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Desarrollo humano y espiritualidad hoy en día

Desarrollo humano y espiritualidad hoy en día

Artículo incluido en el libro del 2022: El desarrollo humano en nuestro tiempo: Fundamentos y experiencias en los diversos ámbitos de la existencia. INIDH. Quintanilla Ediciones
Marilenca Bailey Jáuregui

“Estoy convencido de que el universo está bajo el control de un propósito amoroso:
debajo de la apariencia dura del mundo, existe un poder benigno”.
– Martin Luther King

 

Los valores básicos en la filosofía y en la psicoterapia humanista desde hace mucho que afirman que todos los seres humanos contamos con una sabiduría organísmica inherente a nosotros, una luz interior con la que venimos originalmente. El humanismo en esto nos ve a todos los seres humanos iguales por naturaleza: todos tenemos esta luz original, independientemente de lo que hagamos o no con ella después en la vida de cada individuo. Todo sufrimiento y neurosis, cubre esta luz. En la psicoterapia humanista corporal pretendemos desde luego respetar y subrayar la sabiduría de la persona desde la cual ésta sabe mejor que nadie que es mejor para ella en sus circunstancias.

Esta sabiduría básica, o tendencia formativa y actualizante, nos lleva a desarrollar al máximo nuestras capacidades o potencialidades, no sólo para sobrevivir o atender nuestras necesidades básicas, sino que nos lleva a buscar crecimiento, a desarrollar nuestra espiritualidad o a satisfacer nuestra necesidad de trascendencia como lo refiere Maslow (2008), quien también reconoce que esta parte espiritual o valorativa es parte de nuestra biología. Me parece acertado afirmar que la búsqueda para satisfacer estas “meta-necesidades” es paralela y no posterior a la búsqueda de satisfacción de nuestras necesidades básicas.

De hecho creo que el humanismo actual intenta aliarse con esta luz para con ella limpiar todas las pautas de detenimiento, patologías, neurosis o problemas en la vida del sujeto. Sabemos que en la medida en que el sujeto esté en contacto con su espiritualidad, su luz, tiene más posibilidades de ser feliz y sano. Lo que nos enferma en cualquier sentido tiene que ver con algún nivel de desconexión con esta sabiduría innata. Sabemos que crecer tiene que ver con esta luz que ilumina desde dentro hacia fuera, no solo con luces que nos iluminan desde fuera. Es en un “cambio de luces” en donde la consciencia se incrementa en un proceso de psicoterapia. Nadie puede ser “sanado” desde fuera si no participa y construye su crecimiento de manera responsable. La libertad es un factor decisivo.

En la actualidad sabemos que la necesidad de desarrollo espiritual va mucho más allá de las religiones, y las abarca a todas en sus fundamentos básicos. Es un hecho que necesitamos trascender, vincularnos con “algo más”, algo que nos preceda y anteceda. Como afirma Bugental (1976), la trascendencia es el objetivo de la realización propia del ser.

Desde la visión holística del humanismo actual, incluimos todos los aspectos de la persona: físicos, emocionales, mentales, energéticos, sexuales, sociales, familiares, ecológicos etc. y desde luego los espirituales. Un humanismo real, verdaderamente holístico, no podría excluir ningún aspecto, sino que incluye y respeta a esa totalidad compleja que somos.

En la psicología y psiquiatría actuales, la necesidad de espiritualidad es muy real, como en las demás áreas del conocimiento humano. En el DSM-V (2014), en su apartado de “Problemas relacionados con otras circunstancias psicosociales, personales o ambientales”, se habla de “problemas religiosos o espirituales”, lo cual nos habla de que el status quo tradicionalista ya está asumiendo estos temas, ya no están arrumbados en el desván de lo sobrenatural (Brennan, 1988), sino que toman su lugar como parte de la neurosis común.

En la psicoterapia humanista y transpersonal seria, se respeta profundamente a los sacerdotes, gurús, maestros espirituales, chamanes, etc., y no se pretende sustituirlos, porque sabemos que todos los caminos van y vienen de Roma. Lo que no se puede hacer, sin embargo, es negar que la mayor parte de pacientes, alumnos y personas en general, están buscando su camino espiritual cada vez con más frecuencia y hablan de ello en sesiones grupales e individuales. La insatisfacción con la situación planetaria general de inseguridad, la promoción de la competencia desmedida entre todos y por todo, la guerra del miedo, la sobre-politización de la vida, la acumulación per se, y el auto-olvido de lo sagrado, como por ejemplo del planeta y su salud, dejan cada vez más ciudadanos insatisfechos, confundidos y dispuestos a transformar su realidad.

Estamos con urgencia de cocrear una realidad más sensata y vivible. No podemos dejar de ver que en los consultorios y salones de clase, ahora virtuales, al promoverse la conciencia, realmente también se promueve la conciencia colectiva. Intentamos promover la autoresponsabilización, y que las personas puedan estar en contacto con su poder real, ni menospreciado ni inflado: tomar el poder respetando y reconociendo el de los demás.

A estas alturas ya sería el colmo decirle a alguien qué es lo que debería hacer desde un punto de vista del “establishment terapéutico”. Este poder nos devuelve la visión de que somos seres con poder de cocrear nuestras realidades personales y sociales. En la medida que las personas retoman su responsabilidad, su poder, actúan, ya que no le proyectan tanto poder al miedo y a la duda, a la incertidumbre y a la victimización, a la inevitabilidad de la guerra “de otros”. El humanismo, entonces, no pretende “resolver” o aconsejar con respecto a ningún tema, y menos al espiritual, pero ofrece empatía, respeto para que las personas se auto-descubran también en ese aspecto, como lo haría en el aspecto sexual, familiar o cualquier otro.

Es indiscutible que la incertidumbre planetaria que estamos viviendo debido al Covid-19, y a los manejos que de éste tienen los gobiernos y sus prioridades políticas, es un gran reto espiritual, existencial y social que todos compartimos. Esta incertidumbre puede llevarnos a la desesperación, la ansiedad, y el sin-sentido, y/o también ser la puerta para la recapitulación, cuestionamiento y sanación de nuestras prioridades, valores y relaciones, rumbo a la posibilidad de una aceptación positiva incondicional de la incertidumbre como parte de la vida cotidiana consciente (Rogers, 1951).

Brené Brown (2012) nos explica que nos cuesta mucho trabajo sostenernos en contacto con la incertidumbre, ya que ésta nos hace sentir muy vulnerables (como sinónimo de debilidad), y nos hace conectar con la vergüenza de la carencia. Las herramientas propuestas, además del contacto y aceptación, tienen que ver con el desarrollo del valor y la fuerza.

La búsqueda de sentido y de espiritualidad según Víktor Frankl (2002) proviene mucho del contacto con la carencia y el dolor, con el sufrimiento, y es por eso, afirma, que “lo espiritual” es muy parecido a “lo instintual”.

Según Rollo May (1969), lo que nos sostiene es el amor (o su búsqueda) lo que nos empuja hacia una nueva dimensión de la conciencia, ya que ésta está originalmente basada en la experiencia del plural, del nosotros, del origen. Entonces sería imposible esperar que estos temas no sean tocados en terapia y confinarlos a “otros especialistas”, sino que de esto también hablamos los pacientes y terapeutas, ya que somos humanos.

El psicoterapeuta o maestro humanista (o el humanista que toma en cuenta “lo espiritual” y empatiza con ello) se convierte en lo que Wilber (1986) plantea como un “científico contemplativo”, que ya conoce ciertas ciencias empíricas y fenomenológicas y continúa ofreciendo su presencia. La ciencia actual, cada vez más cerca del humanismo, de la espiritualidad, del misticismo, habla de la “resonancia mórfica”, de “resonancia o tendencia armónica”, de la globalización, de un sentido de pertenencia en toda vida y en toda especie a un todo más grande, a un “orden implicado” (Bohm, 1992) que nos precede, que nos une y hermana.

No es una globalización masificadora y deshumanizante que no respeta las diferencias en las que queremos participar, sino de la posibilidad de globalizar la intención de resonar armónicamente con el amor, el respeto, la aceptación, la empatía y el desarrollo humano. La posibilidad de resonar verdaderamente con la sabiduría organísmica colectiva, incluyendo las individuales, la real posibilidad de resonar con el desarrollo espiritual.

El humanismo actual ya no está preocupado por si incluye o no a la espiritualidad en sus dominios aprobatorios, la asume como válida desde una experiencia propia e individualizada. El humanismo actual es incluyente de las inseparables existencia y esencia. Las experiencias de totalidad y de unidad que son reunidas en “lo espiritual” según Fromm (1980), no tienen por qué ser excluyentes.

Ya no se intenta coparticipar de dicotomías dualistas que solo sirven para alejarnos del propósito común: incrementar nuestra consciencia y crecer. En esta unión asume su responsabilidad por esa resonancia colectiva. Se ve a sí mismo como parte del todo, valorando, cultivando y enriqueciendo las similitudes y las diferencias. Hay un mayor sentido de realidad en esta responsabilidad que se asume profundamente a sí misma, pero no se fanatiza de su individuación, y puede pluralizar y moverse en el tiempo espacio.

La pregunta es cómo las actitudes básicas humanistas se pueden transformar en verbo y sustantivo, por ejemplo, la actitud o disposición a la aceptación empática, encuentra su base en una intención transpersonal (que nos reconecta con el todo), desde la cual estas actitudes pueden ser comunicadas con mucha más congruencia, profundidad y seguridad, y sin negar su origen.

Estamos siendo invitados por las ciencias exactas a asumir que la intención colectiva es poderosa, es útil y ha sido muy poco usada, desperdiciada, y de la que Fromm hablaba al referirse al inconsciente colectivo espiritual.

Después de haber recuperado un poco de nuestro poder para ejercer el libre albedrío, con la primera persona del singular, después de tomar nuestro lugar, podemos incluirnos y co-crear en plural sin perder la identidad, sin traición. Somos singulares y plurales al mismo tiempo: estamos en un paradigma en donde concordamos con lo universal y lo individual simultáneamente, intentando fluir, sabiendo que la oposición y la resistencia nos detienen.

En el Instituto Humanista de Psicoterapia Corporal, INTEGRA, trabajamos para transmitir y vivenciar estos valores, intenciones y actitudes a través de nuestra mejor herramienta: el cuerpo. En nuestro cuerpo físico están, a nivel de memoria celular, todos nuestros días, nuestras vivencias, dolores, amores, pérdidas y recuerdos. En mi cuerpo está el acceso a todo lo que soy. Para traspasar el nivel puramente racional o material, y entrar en lo profundo del alma y el corazón humanos, a su luz y oscuridad, es decir, para hacer psicoterapia profunda: el gran vehículo es el cuerpo.

En este tipo de trabajo corporal promovemos un contacto corporal empático, suave amoroso y profundo: no promovemos el empujar ni jalar, sino la contención terapéutica amorosa, el sostener al otro acompañando lo que hay. No promovemos la violencia como herramienta terapéutica, ya que no lo es. Sabemos que para sanar, crecer, trascender, ampliar la conciencia, o disminuir las pautas de detenimiento, lo que cuenta es lo auténtico de la empatía, de la aceptación, de la posibilidad real y experiencial del amor incondicional.

Es el cuerpo el mejor vehículo para hacerme consciente de mi necesidad de trascendencia, de mi carácter, de mi luz, mis trampas y sombras, de mis modos de relación, de mi profundidad, donde reside mi capacidad de auto-regulación. Tenemos el cuerpo como clave de acceso a la espiritualidad humana, para adentrarnos al misterio de la vida: por eso es tan importante, y nos hace más eficiente el camino. El concepto de potencial humano se actualiza reincorporándole el cuerpo, a través de una visión evolutiva incluyente y unitaria del universo.

Tanto la psicoterapia humanista como la espiritualidad buscan sanar las heridas existenciales del ser humano (o por lo menos avanzar en el intento de comprenderlas), ya que éste es motivado por su anhelo profundo en la búsqueda de sentido de su vida, para llegar a una mayor profundidad y autenticidad intelectual que le permita unirse con lo divino, lo transpersonal, lo cósmico, Dios, lo espiritual, es decir, con algo más grande. Las preguntas clásicas de qué hago aquí, para qué soy bueno, qué sentido tiene mi vida, mi enfermedad, etc., sabemos que tienen muchos niveles de respuestas que a su vez generarán más preguntas.

Al acompañar esta curiosidad transformacional, trabajando las creencias y sentimientos “no conectados o no aceptados” estamos favoreciendo el desarrollo espiritual de la persona o grupo. Cada vez que apoyamos a las personas en su búsqueda por superar y transformar estructuras inhibidoras, automatizadas, negadas, somatizadas, etcétera, cada vez que las personas logran liberarse de hábitos robóticos, falsos, enmascarados, de tensiones nerviosas en su cuerpo-mente, asomamos y tocamos la espiritualidad. Cada vez con más precisión descubrimos que existe un anhelo espiritual en toda persona que no está separado en su corporalidad, sino que más bien se manifiesta y se expresa a través de ella.

La consciencia evoluciona con un patrón que incluye etapas y niveles conocidos como la espiral de la conciencia (Wilber, 1988). A partir de su análisis de los estados de consciencia en el hinduismo, llega a plantear seis niveles de consciencia:

1. Físico, es el nivel del cuerpo físico, los alimentos y el cosmos material.
2. Biológico, es el de las funciones biológicas, aliento vital, emociones, bioenergía, proceso primario, etcétera.
3. Psicológico, es el nivel de la mente que permanece ligada a los cinco sentidos, lo que en el mundo occidental llamamos intelectualmente ego, proceso secundario, pensamiento operacional, etcétera.
4. Sutil, su ámbito se encuentra más allá de la conciencia convencional. Es un estado mental superior tan elevado que se prefiere llamarle el ámbito de lo sutil, se dice que incluye inconsciente colectivo, los procesos arquetípicos, las iluminaciones y visiones de orden superior, la intuición estética y una extraordinaria claridad de conciencia que llega mucho más allá del ego, la mente y el cuerpo.
5. Este es el ámbito de la perfecta trascendencia, tan perfecto que se dice que se encuentra más allá de la concepción, experiencia e imaginación de cualquier individuo ordinario. Es el ámbito de lo radiante, de las visiones radicales del abandono gozoso e infinito, la ruptura de todas las fronteras altas o bajas y de una sabiduría y conciencia absolutamente panorámicas.
6. Este es el ámbito de la consciencia como tal, no sólo es el límite infinito del espectro del ser, sino que es la naturaleza, la fuente y la mismidad de cada nivel del espectro. En éste todos los niveles serán perfectos y son manifestaciones iguales, este misterio último, ya no hay niveles, ya no hay dimensiones, no hay elevado, no hay bajo, muy sagrado, ni profano. Hay Uno.

La evolución de la consciencia como la plantea Wilber (1988) será paralelamente al desarrollo personal del que hablan la mayoría de los psicólogos: la teoría de Erickson (Erickson & Zeig, 1980) a partir de la superación de las crisis y adquisición de ciertas virtudes es compatible con la visión transpersonal. Indudablemente todos los niveles a los que Wilber se refiere son “espirituales”, sin embargo, definitivamente el sexto nivel de la conciencia al que se refiere es el nivel del Principio Unificador que incluye a los demás niveles y les da un profundo sentido, además de que los aglutina en un todo que llamamos persona. Diferentes momentos en la vida de nuestros pacientes y alumnos nos llevan a detenernos más en un nivel o en el otro para trabajarlo, ojalá sin nunca olvidarnos de dicho Principio Unificador y no conformarnos con las partes separadas.

Los médicos callawayas, la tradición médica más antigua de la humanidad, aún vigente en algunas regiones andinas altas, pueden comunicarse con seres invisibles y demandar su protección y ayuda; por ejemplo, una casa que es un lugar sagrado como una montaña, es el hábitat de una presencia sagrada; el equivalente de los ángeles o devas, que en esta cultura andina reciben el nombre de apus. Estos médicos, al comunicarse con el mundo espiritual, son guiados para hacer algún tipo de sanación y curación específica, y no podrían concebir su trabajo sin esta comunicación y respaldo espiritual. Es decir, la dicotomía cuerpo-mente está alejada de su paradigma médico y saben por tradición que la presencia de la espiritualidad en la sanación y en la curación de sus pacientes es deseable, inevitable y definitoria (Carvajal, 2000).

¿No es esto precisamente lo que nos hace falta en nuestro sistema médico, en donde vemos a muchos pacientes siendo tratados sin mucha deferencia empática y mucho menos con respaldo espiritual o consideración a algún tipo de ley divina? Sabemos que la medicina y la psicoterapia modernas, hasta hace poco, no han considerado a la dimensión espiritual como parte fundamental del proceso de sanación integral y/o de trascendencia. Lamentablemente, no solo no han tomado en cuenta al gran Principio Unificador como un elemento que marca la diferencia en la calidad de vida de los pacientes y en la duración de su salud-enfermedad, sino que han fomentado la dicotomía cuerpo-mente, en aras de “no involucrarse emocionalmente” con sus pacientes, y también con el propósito de separar las partes para comprenderlas mejor.

Al referirse al movimiento del potencial humano y el humanismo, Huxley menciona que es un aspecto muy interesante de la vida el que al tener cuerpos y mentes limitadas siempre tendrán un potencial hacia donde crecer y más curiosidad. Lo posible es inmenso y refiere que ella siempre quiere estar presente en ello, aunque sea muy cansado. Este interés en lo posible y a veces lo imposible le surge cuando la clínica Mayo dictamina que su mejor amiga Ginny Pfeiffer morirá en seis meses por cáncer terminal y ella comienza a investigar en ella y vive 23 años más. Refiere que la relación entre cuerpo y mente es misteriosa y muy enorme. En su artículo “Uniendo al cielo y la tierra” dice: …” cuando el Cuerpo/Mente es atendido, entonces, como una flor libre de semillas, el Ser Superior naturalmente emergerá…”

Se refiere al poderoso triángulo que conforman el cuerpo, la voluntad y la imaginación. La voluntad somos nosotros, no se refiere a la rigidez con la que a veces para lograr algo traicionamos la imaginación y el cuerpo, sino la voluntad que está atenta a la imaginación y a las necesidades del cuerpo. El cuerpo responde a la imaginación y están verdaderamente cerca, de manera que la voluntad tiene que dirigirlos. De hecho, plantea que el cuerpo y la imaginación son herramientas de la voluntad.

Al hablar del rompimiento histórico entre cuerpo y mente, se refiere que empezó mucho antes de que Descartes dividiera la mente de lo divino y antes de que San Agustín condenara al cuerpo sino que empezó con los católicos que querían controlar la vida espiritual y separarla del cuerpo porque el cuerpo era sucio y que comenzó también desde los griegos Platón y Aristóteles (en Brown, 1993).

Al hablar de lo eficiente de una psicoterapia, Huxley dice que lo más importante es la relación entre el terapeuta y el cliente, poniéndole énfasis al valor humanista, y subraya que cualquier psicoterapia que no incluya el cuerpo desde el principio está incompleta. Señala que cada vez es más obvia la manera en la que tratamos a nuestro cuerpo- mente es la manera en la que nuestro cuerpo-mente nos tratará a nosotros.

Al hablar de la diferencia entre lo psicosomático y lo psicológico dice que es una diferenciación absurda, ya que lo psicosomático es una característica presente en cualquier estado del ser. Señala que la psicoterapia debe ser una práctica somática, afectiva, cognitiva, volitiva y transpersonal, incluyendo todas las dimensiones de la naturaleza humana de manera comprensiva (en Brown, 1993). Entendemos entonces que todo trabajo y esfuerzo por reunir la falsa dicotomía entre cuerpo y mente nos sana y nos re-Une, con nuestra dimensión espiritual. El monje benedictino Anselm Grün (2006) postula que “el saber espiritual debe conectarse hoy en día con el conocimiento psicológico”.

La psicología clínica, la psicoterapia humanista y la docencia en su aplicación práctica, ayudan a comprendernos dentro de nuestras motivaciones, a reabrir y sanar heridas, así como a concientizarnos de nuestra existencia y realidad. Nos sensibilizan para el crecimiento espiritual al abrirnos las puertas de lo no consciente y de un entendimiento más profundo acerca de quiénes somos en cuerpo y alma. Es muy importante entender que si estamos en un camino espiritual promoviendo nuestra concientización y encontrándole un sentido a nuestra vida y no trabajamos nuestros lados oscuros (la sombra o el ser inferior) caemos en una espiritualidad falsa, desarraigada e idealizada, que no nos permite un verdadero encuentro con lo trascendental (Naranjo, 1999)
La dimensión espiritual del ser humano siempre está presente, pero muchas veces está dormida y emerge de manera natural cuando estamos listos, no como una meta a obtener.

También emergen cuando estamos en crisis. La espiritualidad necesita un espacio para emerger como una flor que necesita florecer y todo lo que está encima de ella se necesita limpiar. Tenemos que darle espacio y la flor florecerá hermosa por sí sola. Cuando el cuerpo-mente ha sido atendido entonces como una flor sin ramas que la cubran, el ser superior va a florecer en el servicio como parte de su propia auto expresión. El cuerpo, la mente y el espíritu no están divididos ni se separan: son un continuum.

Goleman (1999) comenta que hace 20 años que los médicos, biólogos y psicólogos han empezado a asumir la interrelación entre los estados emocionales y el bienestar mental y físico. Sin embargo, los pensadores budistas han sido conscientes de esta capacidad de sanación de la mente desde hace más de 2000 años.

Goleman (Pág. 42) señala que nuestras emociones pueden afectar de gran manera nuestra salud. Indica que por una parte el peso de los datos científicos demuestra que el vínculo entre las emociones y el cuerpo son especialmente fuertes en el caso de los sentimientos negativos, como son la ira, la ansiedad y la depresión. Si estos estados son intensos y prolongados, pueden aumentar la vulnerabilidad a la enfermedad, empeorar los síntomas o dificultar la recuperación.

Por otra parte, estados más positivos como la ecuanimidad y el optimismo, parecen tener efectos positivos sobre la salud, a pesar del dato de que el impacto de las emociones positivas no es tan fuerte como el de las negativas. Desde la visión humanista, no vemos a los sentimientos ni a las sensaciones como “positivos” ni negativos” sino que le damos la bienvenida a toda la experiencia humana como tal, sin embargo, no podemos negar que existen sentimientos que promueven la salud integral y otros que la inhiben, y el impacto que tiene esto en el desarrollo espiritual de la persona (Bailey, 2016).

La maestra Ilse Kreshmar (2011) hace la distinción siguiente:

-El trabajo psicológico se refiere más bien a la esfera de sentido personal (temas intrapsíquicos de relaciones personales, armaduras corporales, creencias limitantes) en donde se trabaja la conciencia.

-La práctica espiritual ve más allá de nuestra mascara neurótica y busca la trascendencia enfocándose en aquello que no tiene tiempo-espacio, intentando reconectar con las raíces de la existencia humana.

La psicoterapia con una visión holista tiene mucho poder para trabajar asuntos estancados del pasado, etcétera. En el proceso Psicocorporal, el arraigo en el cuerpo y la realidad nos lleva a un contacto interno y externo más profundo y nos ayuda a acercarnos a alguna práctica o experiencia espiritual con la mente más abierta, facilitando la transformación.

Para que exista una experiencia llamada espiritual, tenemos que tener experiencias que van más allá del espacio y el tiempo, como son la cultura humana, el lenguaje, el arte, la pintura, la psicoterapia. La vida espiritual es la que nos permite tener un futuro y tener una esperanza. Pensar que la espiritualidad es solo para aquellos que practican un tipo de religión específica, es no entender la naturaleza humana.

Me pregunto si la psicoterapia Humanista no debería de también seguir este camino de apoyar a las personas para religarse consigo mismas y con Dios.

Indiscutiblemente para las personas que tenemos experiencia clínica en la impartición de la Psicoterapia Humanista, es evidente que el rol que juega la empatía profunda entre dos personas es punta de lanza en el proceso de autodescubrimiento y crecimiento. La relación terapéutica debe establecer una resonancia armónica entre paciente y terapeuta y a veces tenemos la dicha de experienciar el principio de Unidad en esta relación.

La autorrealización es un proceso que ocurre poco a poco y de manera progresiva a lo largo de una vida de elecciones, algunas características incluyen la habilidad para escuchar nuestra voz interior y confiar en ella, la honestidad, la búsqueda interminable del propio conocimiento y la sabiduría, el trabajo significativo, el sentido de totalidad, la adaptabilidad, la creatividad, la autonomía, la trascendencia en la unidad. Las necesidades de autorrealización abarcan la verdad, la belleza, la música, la privacía, la justicia, lo hermoso, la comunidad y otros valores espirituales (Gómez del Campo, 1986).

Como dice John Pierrakos: “Excluir la espiritualidad de una persona de la psicoterapia, sería cortarle sus raíces” (Pierrakos, 1989), intentar separar a la espiritualidad del resto de la experiencia humana, no solamente atenta con la integridad misma, sino que es un error de método, de percepción que nos deja, una vez más, lastimados y carentes con la herida repetitiva de no ser vistos y aceptados en nuestra totalidad.

La espiritualidad es un fenómeno complejo que no puede ser definido por un continuo único, o por las clasificaciones dicotómicas simplistas. La espiritualidad puede ser mejor conceptualizada como un espacio multidimensional en el cual cada individuo se localiza. No es posible clasificar a las personas en espirituales o no espirituales ni en más o menos espirituales. La espiritualidad es inherente al ser humano, sea éste consciente o no de la misma. También es importante hacer notar que la espiritualidad no es lo mismo que la religiosidad, aunque en un momento dado puedan coincidir.

Los aspectos espirituales en la relación de ayuda incluyen: el sentido de dirección de la vida, la búsqueda de significados y propósitos, el sentido de conexión con nosotros y con Dios o un poder superior, la clarificación de lo verdaderamente vital y lo trivial de la vida, la focalización en el amor, compasión y perdón. Incluimos también como aspectos espirituales en la relación de ayuda al trabajo psicocorporal, a la comunicación profunda de la empatía, al trabajo con los síntomas, la sexualidad, los problemas relacionales, económicos, etcétera. Es imposible encontrar un aspecto o tema en la psicoterapia o en los dilemas del ser humano, que no tenga una connotación espiritual. La relevancia espiritual de todo esto es evidente.

Si tenemos en cuenta cuántas personas han contribuido a que este día sea posible, que nos levantemos, que nos acostemos, que recibimos bendiciones innumerables de personas desconocidas que a veces hacen que nuestras vidas sean mejores. Por ejemplo: el desayuno, el agricultor, el granjero, el molino, el transportista, el tendedero, el sol, la lluvia, el viento, las manos que te sirvieron, etcétera.

Necesitamos estar muy presentes para ser conscientes de las cosas buenas y positivas que nos rodean. Necesitamos ver hacia atrás para ver por ejemplo los descubrimientos y avances tecnológicos que hacen que nuestra vida sea más segura, sin olvidar a los pensadores y sabios que han enriquecido a la humanidad. Creo que cuanta más claridad tenemos en la sensación de pertenencia a la humanidad más fácil es recibir beneficios y agradecerlos. Es decir, el trabajo de arraigo también fomenta el agradecimiento.

Samso (2014) plantea que es muy importante la gratitud, aunque no hayan hechos extraordinarios así logramos estar más contentos sean cuales sean las circunstancias de nuestras vidas. Explica que existe en la gratitud condicional y la incondicional. La primera consiste en sentirse bien cuando las cosas salen como uno espera, pero como no siempre, es así acaba siendo una emoción poco duradera.

La segunda consiste en una actitud, es el hábito de vida sentirse bien sin que haya ocurrido nada especial, es decir, estar agradecido por todo y por nada a la vez, ya no estar condicionados por ningún otro acontecimiento. Esta actitud es precursora de la felicidad y el éxito personal en la vida. La gratitud es un estado de conciencia y es una lección indispensable, hoy más que nunca para el desarrollo pleno de nuestra espiritualidad personal y colectiva.

Creemos que en esta época el humanismo como práctica cotidiana es urgente para promover el bienestar global.
El humanismo es por naturaleza, como el ser humano, espiritual, y desde luego en crecimiento, en evolución permanente, preguntándose a sí mismo acerca de sí mismo, sabiendo que la conciencia no tiene límites y que hay mucho por hacer.

REFERENCIAS

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