Anatolio Friedberg
Primero nos ubicaremos en los términos de referencia que vamos a utilizar para buscar el enlace entre estos dos constructos, dedicándole mayor espacio y atención al tema de la espiritualidad, ya que el de la empatía es más conocido.
Según la fenomenología, la empatía es la comprensión del otro desde su punto de vista y sin prejuicios acerca de él. Esto, aunque nos manifiesta un extremo ideal, tiene toda una serie de gradaciones que nos llevan desde una empatía mínima y parcial, hasta una empatía casi completa en la que el terapeuta percibe la totalidad de las vivencias del cliente. Truax, nos da la siguiente definición:
La exactitud empática involucra más que la habilidad del terapeuta para captar el “mundo privado” del paciente como si fuera el suyo propio. Implica también más que la habilidad del terapeuta para saber lo que el paciente dice. La exactitud empática involucra, tanto la sensibilidad a los sentimientos actuales, como a la facilidad verbal para comunicar esta comprensión en un lenguaje acorde a los sentimientos del cliente, en el sentido que requiera que el terapeuta sienta las mismas emociones que el cliente.
A un alto nivel de exactitud empática, el mensaje “estoy contigo” es sin lugar a dudas claro, los comentarios del terapeuta encajan exactamente con el estado y contenido del cliente. Las respuestas del terapeuta no solo indican una comprensión sensitiva de los sentimientos obvios, sino que sirven para clarificar y expandir la conciencia de los propios sentimientos o experiencias del cliente. La intensa concentración sobre el cliente es evidente de tal forma que está continuamente consciente de las variaciones del contenido emocional del cliente y puede variar sus propias respuestas para corregir errores de lenguaje o contenido de su propia comunicación, cuando no está “con” el cliente.
A un nivel bajo de exactitud empática el terapeuta puede estar en su propia línea o puede haber malinterpretado lo que el cliente está sintiendo, y a un nivel sumamente bajo, pude estar tan preocupado e interesado en sus propias interpretaciones intelectuales que casi no está consciente de la “existencia” del cliente.
Un cuento puede ser útil para reflexionar sobre la complejidad de este tema:
Chuang Tzu y Hui Tzu, cruzaban un río.
Chuang dijo: “Mira como los peces saltan y nadan: esta es su felicidad”
Hui le contestó: “Como tú no eres un pez, ¿Cómo sabes lo que hace felices a los peces?”
Chuang dijo entonces: “Como tú no eres yo, ¿cómo puedes saber que yo no sé lo que hace felices a los peces?”
Hui le arguyó: “Si yo no siendo tú, no puedo saber lo que tú sabes, se deduce que tú no siendo pez, no puedes saber lo que ellos saben”.
Chuang le dijo: “Aguarda un minuto, regresemos a la pregunta original. Lo que me preguntaste es: ¿Cómo sabes tú lo que hace felices a los peces? De los términos de tu pregunta, evidentemente sabes que yo sé lo que hace a los peces felices en el río.Yo conozco la alegría de los peces a través de mi propia alegría, al caminar a lo largo del mismo río.”
En sus estudios de la personalidad, todas las terapias nos dan elementos para acercanos a esta comprensión empática requerida en la relación terapéutica. Esto es cierto, ya sea que la aproximación sea dinámica, corporal, sistémica o inclusive desde el punto de vista de la patología. Con la introducción de la Terapia Familiar y con el pensamiento sistémico que está detrás de la mayoría de las corrientes modernas, se introdujo no solo un nuevo pensamiento, sino todo un nuevo lenguaje que nos permite incluir conceptos como realimentación, estructura, etc., que nos llevan a percibir influencias más allá del individuo aislado.
Como podemos notar, lo anterior usualmente nos mantiene en el mundo de lo racional en el cual utilizamos nuestro self (yo) como referente para encontrarnos con otro separado de nosotros; esto es, nos mantenemos en el campo de una realidad más o menos “objetiva” y de una percepción habitual. Sin embargo, todo nos indica que existe otra forma de percepción en la que la objetividad desaparece y se transforma en una subjetividad que incorpora a mi self con el del otro en una unicidad o quizás más bien descrito como una desaparición temporal de mi self y del otro.
Este tipo de experiencias han sido descritas por numerosos psicólogos, pero quizás el que más claramente describe esta forma de percepción fenomenológica en el conocimiento del mundo, es Suzuki, el maestro Zen, al referirse a los métodos de conocimiento científico occidental (pragmático), en contra del método integrador oriental (fenomenológico), con el ejemplo del conocimiento de una flor.
El método occidental, nos dice, “consistiría en matar, disecar y llevar al laboratorio una gran cantidad de cadáveres (de flores) para analizar sus componentes, formas y funciones, describiendo y clasificando todas y cada una tanto en forma individual como estadística, para lograr su conocimiento”. Por otra parte, el método oriental y en especial el enfoque Zen, consiste en: “penetrar al objeto mismo y verlo como si fuera desde dentro. Conocer la flor, es convertirse en la flor, ser la flor y gozar de la luz del sol al mismo tiempo que de la lluvia. Cuando esto está hecho, la flor me habla y conozco todos sus secretos y sus gozos y sus sufrimientos; esto es, todo lo que vibra dentro de sí. No solo eso, pero con mi “conocimiento” de la flor, conozco todos los secretos del universo, que incluyen todos los secretos de mi propio ser, que ha evadido mi búsqueda hasta ahora, por el hecho de haberme dividido en una dualidad. No sorprende que nunca haya atrapado mi yo, y que desgastante fuera el juego. Ahora sin embargo, al conocer la flor, conozco mi yo al mismo tiempo que el de la flor”.
Esta postura fenomenológica, tiene un alto contenido espiritual en el sentido de poder “conocer” por experiencia propia y directa a un objeto, fuera de mis límites preceptúales habituales, al entrar en este estado de receptividad y apertura con lo que los orientales llaman un “vacío” o eliminación de condicionamientos mentales.
En el campo de la ciencia moderna hay actualmente dos corrientes que se oponen entre sí: los que basan todo su conocimiento en la física clásica y se adhieren a la filosofía del realismo material, y los que encuentran que ciertos fenómenos no pueden ser explicados por esta ciencia como los fenómenos quánticos y han optado por una filosofía llamada “monismo idealista”. Para el realismo material, estamos hechos de átomos y nuestra conciencia es un fenómeno secundario o un epifenómeno de la materia. Para ellos, solo la materia es real. Por su parte, el monismo idealista está opuesto a la dualidad mente y cuerpo y afirma que existen tanto la materia como la conciencia y que la materia es manipulada por la conciencia. Esta filosofía está más en acorde con las tradiciones orientales, así como con el constructivismo social. En esta, el self es el que organiza al mundo y le da sentido a la experiencia.
La mayoría de los occidentales nos encontramos en una confusión entre estas dos creencias filosóficas: por un lado nos comportamos como ávidos consumidores y por otro nos despreciamos a nosotros mismos por hacerlo, descuidando muestro aspecto espiritual o cayendo en fundamentalismos alejados del propio aspecto espiritual.
¿Cómo hemos llegado a este punto? La respuesta parece estar en una no cuestionada aceptación del materialismo como único punto de vista científico de nuestra realidad.
Desde el punto de vista científico, sin embargo, los físicos quánticos han estado aproximándose a temas que estaban reservados a los filósofos y en especial a los místicos. Algunos de ellos, que han incursionado en el campo de la filosofía basándose en los estudios acerca del comportamiento de las partículas y de las ondas, han llegando a la conclusión de que la percepción influye determinantemente en el fenómeno que se pretende identificar. Esto los ha llevado a la convicción de que existe la posibilidad de una coexistencia de realidades diferentes que requieren de una percepción no convencional, para poder tener acceso a ellas.
En palabras del físico C. Blood: “Esto nos hace pensar que debe de existir más allá de la duda una existencia no física en vez de una sola que es la que percibimos. Lo cual a su vez implica que, además de la existencia de un cuerpo y una mente física, hay una Mente no física (alma en lenguaje usual). La Mente en conjunto con la mente y cuerpo físicos son los que permiten el uso inteligente de los pensamientos y las opciones.”
Yo supongo, nos dice este autor, que la Mente percibe en una forma diferente a la de la percepción ordinaria, la totalidad de las ramificaciones quánticas. La Mente entonces elige en cual enfocarse y esta, que ha sido elegida, se convierte en el contenido de nuestra conciencia ordinaria. Obviamente el mundo que nos rodea es físico, así como la mayoría de nuestros pensamientos y emociones, ya que estos corresponden a patrones de interacción neuronal en nuestro cerebro físico.
Por otra parte, nuestra elección consciente de pensamientos y acciones es no física y corresponde a lo que llama Mente.
Independientemente de cuál de estas premisas sea absoluta, lo importante es que estamos ante un fenómeno que está acercando al mundo del místico con el del científico. Los lenguajes son diferentes, y sin embargo, ambos están manejando aspectos de los cuales no podemos tener certidumbre. De algo que va más allá de la percepción ordinaria, en algo que podemos considerar no físico y que interconecta a todo el universo y que puede ser percibido por el camino de desarrollo de las tradiciones místicas o por el pensamiento inferencial del científico quántico.
Hay dos puntos interesantes que aprender de la convergencia entre el misticismo y la nueva física. El primero es que la naturaleza de la realidad última trasciende al lenguaje. Esto es porque el lenguaje está basado en la discriminación y la discriminación son significados. La mente del observador-participante es donde se construye la información por y a través de sus programas propios, sus reglas de percepción y sus propios procesos lógico y cognitivo, esto es, su propio metaprograma.
Aunque muy esquemáticamente, esto nos sitúa en los elementos que tomamos en cuenta para establecer esa relación de empatía que estará basada, tanto en nuestra capacidad de discriminación para poder establecer un lenguaje acerca de ella y transmitirlo a la persona, como en nuestras creencias acerca de las personas y de su relación con nosotros y con el universo.
El segundo, es el concepto que tengamos sobre el self y sus características, que pueden ir en un continuo desde algo casi como objeto cuya posesión tengo que mantener y defender a toda costa, hasta el concepto del “self vacío” que se conforma de momento a momento en la interacción con los otros.
Tenemos que reconocer que el self no es una cosa, sino un proceso y un proceso en cambio constante. No solo somos diferentes en diferentes contextos, pero en cada instante estamos involucrados en un proceso sumativo de los diversos self interactuando y que generan una imagen determinada en nuestra conciencia.
En esta misma forma, es importante reconocer que nuestra percepción dependerá de nuestra epistemología y que por lo tanto, en la medida en que estemos abiertos y aceptantes a la posibilidad de esta interacción a un nivel más allá de lo material, estaremos en la posibilidad de incluirlo en nuestro campo perceptual.
Las experiencias místicas son la esencia de lo que puede llamarse “espiritualidad”. Aunque ampliamente documentadas, son difíciles de comunicar y se caracterizan por tener una dimensión trascendental, en la que el self se desvanece para pasar a ser parte de un todo. Aunque sus efectos son necesariamente transmitidos por reportes subjetivos posteriores, ha habido recientemente investigaciones acerca de cambios fisiológicos susceptibles de medición y efectos sobre sustancias y sobre otras personas. Estos incluyen la llamada no-localidad de la experiencia psíquica. Tanto el Dr. W. Braud como J. Grinberg, entre otros, han experimentado con la transmisión de imágenes y pensamientos a través de cámaras Faraday, en las que un sujeto está aislado del otro mientras se transmiten los pensamientos o imágenes. La coincidencia ha sido descartada con base en muchos de los experimentos.
Así como la personalidad, la salud y el self, la espiritualidad es un fenómeno complejo que no puede ser definido por un continuo único, o por clasificaciones dicotomizantes simplistas. La espiritualidad puede ser mejor conceptualizada como un espacio multidimensional en el cual se localiza cada individuo. No es posible clasificar a las personas en “espirituales o no espirituales”, ni en “más o menos espirituales”. También es importante hacer notar que la espiritualidad no es lo mismo que religiosidad, aunque en un momento dado estas puedan coincidir. Los aspectos espirituales en la relación de ayuda incluyen: sentido de dirección en la vida, significados y propósito de la misma, sentido de conexión con los otros y con Dios o un orden o poder superior, clarificación de lo verdaderamente vital y lo trivial de la vida; focalización en el amor, la compasión y el perdón. Aunque estos temas no siempre son considerados espirituales, sino axiológicos y relacionados con la filosofía de cada persona, su relevancia espiritual es evidente.
Estas reflexiones nos llevan a la consideración de que uno de los factores fundamentales en la relación terapéutica es otro constructo, que llamamos “actitud” y que tiene que ver con lo que Rogers llamó congruencia. A nuestro juicio, esta actitud en el ámbito de la espiritualidad, incluye otros elementos como los de la consideración del efecto de los pensamientos y sentimientos del terapeuta hacia el cliente, aún en momentos en los que no están en presencia directa uno con otro. La concepción y puesta en práctica de estos pensamientos, nos conduce a la posibilidad de establecer con el otro la apertura hacia un nivel de empatía que permite la percepción de la no- separación y comprenderlo desde su punto de vista, lo que implica una ampliación de nuestra experiencia del otro, es decir, repitiendo al maestro Suzuki, “convertirnos en el otro para conocerlo al mismo tiempo que nos conocemos a nosotros y al universo”.
Es evidente que este nivel de empatía (o relación transpersonal como también se le ha llamado), nos conduce, no hacia algo que tengamos que hacer, sino hacia una actitud ante la vida. Como hemos sido condicionados por nuestra educación y cultura a tener un punto de vista material y dual, para entrar en contacto con este todo, Mente Universal o Dios, parte del proceso consiste en un des-condicionamiento perceptual y cognoscitivo por medio de prácticas como la meditación, la oración, la reflexión, la utilización de cuentos enseñanza, koans, parábolas, etc.
Esto nos lleva a reconsiderar la ampliación de la empatía tradicional para incluir elementos de la transmisión no-local de nuestros pensamientos y actitudes, de tal forma que el cuidado, consideración y reflexión acerca de los pacientes y las personas, se haga siempre dentro de este contexto. Sabiendo que nuestras reflexiones tienen efecto sobre ellos, en la medida en que sean conducentes a su desarrollo, serán positivos y viceversa. De cierta forma nuestra presencia y por lo tanto la empatía, son constantes y tienen que permanecer y ser parte de nosotros como terapeutas. Esta actitud, entonces, idealmente es llevada a cabo como se indica, no solo durante la entrevista, sino durante la supervisión, y en cualquier momento en que se esté pensando o hablando acerca de los pacientes.
Un maestro les preguntó a sus discípulos:– ¿Cómo sabemos que la noche ha llegado a su fin y el día amanece?– Porque podemos distinguir una oveja de un perro – dijo uno de los discípulos.– No, no es la respuesta – dijo el maestro– Porque – dijo otro discípulo – podemos distinguir una higuera de un olivo.– No, tampoco es la respuesta – dijo el maestro– Entonces ¿cómo lo sabemos?
– Cuando miramos un rostro desconocido, un extraño, y vemos que es nuestro hermano, en ese momento ha amanecido.