Por Andrea Negrete Cantero
Resumen
Este artículo ahonda en la experiencia vivencial corporal de una mujer que sufre acoso sexual verbal laboral. A través de un estudio de caso, se recoge información sobre el impacto corporal y emocional que se vive como resultado de este tipo de violencia. Se hilvana el tema mirándolo desde lo social, para ampliar el conocimiento de los conceptos pero además, desde la corriente humanista corporal y el trauma, para poner en contexto el uso de la desconexión como mecanismo de defensa y la necesidad de la reconexión corporal como mecanismo de prevención.
Palabras clave: acoso sexual verbal, humanismo corporal, trauma, disociación, desapropiación corporal, arraigo, conexión corporal.
Introducción
Las mujeres de entre 21 y 40 años de la Ciudad de México, son quienes sufren más veces de acoso de muy diversos tipos, tanto en la vida privada como en la vida pública; a causa de esto, hacen modificaciones corporales conscientes e inconscientes, entre otros cambios, para poder enfrentarlo y encontrar algo de seguridad en los diferentes ámbitos o, al menos, para sentirse menos ansiosas en estas situaciones. En mi opinión, una de las adaptaciones creativas que hace la mujer para este tipo de violencia es la desconexión entre cuerpo, mente y emociones, de manera que, en muchos casos, aunque la culpa es del agresor ellas no logran advertir, prevenir, ni parar situaciones de acoso sexual verbal, además la invisibilidad que le otorga el uso inadecuado del lenguaje, la poca relevancia que la sociedad le ha dado a los mensajes lingüísticos de acoso, las estructuras de poder en lo laboral, más la desigualdad económica que viven las mujeres, abona a esta desagradable y cotidiana experiencia.
El acoso sexual verbal es tan ignorado que casi el cien por ciento de los casos queda impune; quisiera pensar que, si se pone el reflector en el impacto del uso inapropiado de los mensajes lingüísticos y el papel que juegan en la conformación de la violencia, así como en la importancia de reconectar el cuerpo, la mente y las emociones, a través del trabajo corporal, para detectar y prevenir situaciones de violencia, quizá se podría atajar esta problemática que afecta importantemente a las mujeres.
Aunque el acoso sexual es un tema amplio, para efectos de este artículo solo me referiré a la modalidad verbal en la vida laboral, usando como referencia un estudio de caso que plantea la experiencia de una mujer de la Ciudad de México, en el rango de edad especificado.
¿Por qué abordarlo desde lo verbal?, porque el lenguaje es creador de percepciones y realidades, ponerlo en esta perspectiva nos ayuda a observar los pensamientos e ideas colectivas, las cuales forjan identidades y conductas sociales y, por lo tanto, son generadoras del clima social actual. Pérez (2004) afirma que la lengua puede ser un instrumento de cambio, de transferencia de conocimiento y cultura, pero también puede ser un medio importante de expresión de desigualdad y discriminación.
Sobre el marco teórico, este artículo revisa diferentes fuentes y autores desde lo social, para ampliar el conocimiento de los conceptos pero, además, se enmarca en la corriente corporal y en el trauma, lo que sirve como guía para identificar cómo la mujer vive su cuerpo y, permite poner en contexto las razones de la desconexión y la necesidad de la reconexión corporal.
Cuando hablo de lo corporal, me refiero a: sensaciones, percepciones internas, movimientos, incluso emociones. Lo corporal no es una parte del cuerpo en particular, sino el todo en el que habito y experimento el mundo y a mí misma. Además, estoy convencida de que revisar el tema desde la experiencia corporal resulta una oportunidad importante para empezar a intervenir en la prevención. En mi opinión, ayudar a las mujeres a percibirse y percibir esta forma de violencia les permitirá abrir una puerta más a su seguridad, lo que resulta no solo interesante sino necesario.
Hasta este punto, para lo que valga, es también importante señalar que el acoso es un delito tipificado en los ordenamientos jurídicos de nuestro país y que, por lo tanto, son conductas que acreditan diversas sanciones; sin embargo, en la práctica, las instituciones de justicia no demuestran una real preocupación por el tema, por el contrario, revictimizan a las denunciantes lo que cancela su derecho a la sanación emocional a través de la impartición de justicia.
Finalmente, ampliar el conocimiento corporal, así como detenerse ante las evidencias e implicaciones que tiene el uso inadecuado del lenguaje en el pensamiento y el comportamiento del individuo me ayuda a pensar que este artículo puede seguir abonando a la construcción de una realidad más sana que busque evitar este fenómeno social inicuo.
Conciencia corporal: ¿por qué hablar del cuerpo?
Es una verdad que resulta imposible dividir la mente del cuerpo. Sin embargo, desde siempre, a excepción de algunos, se ha desatendido e ignorado al cuerpo como medio de auto conocimiento y como una poderosa herramienta para acceder al inconsciente, para conectarnos, para evolucionar y para trascender. Cultivar la mente ha sido privilegiado como si fuera lo único relevante sobre nosotros. Según Platón, el cuerpo es la cárcel del hombre, un estorbo para el alma porque impide la visión de las ideas. Y en la sociedad actual, se ve y se trata al cuerpo solo como una herramienta moldeable según los estándares de belleza o como una máquina que debe de mantenerse inalterable para ser valioso, pero no se cultiva una mirada desde el interés real de habitarnos y escuchar la más sutil de las señales; no se mira desde el medio de comunicación y conexión que verdaderamente es.
Dice Lowen (2005), el cuerpo de un individuo nos dice mucho sobre su personalidad. El porte, la expresión de la mirada, la posición de la mandíbula, la postura de la cabeza y la disposición de los hombros son solo algunos de los muchos indicios de carácter a los que reaccionamos inconscientemente. En este sentido, es fácil suponer que el cuerpo es capaz de ofrecernos información adicional a la que no tendríamos acceso de manera consciente.
Pero, además, dice Rodríguez (2010), experiencias como caminar sin tropezarse o vestirse, etc., involucran un awareness en su estado prerreflexivo o no-perceptual (…) esta experiencia corpórea, cimentada en una intencionalidad prenoética, indica una implementación de una “conciencia habitual” que recrea una “pasividad práctica”. Se trata de una pasividad cimentada en una intencionalidad que se va formando gracias al “esquema corporal” o al modo en que el sujeto en cuanto a ser corporeizado (embodiment), en un entorno práctico, se va habituando para darle un estilo (un esquema de comportamiento). Con este contexto entonces podemos decir que la percepción corporal es además un medio de contacto inmediato del sujeto con su mundo exterior. Y, por eso, importa hablar del cuerpo y de las sutilezas que nos ofrece, no solo desde su forma o apariencia, o desde el medio de comunicación para vender.
En bioenergética, Alexander Lowen, establece que la información obtenida del cuerpo de los pacientes, así como los patrones de tensión muscular, sirven como herramienta de diagnóstico para actualizar la consciencia de los conflictos que sufre el individuo, los cuales se manifiestan somáticamente. Asimismo, la información psicológica guía el proceso del diagnóstico, y se utilizan las intervenciones psicológicas para facilitar cambios físicos en los cuerpos de los pacientes y consolidar los cambios psicológicos provocados por las intervenciones físicas. (Lowen, 2005, p. 7). Entonces poner atención al cuerpo, permite fomentar la evolución, la trascendencia, la sanación.
El cuerpo es el mensaje: apuntes para debate
El cuerpo comunica en todo momento, una mirada, una postura, un gesto, pero estos mensajes no necesariamente concuerdan con el contenido de nuestras palabras y este proceso puede ser incluso inconsciente. Siguiendo a Merleau-Ponty, el cuerpo “es un conjunto de significaciones vividas”. El cuerpo, por su sola presencia, pero también por su ausencia, semiotiza al mundo, lo hace significar, le da sentido. (Finol, 2016) Y en este entendimiento, es cuando nos damos cuenta de que se convierte en la puerta de acceso a la huella que esas significaciones tienen en nosotras y que muchas veces no viven en la superficie, ni tenemos acceso consciente a ellas.
Entonces se debe de mirar nuestras acciones corporales con o sin intención comunicativa pues son coextensivas a un universo de símbolos y, a su vez, al microuniverso simbólico propio de la comunidad en la que nos hallamos circunscritos. Castañer (2001)
Es así como, a pesar de todo, el cuerpo emerge como fuente de comunicación y aunque se acostumbra solo a verlo en los momentos de intercambio o necesidad, en realidad, siempre está presente y observante, es una suerte de repositorio experiencial con memoria celular. Agrega Castañer (2001), le hemos reservado un estatus inferior al del habla verbal aun a pesar de estar siempre en escena.
He aquí que importe hablar del cuerpo y observarlo también durante actos de violencia incluida la verbal. He aquí la trascendencia de debatir sobre el lugar dónde se ha puesto al cuerpo de la mujer, cómo se le trata y cómo se le ha reducido solo por su sexualidad.
“La cosificación sexual es la reducción de una mujer en su cuerpo o partes de éste con la percepción errónea de que su cuerpo o partes del mismo pueden representarla en su totalidad (Bartky, 1990). La cosificación se produce cuando se separan las funciones o partes sexuales de una mujer de su persona, instrumentalizándola o reduciéndola a dichas partes sexuales (Fredrickson y Roberts, 1997).” (Sáez, Valor-Segura, & Expósito, 2012, p. 42). Y ¿qué es, si no, cosificar a la mujer al momento del acoso? Desde la mirada feminista se ha resaltado el papel que tiene lo social en la construcción de la imagen de la mujer, pero no solo eso, sino que también se ha puesto énfasis en cómo la mujer se adueña, rechaza, somete o reduce la consciencia de su cuerpo, de manera que evita tocar los estados internos corporales, ya sea porque le provocan vergüenza, ansiedad o miedo, lo que conlleva a deshabitarlo sin siquiera ser consciente de ello. Es normal no percibirme en situaciones de violencia porque es lo que se puede hacer para “evitarlas”.
En este punto, me parece pertinente incluir la visión de Sáez, Valor-Segura, & Expósito (2012) quienes señalan que la continua exposición a situaciones en las que las mujeres son sexualmente cosificadas hace que éstas se perciban a sí mismas como objetos, interiorizando la mirada de un observador externo. Y normalizar esta mirada, ha dejado vulnerable a la mujer a eventos sexistas de todo tipo, en los que el sentimiento de intimidación, inutilidad e inseguridad ante la cosificación y la desigualdad, han fomentado cambios de comportamiento inconsciente. En el mejor de los casos, la mujer se adueña medianamente de sí misma gracias a su contexto que le da cierto soporte para hacerlo, pero la realidad de nuestro país es que la cosificación de las mujeres está tan normalizada, que no hay, entre otras cosas, una verdadera diferenciación ni entendimiento entre las aproximaciones explícitas deseadas, de las no deseadas.
En esta línea de normalización, no es ajeno escuchar en lo laboral comentarios que hablan sobre el vestuario de la mujer, sobre su peso, sus elecciones de vida o lo que hizo para “merecer” el puesto en el que se desempeña. Todo desde un lugar de superioridad o pertenencia, que como menciona Reverter (2001, p.42) se empieza a entender que para llegar a un cambio político que pueda recoger las demandas de las mujeres no es suficiente con una igualdad legal, sino que es urgente una masiva reorganización de lo simbólico. Haciendo énfasis en el discurso, en el lenguaje y en el cuerpo porque la corporalidad es aprendida, no solo de manera vivencial, sino también en lo social, en lo cultural, en lo familiar, en lo académico; la ideología y estereotipos de género son comunicados desde la infancia y es, desde esta etapa, que interiorizamos la manera de vernos e identificarnos a partir de la corporalidad. Señala Reverter (2001, p.41) que la estructura corporal es un aspecto fundamental de la lucha feminista. El cuerpo es, como las feministas vienen señalando desde los 60, el punto de intersección entre lo físico, lo simbólico y lo material (…) el cuerpo no es, por tanto, una entidad individual, sino significativamente social, cultural y política.
Trauma: una historia de resistencia
¿Por qué incluir el trauma como parte de la mirada al acoso sexual verbal? Porque sufrir acoso sexual como parte de la vida cotidiana provoca un trauma. Cabe aclarar que, aunque este artículo solo abarca lo laboral, el acoso sucede recurrentemente en las diferentes esferas de la vida, por lo que su impacto es más profundo de lo que se abarca. Así pues, el abordaje e intervención de este tipo de violencia también debería de documentarse desde esta herida.
Dice Thomas Hübl la esencia del trauma es haber recibido un impacto que es demasiado para mí, que me lleva a una contracción, a un aislamiento y, por ende, una parte de mi energía vital está contaminada, por lo que hay una herida en la pertenencia y en el llegar a ser. (Freigeiro, 2016). Gabor Mate, médico y escritor, complementa diciendo durante sus conversaciones en el lanzamiento de su documental “The Wisdom of Trauma” en junio de 2021, que el trauma no es el evento que se experimenta en sí, sino la respuesta de nuestro sistema nervioso a una situación abrumadora, que esta respuesta está hecha para poder sobrevivir al entorno; es también la desconexión de la dimensión humana, es el rompimiento de la conexión, conmigo mismo y con otros.
Y ¿qué pasa cuando soy víctima de un trauma? Mate dice que hay repercusiones importantes, como:
Y yo agregaría que el trauma tiene repercusiones en el cuerpo y es el cuerpo el que tiene la clave para volver a auto regularnos. Tal como sostiene Porges, cuando el ser humano se enfrenta a eventos traumáticos, algunos experimentarán una gran variedad de respuestas autonómicas, como el aumento de la frecuencia cardiaca, sudoración, respiración acelerada o, incluso, un apagón (desmayo). (Teleseminario sobre la teoría polivagal, 2012)
Ferenczi Frankel, (1998) resalta que además de que el trauma es incomprensible, la persona que lo sufre se siente confiada. Es decir, hay una suerte de inconsciencia previa pues no espera que suceda, por lo que después del trauma, la confianza en la benevolencia del mundo exterior se destruye y uno se siente engañado.
Sobre cómo se instaura un evento traumático, Ferenczi dijo que primero se registran las impresiones sensoriales, luego las emociones y las sensaciones físicas, y luego los estados mentales que representan la experiencia de uno sobre el trauma (…) es decir, la memoria permanece fijada al cuerpo.
Herramientas de supervivencia: disociación (desarraigo) y desapropiación corporal
Para hablar de disociación, necesariamente debemos de empezar por mencionar que éste, es un mecanismo de defensa. Estos existen, de acuerdo con Bailey (2017), como el desarrollo psíquico y biológico que tiene el ser humano para defenderse del dolor y del miedo (…) sirven para protegernos de agentes internos y externos patógenos (…) el problema es que crecemos y las circunstancias cambian, quedándose este sistema de defensas obsoleto.
La disociación, según Serrano-Rosa (2019) es desconectar la mente del cuerpo, reducir la capacidad reflexiva durante un momento (…) es una experiencia cotidiana. Y estar distraído, alejado de la realidad, ajeno a lo que está pasando durante un momento no sólo no es negativo, sino que favorece unos momentos de descanso para la mente pensante, siempre y cuando, este viaje sea una escapada breve y su regreso se haga de manera voluntaria. Este mecanismo de defensa, al instaurarse de manera crónica, se transforma en lo que los especialistas llaman disociación disfuncional, como si la persona fuera la que está equivocada, sin embargo, no es la persona, sino el entorno, el que debería de verse como patológico y la persona no tiene otra alternativa más que adaptarse como pueda.
La disociación disfuncional, agrega Serrano-Rosa (2019), es una desconexión de la mente-cuerpo que rompe con el sentimiento de unidad, con la sensación de ser una persona, de tener un yo integrado, donde la vida psíquica y somática funcionan al unísono (…) es actuar como con un sistema de alerta temprana que se activa antes de que el evento traumático llegue. El cerebro, al limitar severamente la participación del juicio cognitivo reflexivo, deja al sistema límbico más o menos libre de usarse a sí mismo como una “línea dedicada” que funciona como lo que Van der Kolk (1995) llama: un detector de humo.
Desde lo corporal, podemos hablar de desarraigo como una forma de disociación. Menciona Bailey (2016) que el desarraigo es estar poco estables y despegados de la propia tierra. No tenemos fundamento, estamos desconectados de nuestros sentimientos y del de los demás (…) una persona desarraigada crónicamente tiene una falta de apoyo interno y muy poca confianza.
En los casos de trauma, en los que una persona sufre de violencia -como el acoso- así como humillación constante, puede encontrar en la disociación y el desarraigo, un mecanismo de supervivencia.
Con respecto a la desapropiación corporal, Salin-Pascual (2018) explica que, en situaciones de estrés prolongado, el sistema cognitivo se colapsa y las personas pueden tener la ilusión de que no poseen su cuerpo, en parte o por completo. Hay pérdida de los recursos físicos, cognitivos y emocionales para poder hacer frente a la situación que los ha colocado en esa desapropiación corporal. Hay una percepción de que todos los objetos que rodean a la víctima, incluyendo su propio cuerpo, son hostiles. Existe una percepción de tortura constante. Hay una sensación severa de desesperanza. Hay aceptación de una creencia de aniquilación inminente, que además es deseada por quien sufre, como salida de esa experiencia. Esto se traduce como que el sistema de oscilación o negociación entre el congelamiento y la activación se ha paralizado, es decir, se ha anulado por completo, y surge la sensación de desposesión completa de todo el cuerpo.
Acoso laboral
De acuerdo con Fontelles Abogados, existen 7 tipos de acoso en el trabajo:
La Comisión Nacional de los Derechos Humanos (2017), en su Guía para la intervención con hombres sobre el acoso sexual en el trabajo y la masculinidad sexista, OIT, 2014, define el acoso sexual como “cualquier comportamiento —físico o verbal— de naturaleza sexual que tenga el propósito o produzca el efecto de atentar contra la dignidad de una persona; en particular, cuando se crea un entorno laboral intimidatorio, degradante u ofensivo”.
Por su parte, la definición del Protocolo para la Prevención, Atención y Sanción del Hostigamiento Sexual y Acoso Sexual en México agrega los siguientes elementos: se considera una forma de violencia que conlleva un ejercicio abusivo de poder, aunque no haya subordinación de la víctima; coloca a la víctima en un estado de indefensión o de riesgo; y se concreta en uno o varios eventos.
Las acciones que constituyen hostigamiento o acoso sexual en la modalidad verbal, de acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos (2017), incluyen: comentarios y preguntas sobre el aspecto, el estilo de vida, la orientación sexual, llamadas de teléfono ofensivas, comentarios o bromas sugestivas, condescendientes o paternalistas, invitaciones no deseadas para sexo o persistentes peticiones para salir a citas, preguntas intrusivas acerca del cuerpo o la vida privada de otra persona, insultos o burlas de naturaleza sexual y amenazas, entre otras.
Sobre los daños que representa esta forma de violencia, en el área física, psíquica y social, agrega el documento, se menciona: estrés, ansiedad, depresión, frustración, impotencia, insomnio, fatiga, disminución de la autoestima, humillación, cambios en el comportamiento, aislamiento, deterioro de las relaciones sociales, enfermedades físicas y mentales, úlcera, suicidio, hábitos adictivos, sufrimiento de un estereotipo negativo, ausentismo, despido en el trabajo, renuncia al trabajo, mal desempeño, así como disminución de la productividad y discapacidad laboral, entre otras.
Normalización de la violencia en el acoso sexual verbal
Podría decirse que, en México, la violencia se lleva en el ADN pues venimos de una mezcla de supervivencia y guerra desde la época de la colonización e incluso desde antes, por lo que la vida en nuestro país se vive a través de la agresión producto de la desigualdad económica, la discriminación y el narcotráfico. Un artículo publicado por Arturo Ordaz (2019), afirma que más de un cuarto de la población en México justifica el uso de violencia en su vida cotidiana, las relaciones interpersonales y acciones que pudieran ser insignificantes. Por su parte, Cárdenas (2016), detalla que la exposición continua al conflicto puede afectarnos de distintas maneras, donde la más relevante es empezar a normalizarlo, y esto se pone más peligroso, ya que vivir en un entorno donde la violencia está presente, nos puede llevar a pensar que la misma es válida para resolver problemas, y ya que es tan común, reproducirla hasta volverla como lo correcto por hacer.
En el caso del acoso, también se normaliza por causa del machismo. Según Maroto (2017) una de las razones por las que se quita importancia al acoso sexual es porque no suele dejar secuelas físicas visibles ya que su base se “limita” a frases subidas de tono o tocamientos, pero afecta gravemente en el plano psicológico o emocional. Evangelista-Garcia, A. (2019), además pone énfasis en lo que Váquez y Castro resaltan sobre la normalización de la violencia de género contra las mujeres, afirmando que tiene un carácter sistémico que se remonta a la familia de origen y se incorpora como parte del habitus, desarrollando así, gradualmente, predisposiciones de conformidad con el sometimiento en un contexto escolar que además lo favorece al ser mayoritariamente masculino y tolerante hacia diversas formas de misoginia de los profesores, los trabajadores y los alumnos.
Metodología
Para abordar esta forma de violencia, se utilizó el estudio de caso a través de un cuestionario semi estructurado de 20 preguntas lo que permitió obtener información y una mayor comprensión sobre la complejidad del tema.
A través de este proceso de indagación, se buscó ahondar en la experiencia vivencial corporal de la mujer que sufre este tipo de violencia, se buscaron las experiencias corporales y el impacto emocional que vivió como resultado del acoso sexual verbal en lo laboral.
Durán (2012) menciona, y yo comparto, que el estudio de caso tiene una ventaja epistemológica sobre otros métodos pues se considera útil en el estudio de asuntos humanos dada su flexibilidad y porque logra captar la atención de diferentes lectores gracias a su estilo accesible, frecuentemente en armonía con la experiencia del lector. Aunque es cierto que no es posible generalizar a partir de un solo caso, lo cierto es que observar el fenómeno desde la mirada, incluso, de una sola persona, nos permite ampliar aquello que tenemos que empezar a comprender sobre este tema tan fácilmente desestimado.
Finalmente, todo lo recopilado a través de este estudio de caso, pretende llevar al lector a imaginarse esta realidad y busca transmitirle las complicaciones o falsas ideas que puede tener sobre el acoso sexual verbal. Este estudio de caso se realizó a una mujer de 39 años, que quiso enfocarse en su vivencia más significativa siendo esta a los 21 años.
El estudio de campo se trabajó en una sesión individual presencial de 2 horas.
Análisis de datos
La entrevistada (MJ, para efectos de este texto), menciona que a lo largo de su vida ha recibido en diversas ocasiones acoso sexual verbal pero que la primera vez fue a los 21 años, para ella es el más significativo porque no lo esperaba y de alguna manera le mostró que no podía confiar en quedarse a solas con los hombres. Además, en esta experiencia hubo un avance físico que la hizo sentir vulnerable y con miedo: “La que ha sido más significativa para mí, fue una vez que salimos de una junta y fuimos a un bar, mi jefe y varios compañero/as. Después de un rato solo nos quedamos mi jefe (8 años mayor) y yo (21 años). Había una cierta amistad, así que estábamos platicando, pero después de un rato él empezó con el “qué linda te ves” y después se abalanzó para intentar besarme, yo me hice para atrás y me reí, de puros nervios, supongo, él también se rio y no le dio importancia. Me sentí muy incómoda pero nunca le dije nada, aunque tampoco me fui del bar (…) como que me dio miedo o nervios porque pensé que yo estaba exagerando y que no tenía sentido reclamar. Él lo intentó un par de veces más mientras trabajé con él. Yo era muy joven y era mi primer trabajo”.
En esta experiencia intervienen varios símbolos que importan y que al leerlos en este contexto “justifican” los comportamientos de la escena: la diferencia de edad, la jerarquía, la cierta relación personal, el contexto del lugar donde se encontraban, la autoconsciencia (o la falta de ella) … el patriarcado, las emociones y la falta de respaldo pues estaban a solas.
A la pregunta sobre conductas inapropiadas en la oficina, MJ menciona que realmente no había en lo laboral, solo fuera de ese contexto “…cuando íbamos a algún restaurante o bar con todo el equipo. Solo me sentía incómoda en ese contexto, en la oficina no realmente”. Sin embargo, más adelante comenta sobre el tipo de mensajes que escuchaba a diario en la oficina, y aunque al inicio le parecían insignificantes, ahora los observa como inapropiados. De hecho, lo son, los piropos son actos violentos porque se invade sorpresivamente a quien los recibe y de alguna manera, se presiona para no reaccionar al estar en un espacio público, esto nos deja ver lo normalizado que está este tipo de violencia y la manera en que el acosador subordina a la mujer, estableciendo la posición de poder y control:
“Hooooola… buenas tardes (con ese tonito inapropiado)”, “Qué bonita o qué guapa”, “Qué bien te queda ese vestido”, “Ven, preciosa”, “Para qué te pregunto cómo estás, si ya sé que bien”, “Qué bien hueles”.
Con respecto a la consciencia corporal, MJ hizo énfasis en que realmente no la tenía. No puede recordar corporalmente qué sentía, pero sí sabe que era incómodo estar a solas con su jefe, por nada en particular, pero recuerda tener una sensación de hipervigilancia, lo que fácilmente puede hacer pensar que trataba de evitar tocar los estados internos corporales, ya sea por vergüenza, ansiedad o miedo, lo que la llevó a deshabitar su cuerpo sin siquiera ser consciente. En este sentido, le resultaba “normal” no percibirse ni detectar estas situaciones de acoso porque es lo que hacía para “evitarlas”.
Sobre el impacto emocional que tuvo para ella, MJ menciona “en ese momento te hubiera dicho que no (tuvo impacto) pero hoy que lo veo hacia atrás creo que sí tenía un poco de miedo de quedarme a solas con él. No sé cómo explicarlo, porque no tenía miedo de él pero sí un poco (se ríe, se echa para atrás, se toca el cabello y las manos… pareciera avergonzada) Hoy pienso en mis hijas y no me gustaría que estuvieran en una situación así y sentirse como yo en ese entonces. De lo que sí me doy cuenta es de que yo no decía nada porque lo creía de cierta forma normal, solo estaba coqueteando y no había ninguna agresión ¿No? Además, si yo decía algo, yo sería la problemática, la que estaba loca porque él es un tipo cool”.
Al hablar de acoso sexual verbal pareciera que se evoca una situación fuera de lo común, que se habla de algo totalmente lejano y fuera del mundo que conozco, sin embargo, en este caso se puede notar cómo sucede sutilmente “…mi jefe era (y sigue siendo) un tipo jovial, amigable, de esas personas que siempre están de buen humor y son como muy festivos. No es para nada guapo, pero tiene esa actitud de que es Luis Miguel (…) Jamás hubo regaños, abusos ni maltratos en el trabajo, por eso en realidad no estoy segura de que sea acoso sexual verbal. Lo que sí puedo ver y me hace dudar, es que hubo muchas chavas de la oficina con las que tuvo sus queveres, o sea, tan les pasaba a todas que ya hasta le hacían bromas (…) me pregunto si fue así de casual y si ellas querían o solo las sorprendió (…) de hecho, su esposa actual trabajaba con él y todo empezó, me imagino, como conmigo”.
Sobre el impacto que estas experiencias han tenido en su vida, le cuesta un poco de trabajo detectarlas, le da varias vueltas pero al final, menciona varias cosas que ha internalizado a lo largo del tiempo “tengo un poco de miedo en general, no sé cómo explicarte, es como una desconfianza general a los hombres, no a todos, pero a veces cuando los veo en la calle siento esta sensación de miedito y me surge la pregunta de si estaré segura (…) Definitivamente casi no salgo sola en la noche y no tiene que ver con la hora sino con la oscuridad, o sea, pueden ser las 7 pm pero si está oscuro y estoy en la calle me siento insegura (…) Tampoco me pongo vestidos o faldas si ando sola en la calle o sé que va a ser un día fuera de la oficina (…)”.
Conclusiones
En el espacio de entrevista pude darme cuenta de la diferencia que hace la percepción corporal y la consciencia. De no tener claridad en la idea a avanzar en ella y reconocer que sí me pasan/pasaron cosas. De normalizar mi desconexión a darme cuenta de lo que realmente está vivo en mí. De la contracción y la vergüenza, a la expansión y el enojo. Dice Walid Daw, desde un lugar de arraigo nos desarrollamos internamente para apoyarnos en nuestro empoderamiento. (Bailey, 2015) Y cómo no, si es a partir del arraigo y la consciencia que podemos poner los límites necesarios, es desde el habitarme que puedo sensibilizarme a mis necesidades, es desde el aquí y el ahora que puedo experimentar el mundo y hacer los cambios necesarios para mi bienestar.
Al término de este estudio de caso, sigo sosteniendo que el acoso sexual verbal provoca un trauma por el impacto que deja a distintos niveles, los cuales me llevan a la contracción, al aislamiento y, por ende, a desarrollar una herida que procuro manejar lo mejor posible, incluso si eso significa ignorarla o ignorarme.
Pero esto me lleva a otra reflexión ¿necesitaría pasar algo antes de poder reconectar con mi cuerpo? Quizá sí. Por un lado, la erradicación de la violencia en los espacios públicos, pero también en los privados. Y por otro, la adecuada impartición de justicia en un país como el nuestro que está pasando por la peor etapa de justicia que yo recuerde.
En este sentido, poner la mirada en el acoso sexual verbal es un tema que se vuelve pertinente no solo por la coyuntura feminista que estamos viendo en la actualidad, sino por la imperiosa necesidad de modificar las formas machistas de violencia que no han encontrado un cambio real desde lo cotidiano ni desde lo político. Los índices de violencia en espacios públicos y privados se han incrementado de forma alarmante, siendo el feminicidio la representación más extrema de la violencia contra las mujeres y es necesario encontrar nuevas formas que permitan contenerlo, así que empecemos por nosotras y nuestro cuerpo.
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