado alguien me pregunta, “¿a usted no le vamos a dar retroalimentación?”
Después de la expresión de la línea de vida sigue expresar cómo te sientes y escoger a dos personas o permitir a quien desee hacerlo, para dar retroalimentación: decir qué captaron o qué les llamo la atención. Siempre sin juzgar, sin aconsejar ni tranquilizar. En ese momento me toca recibir aprecio y valoración. Algunos me reconocen con admiración. Otros, identificados con mis experiencias, se sienten motivados a presentarse. Más que el ser aprobada por lo “buena onda”, me siento cercana y el grupo vive un ambiente de confianza, donde va surgiendo el fenómeno de ser uno mismo. Después de varias sesiones “M” fue el primer valiente que abrió su línea de vida, leyendo unas páginas que escribió, sin detenerse mucho en experiencias o recuerdos, sin mucha expresión de sentimientos. Preguntó si podía volver a presentarse. Dijo que, después de haber escuchado a algunos de sus compañeros, sentía que no había mostrado muchos aspectos de sí mismo y quería compartir más. La segunda vez se dedicó a “M” todo el tiempo que necesitó y el grupo, aunque tal vez cansado, se mantuvo acompañando y escuchando.
Lo que sigue al momento en que alguien dice “yo quiero pasar hoy…”, es un profundo silencio de respeto. Algunos se notan profundamente tocados; otros identificados con las experiencias de padres que abandonaron, personas queridas que fallecieron, padres que maltrataron o que han cuidado, pobreza, soledad, adicciones, fiestas y drogas, dones o conocimientos ocultos que nadie sabía (aunque llevaban por lo menos tres años de compartir en el grupo); el primer noviazgo, “la vez que me rescataron cuando quise morirme, la enfermedad que tengo, la maestra idiota que solo nos dejaba planas todos los días y yo solo quería aprender…”, “la vez que el enfermero me vio en mi cama del hospital y me dijo ¿tienes miedo verdad? fue la primera vez que me sentí realmente comprendida”… Un montón de experiencias vividas, sentimientos que se compartieron y aprendizajes que se regalaron. Después de alguna presentación, algunas veces un compañero o compañera necesitaba expresar espontáneamente algo que sentía con lo que acaba de escuchar. Quería, con toda su buena intención, dar un consejo: “cuídate, esas no son tus responsabilidades” o expresar sus propios sentimientos: “yo me sentí muy enojado o muy triste cuando tu…”, etc.
A lo largo de dos años en que se ha desarrollado esta experiencia, estas son algunas muestras de crecimiento, confianza, recursos y retroalimentación al estilo del reflejo simple y de sentimiento. Ejemplos de acompañamiento con empatía, aceptación y la transparencia de ser uno mismo.
“A lo largo de este semestre me sentí muy muy agradecida con el grupo ya que conté muchas de mis experiencias, las cuales podrían estar algo confusas o difíciles de resolver, pero aquí en el grupo me ayudó bastante compartirlas”
“…me facilito a ser más empática, me enseñó a escuchar realmente con la atención que cada persona merece. Me facilitó el contacto conmigo misma, con mis experiencias pasadas, buenas y malas; me ayudó a entenderme un poco más y a estar en paz con lo que soy y tengo”
“…me facilito perdonar, crecer, mirar la vida desde otro mundo, conocer, aprender. Me sentí escuchada, unida, con ganas de participar, a veces frustrada, con miedo…”
“…me sentí mejor con el grupo, pude aprender a expresar algunos sentimientos y experiencias atoradas. Pude conocerme y retroalimentarme con los comentarios de mis compañeros. Me sentí en confianza, acompañada y aceptada en mis experiencias”
“…reafirmé mi manera de expresarme, mis sentimientos, mejoré en mi paciencia para escuchar a los demás y mejoré en entenderme, saber qué es lo que necesito y quiero”
“…aprendí que todos somos sensibles al dolor y que podemos aceptar el error y comunicarnos de una mejor manera. Me di cuenta que debo expresarme más para que logre ser quien soy y como soy”
Ya en los dos años anteriores se han recogido estos aprendizajes desde un enfoque centrado en el alumno. He podido comprobar la suficiencia y necesidad de las actitudes básicas, como se puede apreciar en los testimonios, que son muchos más. Algo cambió cuando este mismo año terminé el curso de formación en Terapia de Reconstrucción Experiencial (TRE), generado por Sergio Michel y Rosario Chávez (2010), facilitadores de vocaciones. La sola lectura de las siguientes frases transmite un impacto profundo en la conciencia y mucho más en la experiencia de los que tenemos la fortuna de vivirlo y transmitirlo.
“Ir más allá de la empatía,
si quieres vivir lo que no has vivido tienes que ser lo que no has sido”
“Aportar el mayor impacto en el menor tiempo”
“No necesito cambiarte para quererte”
“Hay un tiempo para amar, un tiempo para odiar, un tiempo para decir adiós….. hay un tiempo para cada cosa. Simplemente hay un tiempo donde dicho recurso facilita, y un tiempo donde el mismo recurso bloquea el proceso de cambio terapéutico.”
Este modelo tiene cinco elementos:
Exploración, Reconstrucción, Redecisión, Reconciliación y Ensayo. A lo largo de todo el proceso terapéutico, considera al factor “experiencial” como un ingrediente esencial y característico, a través del cual se promueve la búsqueda interior de los recursos propios de cada ser humano. Esto implica caminar por los senderos del autodescubrimiento y la integración, al encuentro experiencial del sentido de la vida.
Desde el punto de vista del modelo TRE, mientras no se acceda a la experiencia en su intensidad emocional original; mientras no se reviva, mientras no se vuelva a conectar o se reconstruya vivencialmente, no es posible el cambio de patrones automáticos disfuncionales. Entender sin vivenciar es como querer curar a un herido a distancia, sin tocarlo.
El proceso de acompañar y explorar desde la Reconstrucción Experiencial y el Enfoque Centrado en la Persona despierta un proceso terapéutico de apertura al cambio y a la toma de conciencia a través de la combinación de tres elementos fundamentales:
Aceptación:
Es la actitud clave que se experimenta y transmite durante el momento de exploración y reconstrucción de la experiencia. La persona accede, integra y da la bienvenida a sus potenciales de experiencia sólo a través de validar en su totalidad lo que sea que contacte a nivel de su conducta, sentimientos y pensamientos, sin quitar ni cambiar nada.
Expansión de conciencia:
Es el momento, durante la reconstrucción de la experiencia, que permite acceder y contactar a nivel de sensaciones lo que esta resguardado en la memoria emocional; volver a vivir y sentir para que puedan acceder a la conciencia nuevos elementos de acompañamiento, empatía, aceptación y reconocimiento. Para que, sin cambiar la experiencia, permitan validarla como un recurso de integración y reconciliación de experiencias y sentimientos que quedaron como potenciales de la personalidad bloqueados, con los que se actuaba inconsciente y automáticamente o que habían sido rechazados sin posibilidad de ser aceptados o actualizados como recursos de crecimiento.
Seguridad Psicológica:
Se establece en la fase de exploración de la reconstrucción y se mantiene a lo largo de la intervención. Permite la condición de confianza y disposición que da el respeto y aceptación incondicional hacia la experiencia. Es la sensibilización hacia la apertura y expresión y se logra a través del acompañamiento empático con la respuesta reflejo de sentimientos y deducciones: entrar al marco de referencia de la otra persona y vivir su experiencia más allá de la empatía. La seguridad se construye siempre proponiendo la respuesta empática, dando lugar a que el otro acomode y elija de acuerdo con su propia experiencia.
Cuando hacemos este mismo ejercicio puedo ver las experiencias en tiempo presente, escucho y siento los sentimientos en mí y en los demás que están presentes; veo cómo más de uno levanta la mano y se esmera en presentar y detallar su vida, cuidando del otro a través de sus reflejos empáticos y totalmente cercanos a esa realidad del otro.
La sensación de expresión, descarga y liberación es evidente. Un día que alguien estaba compartiendo su experiencia llegó a la parte de la escuela primaria, cuando buena parte de su infancia vivió el miedo y el rechazo de parte de sus compañeros. Llegó al momento en que tenía ocho años. Su voz se quebró cuando, con mucho dolor, relató cómo sus dos únicas amigas rompieron su amistad con él… decidió subir a lo más alto de su casa con la intención de tirarse… Es un momento en que el grupo está escuchando con tensión y “D” se está atorando. Me acerco y sin mucho pensar y con la intención de validar y reconciliar del TRE, me atrevo con un poco de temor: “coloca una mano sobre tu corazón”. Al llevar su mano y poner la mía sobre la suya puedo sentir el fuerte latido de su corazón. Me impacta lo fuerte de su sensación y le digo: “es muy fuerte lo que estás sintiendo ahora, tanto que hasta mi mano siente lo rápido y fuerte que late tu corazón”. Él llora, le pido cerrar sus ojos y pido a dos compañeros sentados cerca de él que le expresen en ese momento, cómo creen que se siente, que pongan una mano en su hombro diciendo “me imagino que te sientes…” Ahí nos quedamos un poco. Le dije “ahora nos estás contando este momento donde te ves siendo un niño, ¿qué le puedes decir ahora..?”
No encuentro una forma más simple y completa de transmitir empatía y aceptación que entrar al mundo del otro escuchando sin cambiar, sin interrumpir ni criticar… y sí captando su realidad, sus sentimientos, entendiendo e imaginando desde mí lo que vive la persona. Descubro con gratitud que las personas que acompaño reciben de esta escucha una oportunidad y espacios únicos para también visitarse a sí mismos sin sentirse cambiados, juzgados o criticados, en su propio mundo. No es tan fácil permitir surja un momento de conexión o acercamiento. Depende hasta donde se quiere profundizar en las experiencias. A veces tratan de irse lo más rápido que pueden y el sudor y el temblor de sus manos lo manifiestan. Entonces, solo escuchamos.
Esta ha sido una herramienta central para el espacio de crecimiento, junto con las reglas del Círculo de Aprendizaje Interpersonal (CAI) y el desarrollo de habilidades, que forman parte del proceso de formación de estudiantes de Psicología, así desarrollan herramientas básicas de acompañamiento y promoción del desarrollo humano: escucha, empatía, libertad de expresión, confianza, reciben y dan retroalimentación. Puedo observar que esto permite autoexplorarse dentro de sus propias experiencias y dentro de la experiencia de los demás. Me parece que ellos mismos no se dan cuenta pero, en vez de que haya un solo facilitador, son muchos en el grupo, cada uno con su estilo y sabiduría interna, arriesgándose a compartir cada vez con más seguridad.
En conclusión, una visión personal del Desarrollo Humano es la capacidad de transmitir al otro su potencial para aprender de sí mismo a ser libre y crecer tomando todo lo que lo integra, hasta lo que no es accesible a su aceptación. La capacidad de mirarse y luego entrar al mundo del otro, pero más aún entrar y hacer redes en grupo, representa la oportunidad de conexión, de empatía, lealtad y un aprecio incondicional que, aunque sea por unas horas de escucha, nos vincula aunque tengamos poco en común o no volvamos a vernos. Se trasciende el momento incómodo, la desconfianza, la vulnerabilidad y de ahí la crisis y la autodestrucción. Esto es algo que necesito para procurar lo más esencial, darle un sentido a mi vida, luego a mis relaciones más cercanas con mis padres, hermanos, amigos, compañero de vida y las personas de las que más he aprendido a ser yo: mis alumnos y alumnas a quienes respeto más bien como facilitadores. Contar con una dosis de aceptación, empatía y libertad para ser uno mismo cotidianamente, me permite no resignarme a aceptar como norma la violencia, el asesinato, la intolerancia, la lucha de poder, la desigualdad, la manipulación y la indignación, la injusticia y la desconfianza. Puedo sentir paz interior cuando veo que alguien toma conciencia del impacto actualizante y de crecimiento que puede causar en otros y en sí mismos básicamente al escuchar, aceptar y expresar.
Bibliografía:
Taracena, E. (2002) La construcción del relato de implicación en las trayectorias profesionales. Perfiles Latinoamericanos, 10(21), pp. 117-141
Chavez, R., Michel, S.(2010) Terapia de Reconstrucción experiencial. Editora Norte-Sur. Pp. 181