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Los juicios y las críticas: ¿Una bendición?

Los juicios y las críticas: ¿Una bendición?

Aurora Del Villar

Tomado de Notas de camino a casa, 2013

La sombra, como sabemos, constituye esa parte de la personalidad, generalmente inconsciente donde radican nuestros peores defectos, nuestras características menos aceptables, aquello que más trabajo nos cuesta reconocer de nosotros mismos y, a veces, de los demás.

Lo cierto es que la sombra existe. Todos los seres humanos tenemos una. En absolutamente todos hay potencial nato para la maldad y la negatividad y la diferencia entre una pequeña travesura y un crimen, es sólo cuestión de grado. Claro que tú, que lees estas líneas, seguramente no eres una persona tan “mala” como un genocida o un verdugo. Yo tampoco lo soy. Pero tanto en ti como en mí radica la posibilidad de hacer daño a otros y/o a nosotros mismos.

En esta entrega me referiré a una de las maneras como mejor se expresa la sombra: los juicios. Esas críticas despiadadas que, con enorme facilidad, nuestra sombra se despacha a la menor provocación.

Cuando no son revisados con cuidado, los juicios que hacemos a otras personas, pueden convertirse en piedras que evitan el sano desarrollo psíquico, emocional y espiritual de esos seres humanos. Pero si tomamos al toro por los cuernos y hacemos un riguroso auto examen, esas mismas piedras pueden pavimentar nuestro camino hacia el auto conocimiento. ¡Ahí está la bendición de los juicios!

¿Pero en qué cabeza cabe que algo tan destructivo, como una crítica despiadada, puede ser una cosa buena? te preguntarás. Me explico: Pongamos por caso que estamos en una reunión muy interesante y alguien hace una intervención que nos parece tonta y superficial. Sin querer, casi inadvertida, surge la vocecita dentro de nosotros “Ay, este es un baboso de primera”. O vamos por la calle y una persona vestida de manera que pensamos estrafalaria y vulgar pasa a nuestro lado: “¡Híjole, se escapó de un circo!”, dice la voz de nuestro juez interior.

Podemos hacer dos cosas: reírnos y seguirnos en una andanada de comentarios destructivos o acallar esa voz porque sabemos que su negatividad trae muchos problemas.

Te propongo una tercera posibilidad. Cuando de tu parte más oscura salga una crítica inmisericorde, haz un alto y pregúntate lo siguiente: ¿Cuál es el anhelo mío al que no le he puesto la debida atención?

Quizá esa persona que en principio se juzgó “babosa” es desinhibida y se atreve a expresar sus puntos de vista sin temor a equivocarse. Y en mi juicio hacia ella se esconde mi deseo profundo de tomar esa clase de riesgos y atreverme a ser no tan lista delante de otros, pues eso me permitirá aprender sin tener que aparentar que entiendo todo perfecto.

La persona que se viste de manera estrafalaria quizás esté tocando una pequeña fibra en mí, a la que le gustaría relajarse un poquitín y fijarse menos en las apariencias y lo que piensan otras personas.

Y así al infinito. Cada juicio que mi pequeño e implacable juez interior expresa, en realidad esconde un bello deseo de ser más libre. Cada crítica cruel, encierra mi anhelo de quitarme máscaras. En mis comentarios (o pensamientos) hirientes hacia lo que otro dice y/o hace, subyace la voz de mi Ser Real que me dice: “bendice a esa persona, porque te está enseñando algo que, de alguna manera, te gustaría tener, hacer o ser”.

Claro que no me refiero a opiniones objetivas de cosas que para nosotros son inaceptables, sino a esa parte que se burla del otro porque no es perfecto. Desde luego, se vale no estar de acuerdo con los demás o no gustar de lo que a otro le agrada. Esos no son juicios, sino opiniones. Para mayor claridad: las opiniones válidas, dejan de serlo en cuanto se cargan de crueldad, cizaña o ironía.

Y lo mismo aplica para los auto juicios. Si me digo cosas terribles y me califico severamente, mejor es que agradezca a esa voz su participación y, desde mi parte más luminosa (que también todos tenemos), me ponga a averiguar qué deseo escondo por debajo de mi exigencia de perfección.

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