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Qué es la sanación

Qué es la sanación

Jaime González Vázquez

Materia: Sanación psicoespiritual y energéntica. Sexto semestre.

México, D.F., junio de 2006

Un joven guerrero contaba a su maestro un sueño recurrente:

– Me encuentro solo, en una vasta llanura, y veo venir hacia mí un dragón de cien cabezas. Creo que debo matarlo para salvar mi vida. Con cada golpe de espada, corto una cabeza, y en su lugar brota una nueva. Ataco con la mayor velocidad posible, pero es inútil, las cabezas cortadas se regeneran cada vez más rápido. Estoy exhausto y a punto de darme por vencido, despierto aterrado y dolorido de todo el cuerpo.

El maestro permaneció unos minutos en silencio y finalmente respondió

– La próxima vez que te enfrentes aLdragón de cien cabezas, sólo córtale el corazón, las cabezas caerán solas.

(Cuento tradicional chino, versión libre del autor)
Introducción

Al revisar el programa de este último semestre del entrenamiento en Terapia Humanista Psicocorporal, se me ocurrió que mi trabajo final sería precisamente el tema inicial del curso ¿Quién sana a quién? ¿Qué es lo que hay que sanar? Y casi al mismo tiempo, me recriminaba por esa ocurrencia ¿Cómo voy a escribir un ensayo final sobre el tema introductorio del programa?

¡Bendita ignorancia! A medida que avanzamos en las sesiones, fui confirmando que aquella ocurrencia no era nada descabellada. Si bien, las preguntas ¿Qué es la sanación? ¿Quién sana a quién? y ¿Qué es lo que hay que sanar? se enuncian en el programa como tema de la primera sesión, las respuestas se van construyendo a lo largo del curso y siguen siendo pertinentes después de la última sesión porque todas las respuestas son provisionales. La sanación es un tema de vida, y parte del proceso es preguntarme a cada momento qué estoy haciendo, cuál es mi intención y cómo estoy en relación con esa intención.

Comentaba en mi trabajo del quinto semestre, acerca del enfoque transpersonal, que esa perspectiva, más que una propuesta metodológica para trabajar con los temas que la medicina y la terapia convencionales consideran fuera de la realidad, constituye un campo de conocimiento en emergencia, desde el cual se construye un nuevo paradigma para la psicología y la psicoterapia.

Algo similar ocurre con el tema de la sanación, la cual, puede ser vista como un conjunto de técnicas de las que el terapeuta puede echar mano cuando los temas del paciente sugieran su pertinencia, y eso sería suficiente; pero a medida que se avanza en la práctica y la revisión teórica relacionada con este campo, me aparece como el horizonte hacia el cual necesariamente se dirige –seamos, o no concientes de ello – el desarrollo del individuo.

Y nuevamente, como en mi trabajo del quinto semestre, me encuentro ante un tema que cuestiona concepciones fundamentales en el paradigma de la sociedad moderna, y que necesito explicitar y clarificar. Porque son esas concepciones las que en última instancia orientan mi práctica concreta y, si no tengo claridad sobre ellas corro el riesgo de hacer algo muy distinto de lo que creo estar haciendo.

Me propongo, pues, desarrollar este trabajo, a partir de la revisión de los conceptos de salud y enfermedad contrastando la manera como se asumen en el paradigma dominante, con la visión que supone la práctica de la sanación. A partir de esta revisión, iré exponiendo mis respuestas a las preguntas guía: Qué es y qué no es la sanación, quién sana y qué es lo que se sana.

1. Salud y enfermedad

Lo que entiendo de la bibliografía básica del programa, así como lo que he vivido en las prácticas de clase y en mi proceso personal, me muestran que la sanación en el contexto de la relación terapéutica se ubica en un lugar y se desarrolla con una intención muy distintas a lo que se entiende por sanar en la práctica médica convencional y en el sentido común. El terapeuta psicocorporal que realiza un trabajo de sanación, no pretende curar al enfermo de una dolencia específica, sustituyendo a los tratamientos médicos, pero las dolencias son parte de la realidad del paciente y se trabaja con ellas cuando aparecen como tema significativo. Y en la manera como se trabajen, junto con las técnicas y los principios que proponen y modelan los maestros sanadores, van a estar presentes actitudes e intenciones –no siempre conscientes- que tienen que ver con lo que el paradigma dominante en la cultura occidental asume como salud y enfermedad.

A pesar de que en la sociedad moderna, salud y enfermedad se consideran asuntos exclusivos de los profesionales de la medicina, la ciencia médica no tiene una definición precisa de esos conceptos. Los intentos de definir la enfermedad, en los tratados de patología se pueden resumir en una frase: la enfermedad es la alteración del estado normal de salud del individuo; en correspondencia, la salud es el estado en el que las funciones del organismo se desarrollan dentro de los parámetros considerados normales. ¿Y qué es el funcionamiento normal? El médico sabe que un individuo no es diabético cuando sus análisis de química sanguínea reportan una concentración de glucosa dentro de un rango de 65 a 110 miligramos por decilitro; y lo sabe, porque los diabéticos tienen concentraciones por arriba o por debajo de ese rango. Dicho de otra manera, para la medicina convencional, estar enfermo es no estar sano, y estar sano es no estar enfermo, situación que se define en relación a un conjunto de indicadores fisiológicos definidos como normales.

La Patología moderna ha ampliado el marco de referencia de las causas de las enfermedades, incorporando los aspectos psicológicos, culturales y ambientales (definiendo al ambiente como el contexto en el que el individuo se desarrolla), pero siempre termina poniendo en el centro de la práctica curativa los aspectos fisiológicos y la identificación de anormalidades.

En contraste con esa simplicidad conceptual, se ha desarrollado una compleja práctica médica que asume como tarea preservar la salud combatiendo la enfermedad, y es ahí donde se ejercen y expresan los valores y actitudes en relación con el cuerpo, la enfermedad, la vida y la muerte que los individuos aprendemos y ejercemos como parte de nuestra cultura. Al asumir que el estado normal y deseable es la ausencia de síntomas patológicos, la muerte se asume como el fracaso rotundo de la lucha contra la enfermedad. Los profesionales de la medicina, a regañadientes, aceptan que no todas las batallas se ganan, y “a veces el paciente muere”, pero el discurso médico genera un patrón cultural que promueve el apego a modelos de cuerpo sano en los que no caben la vejez, la debilidad, el dolor, ni mucho menos la muerte. El sentido de la vida desde ese patrón cultural es el mito de la eterna juventud que impulsa al individuo a ajustarse al modelo establecido de cuerpo sano, a costa de lo que sea.

A lo largo de la historia, el enfoque dominante de combate a la enfermedad, ha sido cuestionado dentro de la misma práctica médica dando origen a terapias que se plantean una atención integral a la salud. Sin embargo, la mayoría de ellas lo más que logran es desarrollar tratamientos menos agresivos y más eficaces en la medida que ponen más atención al fortalecimiento de las capacidades generales del organismo y no tanto a los síntomas específicos, pero el propósito final sigue siendo eliminar los síntomas de la enfermedad y volver al enfermo al estado normal. Este supuesto que sostiene el edificio de la medicina moderna, no se toca, porque a su vez se sostiene en la profunda aversión de la cultura occidental al dolor y a la muerte. El impresionante desarrollo de la medicina moderna, que sin duda tiene beneficios, está motivado por la ilusión de evitar el dolor y la muerte, y todas las terapias alternativas que no se plantean la ruptura explícita de esa concepción de la práctica médica terminan alimentando la paradoja que pretenden superar.

Nuevamente nos encontramos ante la necesidad de un cambio paradigmático que nos permita ver la enfermedad de una manera diferente, y esto implica entender la salud desde una concepción de la vida diferente.

En La enfermedad como camino, texto ya clásico publicado en la década de los ochenta, Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke, analizan las concepciones implícitas en la práctica médica convencional para proponer una visión alternativa de la enfermedad y la salud. Estos autores señalan que la medicina convencional identifica la enfermedad con el síntoma y supone que, con la eliminación de éste, puede volver al individuo al estado sano De esta manera, la práctica médica se orienta a mantener al individuo dentro de los indicadores fisiológicos considerados normales, sin tomar en cuenta la complejidad del ser humano en su totalidad. Aun cuando el individuo que ejerce la profesión médica pueda tener una visión de las dimensiones psicológicas y espirituales del ser humano, éstas no tienen cabida en su práctica profesional. Para la medicina, el ser humano es su organismo, y éste debe funcionar como es debido para que pueda realizar “de manera satisfactoria” sus actividades, entre las que puede estar el ocuparse de sus necesidades psíquicas y espirituales, pero no se reconoce que la enfermedad pueda tener alguna relación con esos temas.

Por su parte, Dethlefsen y Dahlke se comprometen con una visión holística, y consideran que la enfermedad es manifestación de un estado de conciencia que indica que el individuo ha dejado de estar en orden o armonía. El síntoma es señal y portador de información, interrumpe el ritmo habitual y obliga a poner atención. Avisa que yo – ser dotado de alma- he perdido el equilibrio de las fuerzas del alma. La conciencia ha reparado en que algo falta para alcanzar el equilibrio, y ese algo que falta se manifiesta en el cuerpo como síntoma que me informa de la carencia.

El símil que utilizan Dethlefsen y Dahlke para ilustrar su concepción de síntoma es el indicador luminoso del tablero de un auto, que se enciende cuando hay algún problema. Sería absurdo ir con el mecánico para que desconectara el indicador, pues además de no resolver el problema, eliminaría la señal de que algo anda mal en el auto. Y eso es lo que hacemos cuando combatimos el síntoma, nos perdemos la oportunidad de reconocer el desequilibrio que anuncia y ocuparnos de la carencia que lo genera.

Dethlefsen y Dahlke consideran que la salud no es el estado normal del individuo, como supone la medicina convencional, sino un estado de plenitud de la conciencia al que se llega incorporando lo que falta. La enfermedad en sí es el camino por el que el individuo va hacia la curación, no es una interrupción ocasional de un estado sano al que se puede regresar eliminando los síntomas.

Un cuerpo no está enfermo ni sano, sólo refleja un estado de la conciencia, y el estado del que parte el individuo en esta realidad es el de la separación y la polaridad. La conciencia polarizada, percibe la realidad como dualidades a las que asigna valores contrapuestos. La vida en este nivel de conciencia es una sucesión de elecciones entre opciones contrapuestas, y cada vez que elijo una opción, rechazo la opuesta. Sin embargo, todas las opciones que la conciencia polarizada percibe, tanto las que considera negativas como las positivas, son parte de la realidad final que todo lo abarca y por consiguiente, siempre falta algo y ese algo que falta es lo que me desarmoniza y se expresa en el síntoma.

Sin negar la utilidad de la práctica médica convencional en el manejo de síntomas de patologías específicas, la estrategia de combate al síntoma en sí mismo, aislada de una comprensión profunda de lo que éste expresa, lejos de lograr una curación efectiva, alimenta el estado de desequilibrio que pretende eliminar. Al combatir el síntoma, no sólo se elimina, como se dijo antes, al mensajero y al mensaje de la conciencia, pero además se genera una nueva carencia, puesto que al optar por la sensación cómoda, rechazando lo que me molesta, rechazo y prolongo la carencia que necesito atender para lograr el equilibrio.

La curación, desde la perspectiva de Dethlefsen y Dahlke, no se consigue a costa de un síntoma derrotado, sino por un proceso que lleve al enfermo a transmutar la enfermedad, descifrando el lenguaje del síntoma para recibir su mensaje y subsanar la carencia de la que me está informando.

La salud es el equilibrio, la enfermedad tiene el fin de ayudarme a subsanar mis carencias y recuperar el equilibrio, el síntoma es el maestro que me enseña cómo hacerlo; y si no hago caso al maestro, será cada vez más duro conmigo. Así, esa sensación incómoda en el plexo, que evado en aras de una comodidad inmediata, al no ser escuchada, se expresará como gastritis, úlcera, cáncer gástrico, y lo que sea necesario, hasta que el mensaje de la conciencia sea recibido y atendido.

Desde esta concepción holística, la diferencia entre enfermedades y síntomas físicos y psíquicos es irrelevante puesto que el verdadero origen de la enfermedad son las carencias del alma individualizada que se manifiestan como alteraciones y bloqueos en los diferentes niveles de la persona.

2. La sanación y el desarrollo de la conciencia

Estaba Jesús enseñando y llegaron a verlo unos hombres que traían a un paralítico en una camilla. Querían ponerlo delante del Maestro para que escuchara sus enseñanzas, pero la casa donde se encontraba estaba rodeada por la muchedumbre y no podían acercarse. Subieron al techo con el enfermo, quitaron algunas tejas y lo bajaron en la camilla hasta Jesús. Al ver la fe de estos hombres, Jesús dijo al paralítico, “Amigo, tus pecados quedan perdonados”.

Algunos maestros de la ley, que estaban observando murmuraron entre sí escandalizados: ¿Quién es éste que se cree tan poderoso como Dios’? ¿Sólo Dios puede perdonar los pecados?

Jesús percibió las críticas de los sacerdotes, y les dijo ¿Qué es más fácil decir “Tus pecados te son perdonados” o “Levántate y anda”? Pues para que vean que el hijo del hombre tiene el poder de perdonar los pecados –dijo, dirigiéndose nuevamente al paralítico- Yo te digo, levántate y anda, tus pecados te son perdonados. Y aquel hombre que llevaba varios años sin poder caminar, se levantó, cargó su camilla y se fue a su casa.

Evangelios canónicos: Mateo 9,9 Marcos 2,1 y Lucas 5,17

Las concepciones de Dethlefsen y Dahlke sobre la enfermedad constituyen una visión alternativa a la de la medicina moderna porque ubican este fenómeno desde una perspectiva holística totalmente distinta a la visión reduccionista del paradigma dominante: Es la conciencia la que crea la realidad, y la realidad que se crea es expresión del estado de conciencia. La enfermedad es una creación de la conciencia polarizada que busca el equilibrio advirtiendo por medio del síntoma de las carencias que hay que atender. El objeto de intervención de la práctica médica, desde esta perspectiva no es la enfermedad en sí misma, ni la salud entendida como restablecimiento de un estado normal previo, sino el desarrollo de la conciencia. La curación es el resultado de atender el desequilibrio del que la conciencia me informa con la enfermedad, en un proceso paulatino que desemboca en la iluminación, el estado de fusión con el Todo, en el que las polaridades se funden en el todo, no hay carencia y, por lo tanto no hay enfermedad.

En El Proyecto Atman, Ken Wilber afirma que el desarrollo del individuo, como la evolución del Universo, es un proceso de creación de totalidades cada vez más inclusivas (holones), cuyo destino final es la fusión en la Única Realidad que incluye a todas las totalidades (Atman, Unidad, Dios).

Wilber distingue nueve niveles o estructuras básicas de la conciencia comunes a todos los procesos evolutivos. En la evolución de la conciencia universal esos niveles se representarían como una figura concéntrica ya que cada nivel es una totalidad que incluye las totalidades menores y a su vez es parte de una totalidad mayor.

Para fines prácticos podemos imaginar el desarrollo individual como una escalera de nueve peldaños, con el escalador que asciende por ella, y las diferentes visiones o escenarios que nos ofrece cada peldaño, los cuales representan cada uno de los nueve fulcros o estadios del desarrollo descritos por Wilber.

Esto nos recuerda, dice Wilber, que los distintos componentes fundamentales de la conciencia surgen en estadios discretos: si destruimos un peldaño inferior todos los peldaños por encima de él se verán también dañados. De la materia (fisiosfera) emerge la vida (biosfera) y de la vida emerge la mente (noosfera), es decir, en una primera instancia el individuo se diferencia del universo puramente material para identificarse con el mundo de los impulsos y las sensaciones, y así sucesivamente hasta llegar al nivel último. Este ordenamiento es intercultural e irreversible, no presenta excepciones y no hay condición social que pueda cambiarlo. Porque la metáfora de la escalera es útil para representar el ascenso de la conciencia, pero en realidad, en el proceso de organización holoárquica, los niveles superiores no se asientan sobre los inferiores, sino que los incluyen como parte de su ser, de la misma manera que la célula incluye a las moléculas y las moléculas incluyen a los átomos.

Con la metáfora de la escalera, Wilber pretende subrayar que no se puede invertir el ordenamiento de las estructuras básicas de la conciencia: los peldaños inferiores no se pueden apoyar sobre los superiores, y el escalador no puede llegar a un peldaño superior si no ha pasado antes por los inferiores.

En cada nivel de su ascenso por la conciencia, el individuo debe completar un ciclo de tres fases: 1) la fusión con la estructura propia del peldaño o fulcro correspondiente, 2) La diferenciación de dicha estructura conforme a circunstancias propias de cada fulcro, y finalmente 3) la integración de la estructura al yo global, que a su vez inicia el proceso de fusión con la estructura del fulcro siguiente. En el último nivel, ya no hay un estadio superior con el cual identificarse, por lo que la tercera fase de este escalón, es el auténtico salto al vacío: el escalador deja totalmente de lado la escalera, el yo global se desidentifica y se funde en la Unidad.

Este ciclo trifásico es necesario e ineludible, por eso el ascenso por los peldaños de la conciencia no se puede revertir ni alterar. Sólo si el individuo resuelve eficazmente todos los temas de un peldaño en cada una de las tres fases, pasa al siguiente y reinicia el ciclo trifásico, en otro nivel. Sin embargo, es posible (y sucede) que en cualquiera de las subfases se de una fragmentación del yo global, y que una parte del mismo quede disociada, reprimida o alienada. Esta experiencia traumática provoca una patología característica del peldaño en que se halla. En la mayoría de los casos el individuo proseguirá su ascenso por los siguientes fulcros del desarrollo, pero esa parte desgajada del yo se queda anclada en el fulcro donde ocurrió el trauma, no crece, sigue interpretando el mundo con las categorías propias del estadio en que ocurrió la disociación, y boicotea el ascenso del yo global con síntomas patológicos.

Esto significa que si bien, la evolución de la conciencia hacia la Unidad es un Plan Divino, el individuo tiene libertad de elección. Cada fulcro es una bifurcación en el camino de la conciencia, y el individuo decide qué opción tomar. Todas las opciones llevan al destino final, pero unas son más complicadas que otras; y, si alguna parte se atora en el camino, habrá que recuperarla en algún momento, porque nadie se va con asignaturas pendientes. Y la única manera de acreditar un estadio de la evolución de la conciencia es vivir y resolver plenamente los temas que corresponden a cada fase del ciclo trifásico, hasta disolver el nivel del ego en ese estadio y alcanzar la identificación con el siguiente.

Wilber considera que la pertinencia de la intervención terapéutica se funda precisamente en estos riesgos del escalador de la conciencia. Es un asunto de economía, dice Wilber: El individuo dispone de la energía necesaria para transitar de un peldaño a otro hasta llegar al final de la escalera. Digamos que la energía es de 100 unidades. Cuando una parte del yo global se estanca, utiliza 10 unidades para mantenerse en ese estado, y el yo global utiliza otras 10 tratando de arrastrar a la parte estancada, por lo que sólo le quedan 80 unidades para seguir su ascenso. Y si consideramos que, cada disociación va a generar una reducción similar de la energía, si no se reintegran las partes estancadas, llegará un momento en que no habrá energía para continuar el ascenso. La intención fundamental de toda intervención terapéutica –afirma Wilber- es ayudar al individuo a reintegrar esas partes del yo global estancadas en fulcros anteriores, que en algún momento del proceso pueden llegar a frenar el desarrollo.

Desde esta perspectiva, Wilber cuestiona los enfoques de desarrollo que asumen lo que él denomina “el modelo de un solo paso”. Estos enfoques ponen en un extremo al ego, que es muy malo, y en el otro todo lo que no es el ego, que es divino. En consecuencia, para alcanzar la conciencia cósmica hay que deshacerse de lo negativo, y por lo tanto, la evolución de la conciencia se debe enfocar a la muerte del ego.

El modelo de un solo paso es reduccionista, según Wilber, porque sólo toma en cuenta el punto de partida y la meta, y descarta la necesidad del proceso. Con base en lo expuesto en la primera sección de este ensayo, considero que lo que subyace a las visiones de un solo paso es el modelo de la medicina convencional, extrapolado al plano psíquico y espiritual: la enfermedad es alteración del estado sano normal; para volver al estado sano, hay que eliminar el síntoma patológico con el tratamiento adecuado. Si todo lo que me divide y separa es lo que constituye al ego, hay que destruirlo con prácticas que nos lleven a la experiencia cumbre, y así volveremos al estado de Unidad.

Para Wilber el desarrollo de la conciencia no se alcanza destruyendo al ego sino trascendiéndolo completando el ciclo trifásico en cada nivel de conciencia: la identificación del ego con la estructura de la conciencia en un peldaño de la escalera implica el cumplimiento de tareas específicas que devienen en su diferenciación, la forma específica del ego como una totalidad propia de ese nivel de conciencia se disuelve pero no desaparece, es reabsorbida como parte de una totalidad mayor que constituye el siguiente nivel de la conciencia, y así va ascendiendo de los niveles físicos, psíquicos y sociales, hacia los niveles espirituales de la conciencia, hasta llegar al nivel en que el ego ya no es necesario, el escalador puede prescindir de la escalera para ser reabsorbido por la Realidad final que incluye a todas las totalidades. Aún en el caso de que ciertos estadios menores de la evolución de la conciencia puedan ser superados por un ascenso brusco y rápido, la conciencia deberá volver atrás para asegurarse que el sustrato omitido se integra efectivamente en el nuevo nivel. Una mayor velocidad en el ascenso no elimina los pasos sucesivos en sí. Si bien una persona puede tener, en los niveles menores, experiencias que le permitan vislumbrar los niveles espirituales de la conciencia, deberá crecer y desarrollarse para poder integrarlas en su propia estructura y asentarse en ellas.

Los estancamientos que frenan el desarrollo de la conciencia, en la teoría de Wilber, se corresponden con los conglomerados de tiempo psíquico congelado que describe Bárbara Brennan, los cuales son resultado de los intentos de evitar el sufrimiento ante experiencia traumáticas de los primeros años de vida. En consecuencia, cuando a lo largo de mi vida me encuentro ante experiencias que asocio con aquella que generó el congelamiento, las vivo con la misma intensidad y reacciono protegiéndome como lo hice en aquella ocasión. Esto implica que, mientras el individuo crece y se desarrolla en algunos aspectos, en otros permanece en un nivel infantil, lo que Wilber describe como partes disociadas del yo estancadas en un nivel de conciencia inferior al que va alcanzando el yo global. Estos conglomerados de tiempo psíquico congelado constituyen también las carencias que, desde la perspectiva de Dethlefsen y Dahlke, son el origen de la enfermedad, con la cual la conciencia me informa de los desequilibrios que necesito atender para avanzar en el camino de la salud que es el equilibrio y la plenitud que alcanzan su total desarrollo en el estado de iluminación.

La pretensión de restablecer el equilibrio eliminando la negatividad y el ego, de la misma manera que la medicina convencional pretende restablecer el estado normal del organismo eliminando el síntoma, reproduce la estrategia evasiva que generó el estancamiento, y profundiza la separación que pretende superar. Porque en la base del modelo de un solo paso, como en la práctica médica de combate al síntoma, subyace el miedo al dolor y a la muerte, y el rechazo de la parte oscura del ser humano, rechazo que expresa la polaridad entre lo bueno y lo malo, lo deseable y lo inaceptable. Y mientras más rechazo cualquier parte de mi ser, más me alejo de la Unidad.

Para bárbara Brennan la sanación es el proceso de liberación de la energía creadora que se queda estancada en los conglomerados de tiempo psíquico congelado. El principio fundamental de la intervención sanadora -y en esto coinciden los maestros sanadores cuyas reflexiones integra Larry Dosey en La nueva salud- es canalizar la energía universal y permitir que circule por el campo energético del paciente, compensando los desequilibrios que produce el estancamiento (acumulación excesiva de la energía en unas partes del campo energético, y flujo deficiente en otras), lo que dará por resultado el restablecimiento paulatino del libre flujo de la energía creadora.

Los puntos de entrada para esta intervención, dependiendo de la técnica con la que se trabaje y la situación concreta del paciente, son aquellas partes del cuerpo físico y del campo energético en las que se manifiestan los bloqueos de la energía. El restablecimiento del flujo energético abre mi sensibilidad a todo eso que quise evitar, lo cual supone volver a tocar el dolor, el miedo, la ira, lo que sea que haya encerrado con ese bloqueo, y en ese proceso se restablece también mi capacidad de experimentar y expresar los sentimientos y la energía creadora reprimidos.

El síntoma no representa, ni para el sanador ni para el sanado, un enemigo a vencer. Es un mensajero eficiente y responsable, que ha estado esperando a ser escuchado, intentando llamar mi atención, ensayando diversas formas de expresión que yo pueda entender, y una vez que haya entregado su mensaje se irá. Tal vez se ha quedado tanto tiempo esperando a ser escuchado, que será pertinente una intervención específica para recordarle que es hora de irse, pero no necesita ni permite que se le expulse por la fuerza y con desprecio; un mensajero responsable y eficiente, no se merece ese trato.

De esta manera, la enfermedad y el dolor, tan temidos y atacados por las prácticas curativas que se apegan al paradigma de la medicina convencional, constituyen parte necesaria del camino, puerta de entrada, mapa y guía del proceso de sanación. Guiado por la experiencia presente, puedo volver a esa parte de mí que se quedó rezagada en mi ascenso por los niveles de la conciencia, para ver y concluir lo que dejé pendiente. La posibilidad de la sanación depende de mi intención de contactar y reintegrar las partes disociadas de mi ser, desde el lugar donde ahora me encuentro. No regreso a repetir mecánicamente la experiencia traumática, ni a pelear con la estrategia defensiva que en su momento fue el mejor recurso disponible. Regreso a iluminar la oscuridad que envuelve la herida, para ver lo que no he querido ver, para recibir y descifrar el mensaje de la enfermedad, para atender mis heridas con el cuidado y respeto amorosos que hoy soy capaz de darme. Y confío en que puedo hacerlo, en parte, porque soy un adulto -con asuntos pendientes, pero adulto al fin- y también porque sé que no estoy solo. La misión del sanador es acompañar al sanado en ese proceso, ayudándolo a canalizar la energía amorosa, a iluminar lo que haya que iluminar, para ver lo que necesita ver, a abrir lo que haya que abrir para que salga y entre lo que tenga que salir y entrar.

Y así, como coinciden en señalar los maestros, la intención de la intervención sanadora va más allá del trabajo con el síntoma, hacia el restablecimiento del flujo del amor, con la intención de alinear al individuo con la intención de la Conciencia Universal, limpiando e iluminando cada parte de mi ser, permitiendo que cada célula, cada átomo reciban y atestigüen el mensaje de la enfermedad y el dolor: La Única Realidad que abarca a todas las realidades es Dios y no puede haber realidad fuera de Dios. En la medida que mi ser atestigua en cada nivel de conciencia la Unidad de la Realidad, avanza hacia el destino final de la evolución: La creación de totalidades cada vez más inclusivas que terminan fundidas en La Única Realidad que incluye a todas las totalidades (Wilber), en el estado de iluminación (Dethlefsen y Dahlke), en el cumplimiento de la Voluntad Divina de que todos seamos uno (Jesús).

Desde esta perspectiva, la sanación es el proceso de reintegrar las partes disociadas del ego en el ascenso del individuo por los niveles sucesivos de la conciencia para completar el proceso evolutivo hacia la fusión con la Totalidad-Ultima-que-incluye-a-todas- las-totalidades.

En este sentido, la sanación es, como afirmaba al principio, un recurso del que el terapeuta psicocorporal humanista puede echar mano cuando el contexto de la intervención terapéutica muestra su pertinencia, y al mismo tiempo, constituye un horizonte para la terapia psicocorporal humanista: la visión de un destino final que me sirve de referencia para orientar mi proceso de desarrollo y el acompañamiento del proceso de mi paciente; un punto de referencia que, como el horizonte geográfico, se aleja a medida que me aproximo a él. Es el corazón del dragón de cien cabezas que constituye mi proceso de crecimiento, con temas que hoy me parecen resueltos y mañana resurgen con mayor intensidad, con síntomas que ayer creí derrotados y hoy resurgen en un cuadro más complejo. Es el amor que ilumina lo que me separa y aleja de la Unidad, y lo sana con el perdón. Es la parte específicamente humana de la evolución del Universo. Porque: el desarrollo de la conciencia hacia la fusión en la Totalidad Única que incluye a todas las totalidades, es el Plan Divino, las desviaciones y estancamientos son parte de la naturaleza humana, y ayudarnos unos a otros a reencontrar el camino es la razón por la que estamos aquí.

3. Qué no es la sanación

Tres santos profetas caminaban de un pueblo a otro conversando acerca del poder de la oración, cuando vieron a la orilla del camino el esqueleto de un burro. Uno de ellos se acercó al esqueleto se postró y pidió:

– Dios compasivo y misericordioso, haz que estos huesos se vuelvan a cubrir de carne.

Y al instante los tres vieron maravillados cómo de los huesos brotaban tejidos que formaron músculos arterias, tendones, y aquel esqueleto quedó convertido en el cuerpo de un burro desollado. El segundo profeta, también se postró y pidió:

– Dios compasivo y misericordioso, haz que este cuerpo desollado se vuelva a cubrir de piel y pelo como cuando estaba vivo.

Y de los músculos brotó la piel y el pelo, y los profetas vieron en el lugar del cadáver a un burro muerto incorrupto.

Finalmente, el tercer profeta postrado en oración pidió:

– Dios compasivo y misericordioso, haz que este burro vuelva a la vida, si eso es bueno para nuestras almas.

Y los tres profetas vieron cómo el cadáver del burro se iba deshaciendo hasta que sólo quedó polvo en el lugar donde habían encontrado el esqueleto.

(Cuento comunicado al autor por Abdul Karim Mujaidin al Yerraji, derviche de la orden sufi Halveti Yerraji)

Esta parte del trabajo debería ser la conclusión, pero no quiero utilizar ese título en un trabajo sobre un tema como la sanación. Prefiero pues cerrar este ensayo planteando algunos obstáculos que mis introyectos sobre la salud y la enfermedad pueden presentar a mi propio proceso de sanación y a mi posibilidad de ayudar a otros a sanar.

Combatir el síntoma

El concepto medicocentrista de salud y enfermedad es una manifestación colectiva de la reacción del individuo ante el dolor: evitarlo a la brevedad posible y al precio que sea.

Como parte de una sociedad que rechaza cualquier forma de dolor, estoy acostumbrado a protegerme y proteger a los que quiero evitándoles el dolor. La comprensión del lenguaje del síntoma y el reconocimiento de la dimensión espiritual de la enfermedad abren la posibilidad de relacionarme de manera amorosa con el dolor, pero la línea divisoria entre compasión y sobreprotección es muy tenue.

Y en el fondo del combate al síntoma, se encuentra la estigmatización de la enfermedad, que deviene en culpabilización del enfermo. La liberación de la ira reprimida ante la enfermedad es un momento necesario en el proceso de sanación; pero mantener el combate como una postura ante el síntoma, implica el juicio y condena del camino que me ha llevado al punto en que estoy. Al pretender ayudar o ayudarme eliminando al síntoma, me aleja cada vez más de la compasión que es el principio de la sanación.

Mi posibilidad de ayudar a otros a sanar es directamente proporcional a mi posibilidad de aceptar y transmutar amorosamente el síntoma en mi propio proceso de sanación. Mi reacción en contra del síntoma es una carencia que también necesito sanar y el camino para esta sanación es la fuerza de la humildad y la fe: Todo lo que me toca vivir, es mi camino hacia la Unidad, y sea como sea, es el mejor camino para mi alma.

Apego al resultado

La enfermedad es el camino a la sanación y el estado sano es el final de la experiencia humana. Para llegar a esa meta es necesario recorrer uno a uno los peldaños de la escalera de la conciencia resolviendo lo que me toca resolver en cada peldaño. No hay atajos ni pases automáticos.

Esta certeza de la liberación final me ayuda a aceptar con paciencia y amor lo que me toca vivir, porque todas las situaciones que se me presentan son bendiciones, la vida es siempre la misma miel, aunque a veces para mí tenga sabor amargo.

Al mismo tiempo, el saber a dónde voy, me genera la tentación de acortar el camino, o forzar el paso para llegar lo más pronto posible. Así como en un momento me exijo protegerme del dolor a cualquier precio, en otros momentos me exijo resolver de un golpe lo que tenga que resolver y llegar a la meta por la vía fast track.

Con esa misma exigencia puedo apresurar el paso del paciente, pensando que si yo ya me di cuenta a dónde tengo que ir, y todos vamos hacia el mismo destino, puedo facilitarle el camino evitando las desviaciones y los retrasos.

Necesito en todo momento apelar a la humildad y a la auténtica sabiduría de mi ser superior, para aceptar que, el camino al cielo pasa necesariamente por la Tierra, y mi trabajo en la Tierra es vivir plenamente lo que me toca vivir. Hoy la meta es el camino, el resultado futuro de mis acciones presentes, ya es una realidad en la Eternidad, mi responsabilidad aquí y ahora es atestiguarlo y permitir que ocurra, no apresurarlo.

Arrogancia

El poder viene de Dios y Dios es la Realidad Única fuera de la cual no puede existir nada. Por lo tanto, yo soy Dios y tengo poder. Esta es la verdad que todos los maestros espirituales nos comunican, y es una verdad demasiado profunda para ser comprendida por la conciencia separada.

Dios quiere que yo sea copartícipe de la creación y permite que mi intención se materialice, y esto me pone ante la tentación de creer que soy yo quien hace las cosas. Me complace pensar que mis manos curan y eso puede ser verdad si permito que la energía amorosa emane de ellas; como el Amor viene de Dios, la Salud sólo puede venir de Él, y es parte del Plan Divino que los humanos recibamos unos de otros lo que necesitamos y, en última instancia, siempre recibimos de Dios. Y al ser copartícipe de la creación, mi núcleo divino se alegra porque es su naturaleza alabar a Dios en sus criaturas. Pero es muy fácil confundir ese gozo auténtico con la arrogancia del ser inferior.

Ante esta tentación el único camino que veo es la oración y la meditación y mi propio proceso de sanación. En la oración, reconozco que tengo necesidades, hay una realidad superior que me provee de lo necesario para satisfacerlas, y lo pido porque es mi responsabilidad pedir y recibir lo que necesito, y agrego “si es bueno para mi alma”, porque Dios me escucha y me concede lo que pido, y le doy las gracias porque es bueno para mí ser agradecido. En las diversas modalidades de meditación, busco el contacto con quien realmente soy y puedo percibirme como parte de un Universo que es emanación del Amor. Y con la práctica constante de la oración y la meditación, voy aprendiendo a ver mi pequeñez (uno entre los millones de seres de una entre millones de especies, entre los millones de formas de existencia que constituyen este Universo) y mi grandeza (emanación del Amor). Como sujeto de la sanación, puedo ver de manera muy concreta que mi posibilidad de ser sanado depende de mi alineación con el flujo de la Energía Creadora Universal. No es ésta energía la que se desvía de mi camino, ni es el sanador quien va a encauzarla para que llegue a donde yo la espero; soy yo quien necesita estar ahí, donde el amor, la salud y todo lo que necesito manan en abundancia, y soy yo quien necesita recibirla. En la medida que mi voy alineando mi voluntad con la intención del Plan Divino, puedo confiar en que el Poder actúa por mi conducto para ayudar a otros a sanar, y puedo regocijarme por los resultados –cualesquiera que sean- porque, finalmente, toda alabanza procede de Dios y toda alabanza es para Él.

REFERENCIAS

Dethlefsen, Thorwald y Dahlke, Rudiger (2000) La enfermedad como camino, un método para el descubrimiento profundo de las enfermedades, Plaza y Janes, España.
Wilber, Ken (1989) El proyecto Atman, Kairos, Barcelona
(1996) Breve historia de todas las cosas, Barcelona
Curso de Patología General. http://www.odon.edu.uy/cafispat/salud/saludyenf.htm (Web de la Universidad Nacional de Uruguay)
Brennan, Bárbara Ann (1990) Manos que curan, El libro guía de las curaciones espirituales, Martines Roca, Barcelona, 15ª reimpresión exclusiva para México, Editorial Planeta, Mëxico, 2005
(1993) Hágase la luz, Nueva Era.
Dossey, Larry (1989) La nueva Salud, Kairos La nueva conciencia

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