Por MARIA ELENA DEL CARMEN BAILEY JÁUREGUI
CAPÍTULO UNO
“Yo soy parte del sol, como mis ojos son parte de mí. Mis pies saben perfectamente que soy parte de la Tierra y mi sangre es parte del mar. No hay ninguna parte de mi que exista por su cuenta, excepto, quizá, mi mente, pero en realidad mi mente no es más que un lugar del sol sobre la superficie de las aguas…”
D. H. Lawrence“La fuerza vital no está recluida dentro del hombre, sino que radia a su alrededor como una esfera luminosa y puede actuar a distancia. En estos rayos semi-materiales la imaginación del hombre puede producir efectos saludables o mórbidos”
Paracelso
La valentía que necesitamos para ejercer nuestro poder personal, social y ecológico, proviene del interior, del alma. La psicoterapia moderna esta urgida de una visión más clara y profunda del motivo por el cual utiliza técnicas, teorías, herramientas, etcétera, para que acerquen a la persona a su verdad. Ya no es momento para tomar decisiones desde la prisa y la máscara solamente. Tenemos que apoyar a las personas y a nosotros mismos, a ir más profundo y encontrar dilemas y soluciones más simples y más útiles. Necesitamos sintetizar y revisar la intención con la que aplicamos nuestras técnicas de intervención para resolver los dilemas psicoterapéuticos modernos. Me parece que dichos dilemas están relacionados en su mayoría debido al enfrentamiento y choque que existe entre los fenómenos sociales y los individuales.
Parece ser que hoy más que nunca, el individuo que acude a terapia con problemas existenciales, sociales, económicos, de relación, etcétera, se ve duramente confrontado por una sociedad que cada vez le pide más y le da menos, por una sociedad que le exige un rendimiento casi perfeccionista a nivel familiar, económico, educativo, deportivo, etcétera, y cada vez responde menos a satisfacer las necesidades de seguridad, libertad, acceso a la educación, a la medicina, etcétera.
La brecha cada vez más amplia entre individuo y sociedad, parece que marca y tiñe la impotencia hacia la impunidad crónica y la corrupción. Así como Fromm (1956) nos describe la cuantificación y la abstractificación como ingredientes fundamentales para entender la enajenación social que padecemos en la modernidad, creo importante subrayar que dichos efectos de “sin sentido”, soledad, desconsuelo, violencia y necesidad de venganza, se han visto muy recrudecidos en los últimos años.
En este capítulo se pretende investigar cómo la propuesta de la Psicoterapia Humanista Corporal aporta para la disolución de la Dicotomía Cuerpo-Mente en su relación con la Dimensión Espiritual. He ahí la importancia de esta investigación, hacer consciencia de esta Dicotomía Cuerpo-Mente y unificarla en el proceso terapéutico con el paciente, en su Dimensión Espiritual, en la búsqueda de un camino hacia la trascendencia y encontrar un sentido a su existencia, como se percibe en la visión de Víktor Frankl (1987). Si se considera en términos de salud, cómo integrar el reconocimiento de una espiritualidad “fuerte” a la salud física y a la salud mental.
Cuando como psicoterapeutas humanistas corporales trabajamos con esta Dimensión Espiritual, en la práctica clínica y en la vida personal, es una señal de congruencia y eficiencia, e implica una disciplina y reconocimiento de lo divino y lo trascendente que es poner nuestro ser al servicio de alguien más. Desarrollar esta dimensión, con las bases del Humanismo Psicocorporal, para comprender los sistemas de creencias y convicciones –diferentes en cada ser humano- hace que el trabajo de la psicoterapia sea creativo y eficiente.
En la Psicología Humanista, se comprende que la salud, así como el desarrollo y bienestar de las personas, depende de la satisfacción armónica e integral de todas las necesidades, incluidas las trascendentales o espirituales. Las personas que llegan a la psicoterapia, es porque sienten cierta insatisfacción o curiosidad, hay necesidades que no han sido cubiertas, o no son reconocidas o definitivamente, se niegan. Al hacerlo de manera prolongada y por cualquier motivo, la consecuencia inmediata es la disminución o la pérdida de la salud (Lafarga, 2013).
En la medida en que este trabajo de investigación se profundiza, es posible consolidar los alcances e importancia que tiene para nuestro quehacer como Psicoterapeutas Humanistas Corporales, el comprender y trabajar con la Dicotomía Cuerpo-Mente y su Unidad con esta Dimensión Espiritual, para alcanzar una salud plena e integral y poder vivir en armonía con su entorno; para lograr la trascendencia, satisfacción y expansión de la conciencia de dicha Unidad.
Ésta es una puerta que se abre, que está innovando las formas de hacer psicoterapia en México y en el mundo, y que nos impone el reto a quienes abrimos camino, de mostrar que el ser humano necesita desarrollar su espiritualidad, en armonía y unión con el Cuerpo-Mente. Mientras más desarrollo y consciencia tenga de sí misma la persona, más acceso tiene a su espiritualidad y tenderá a crecer en todas las dimensiones, lo cual supondría que deberá resultar en una salud más integral.
1.1. Conceptos de Psicoterapia Humanista Corporal y Espiritualidad a través del tiempo.
“Encerrados en nuestra mente hemos olvidado cómo pensar con nuestro cuerpo, cómo servirnos de él para llegar al conocimiento. Así mismo, nos hemos alejado de nuestro entorno natural y nos hemos olvidado de coexistir y de cooperar con una rica variedad de organismos vivientes”.
Fritjof Capra“Si hay alguna regla principal en la ciencia, ésta es la aceptación de la obligación de describir y darle un lugar a toda la realidad y a todo lo que existe…debe aceptar dentro de sí mismo la jurisdicción, aún para lo que no puede entender ni explicarse con la teoría, y lo que no puede ser medido y predicho, controlado y ordenado…incluye todos los niveles o fases del conocimiento incluyendo lo rudimentario, la experiencia subjetiva y el conocimiento poco confiable”
Abraham Maslow
William James (como se citó en Gómez del Campo, 1986), en su obra “Las variedades de la experiencia religiosa”, reconoce en la persona la existencia de una religiosidad individual más allá de las relaciones institucionales y por lo tanto da cabida en su concepto de hombre a las necesidades trascendentes. Habla de la realidad desde lo no visible y establece criterios para diferenciar estados mentales patológicos de los que producen las experiencias místicas. De esta manera James queda como precursor no sólo de la psicología de la religión si no también como precursor de la psicología transpersonal.
Teilhard De Chardin (1963) habla de una espiritualidad trascendente, gradual y sistemática de manera que la inconsciencia se mueve poco a poco hacia lo consciente. La consciencia se va desenvolviendo gradualmente para crecer, siendo ésta una transformación creativa de la materia, logrando su propia unidad o punto más elevado que es el centro Omega. El espíritu es definido como un centro de unión y poder que ayuda a sintetizar. Asevera que el espíritu no es la polaridad de la materia sino un eslabón superior a la materia. La Consciencia de Unidad consiste en que cada pedazo de pensamiento es parte de la consciencia total del Espíritu. Subrayando que la energía espiritual no está disociada de la materia sino que es una realidad espíritu-materia indivisible: son dos caras de una misma moneda.
Ana María González (2005) señala que Teilhard contempla a la espiritualidad como un proceso dinámico de transformación que constituye una parte integral del desarrollo de la consciencia.
Jung (1995) es el primer psicoanalista en reconocer un inconsciente superior y colectivo y de señalar la existencia de la espiritualidad, como parte sustancial no solo del ser humano sino del proceso de psicoterapia.
Rogers (1987) señala que:
Como terapeuta, cuando me encuentro más cerca de mi yo interno intuitivo, cuando de algún modo estoy en contacto con lo desconocido en mí, cuando quizá me encuentro dentro de la relación en un estado de conciencia ligeramente alterado, entonces cualquier cosa que haga parece ser plenamente Sanadora. Entonces mi sola presencia parece ser liberadora y de ayuda.
No hay nada que yo pueda hacer para forzar esta experiencia, pero cuando me puedo relajar y acercarme al núcleo trascendental en mí, entonces puedo comportarme en la relación en formas extrañas e impulsivas que no puedo justificar racionalmente, que no tienen nada que ver con mi proceso de pensamiento. Pero de algún modo estos comportamientos extraños resultan ser correctos. En estos momentos parece que mi espíritu interno ha conectado y ha tocado el espíritu interno del otro. Nuestra relación se trasciende a sí misma y se ha convertido en una parte de algo más amplio. Están presentes un crecimiento, una capacidad de sanar y una energía muy profundas. (Rogers, 1987, p. 86)
Parece ser que la importancia de la Dimensión Espiritual es altamente valuada por renombrados autores. También parece que todos estamos de acuerdo en que si tenemos el objetivo de profundizar con nuestros pacientes en psicoterapia, y no solo tratar síntomas o sólo resolver conflictos de manera racional, necesitamos adentrarnos en el misterio del alma humana, accesar a un nivel de comunicación más profunda, es decir espiritual.
En la pirámide de Maslow (1985) la jerarquía de la evolución se da sobre la base de integrar y trascender. Así, el llegar a la cúspide supone la satisfacción de las necesidades previas, sin embargo, sostiene Gómez del Campo (1986) que existen evidencias en comunidades que se encuentran muy lejos de tener satisfechas sus necesidades básicas, de que la atención a sus necesidades de orden superior, en particular las de trascendencia, es lo que les ha permitido sobrevivir y abrigar esperanzas en un futuro mejor. Así podemos ver que la satisfacción de las necesidades no tiene un orden jerárquico.
Añade Gómez del Campo que se puede partir de la visión de la pirámide de Maslow, e incluir los estratos anteriores para considerarlos ahora desde el punto de vista de la espiritualidad. Las necesidades básicas en lo espiritual incluyen la necesidad de creer, esperar y tener fe. Al desarrollarse la espiritualidad, se incluye la necesidad de la oración y la lectura de libros sagrados o el equivalente, según aquello en lo que la persona crea. Así para algunos, el contacto con la naturaleza o hablar de manera significativa con otros, es lo que les permite situarse a niveles de conciencia superiores; por ejemplo, al contemplar una puesta de sol junto al mar, disfrutar de una noche estrellada en la montaña o fundirse en un orgasmo mutuo y pleno con la persona amada, señala.
La satisfacción de las necesidades de seguridad se basa en la confianza que surge al darnos cuenta de que efectivamente el mundo es un lugar en el que podemos satisfacerlas. La necesidad de amar y conocer a Dios es el impulso generador y el propósito de la creación, por tanto tenemos necesidad de adquirir el conocimiento que nos llevará a la verdadera sabiduría. Existe la necesidad de conocerse uno mismo y actualizar el propio potencial como dice Ana María González (2005), la piedra angular de la búsqueda espiritual se centra en la pregunta de ¿quién soy?, que nunca se responde por completo y vuelve a plantearse en diferentes etapas de la vida, adquiriendo diferentes respuestas complementarias. Aquí vemos cómo es importante que el terapeuta desde su propia perspectiva espiritual pueda darse cuenta de la etapa en la que está su paciente haciéndose esta pregunta, y qué nivel de respuesta puede darse a sí mismo de manera satisfactoria hoy. Esto se logra desde un discernimiento espiritual y no solamente desde un conocimiento de psicología evolutiva.
En el próximo capítulo intentaré definir qué es espiritualidad y qué plantean importantes autores al respecto, ya que puede ser un término demasiado general y poco especifico en la teoría y en la práctica de la experiencia de la dimensión espiritual.
Gómez del Campo (1986) sostiene que las relaciones que se basan en el amor se caracterizan por las virtudes espirituales de confianza, la actitud positiva incondicional, el perdón, la empatía, la aceptación, la perseverancia y el apoyo. La relación amorosa mejora la autoestima, la autoaceptación y el sentimiento de ser digno del amor de los demás es una necesidad pacífica.
La idea de significado les permite a las personas resistir la privación de las necesidades, incluidas en muchos casos, las más básicas. Conforme la persona crece y desarrolla su autoestima, va alejándose de la imitación, se sitúa por encima de la presión de los pares y empieza a desarrollar la integridad personal y la fuerza interior de convicciones actuadas como dedicación a una motivación personalmente significativa.
El desarrollo humano viene intentando dar respuesta desde hace varias décadas a la pregunta de cómo hacemos para considerar y desarrollar la espiritualidad en las personas. El enfoque centrado en la persona, creada por Carl Rogers (1964) parece ser uno de los que más naturalmente se acerca a esta propuesta.
En razón de su efecto sobre el paciente, con frecuencia la actitud del médico es crucial para el éxito del tratamiento. Si el terapeuta está en contacto con su propia espiritualidad o tiene la disponibilidad de conectarse con la de su paciente, puede hacer variados los resultados del tratamiento. Uno de los factores más importantes es la confianza del paciente, que tiene la atención exclusiva del médico. Solamente la empatía puede formar la conexión necesaria para la población cuando el médico se sienta un minuto. Esta actitud cuenta incluso cuando el paciente esté inconsciente, dormido, con anestesia como lo demostró Milton Erickson (como se citó en Gómez del Campo Estrada, 1986), el gran psiquiatra y terapeuta, en los años 50.
Acero (2013), al hacer un recuento de la historia de las psicoterapias corporales, asevera que éstas suponen que la libido y el cuerpo cuentan con una gran capacidad de autosanación y autorregulación y en este sentido tienen una visión optimista del ser humano. Asevera que cree que la fuerza vital que lleva a un individuo a enfermarse puede ser transformada hacia el placer a través del trabajo psicoterapéutico neo-reichiano.
Al tratar de definir qué es la terapia corporal somática, Acero (2013) nos dice que ésta es la psicoterapia que intenta trabajar psicológicamente en conjunto, comprendiendo al ser humano como una unidad integral sin dicotomía cuerpo-mente. Esto se logra trabajando asuntos del pasado así como desarrollando nuevas habilidades y recursos presentes. Refiere que la personalidad desarrolla una plasticidad corporal ofreciendo nuevas respuestas.
Chopra (2009) habla de las creencias compartidas, la hipnosis del condicionamiento social del antiguo paradigma que nos hace creer visiones del mundo en donde uno existe de manera separada: hay un mundo objetivo independientemente del observador y nuestro cuerpo es un aspecto de este mundo objetivo. Vemos aquí con claridad cómo Chopra adjudica la separación Cuerpo-Mente al intento de las ciencias antiguas por objetivizar y separar la realidad, cosa que claramente nos confunde y enferma. Chopra añade que en esta visión que separa, el cuerpo está compuesto por masas de materia separadas entre sí en el tiempo y en el espacio. Los cuerpos son cosas separadas e independientes la una de la otra, el materialismo es primario y la conciencia es secundaria.
En esta visión dualista del universo los individuos somos vistos y asumidos como entidades desconectadas y autosuficientes. Nuestra percepción del mundo es automática y nos brinda una imagen adecuada de cómo son realmente las cosas. Nuestra verdadera naturaleza queda totalmente definida por el cuerpo y su percepción a través de los cinco sentidos. En esta visión el tiempo existe como absoluto y somos cautivos de ese absoluto, nadie escapa a los estragos del tiempo. No es de sorprenderse que el estrés y el miedo sean los males de nuestros tiempos, ya que parecería ser esta la visión del “sálvese quien pueda”. No parecería haber otra alternativa que nacer, crecer, reproducirse y morirse, todo ello con poca esperanza y tratando de encajar dentro de juicios de valor o diagnósticos pequeños que no nos llegan a definir ni por un momento.
La búsqueda de la trascendencia y la búsqueda del sentido para el ser humano en esta visión no parecerían importar, ni ser de valor. Solamente se subraya el afán por tener, tener y tener, dejando atrás la urgente necesidad por ser, ser y ser para SER. Fromm (1990) nos habla con toda claridad de la diferencia entre “ser” y “tener”. Las personas, teorías o psicoterapeutas que se preguntan o hablan acerca del “Ser” y de la necesidad de trascender nuestras circunstancias y a nosotros mismos, son vistas como personas ingenuas, no realistas, poco prácticas y desde luego, no profesionales y mucho menos científicas.
Muchos de nosotros en aras de ser aceptados por algunos ámbitos formales, científicos tradicionalistas, en algunas ocasiones, hemos renunciado a explicitar nuestra búsqueda de manera formal para pertenecer, repitiendo de esta manera patrones patológicos posiblemente aprendidos en nuestros ámbitos familiares. ¿No es momento ya de decirle al “establishment” de manera formal cuál es la verdadera búsqueda, la importancia de los valores y el gran anhelo de reencuentro con la Unidad que los seres humanos estamos teniendo en nuestra sociedad cada vez con más claridad? ¿No será momento de señalar con más énfasis y valentía la gran insatisfacción colectiva que la mayoría de los seres humanos estamos teniendo con esta locura económica, de persecución sin fin por lograr satisfactores materiales que no nos satisfacen más que momentáneamente? ¿No será momento de crecer como adultos, dándole un mayor lugar a nuestra autoestima y pudiendo satisfacer lo que realmente necesitamos, como sociedades en donde hay más equidad, respeto por las diferencias y por lo sagrado, por la salud y la búsqueda de sentido?
Ventajosamente hay muchos pensadores que no se conforman con esta visión dicotómica y mercantilista y con esta representación limitada de la realidad, como Chopra (2009) que plantea que no hay un mundo objetivo independiente del observador, nuestro cuerpo está compuesto de energía y de información, señala que mente y cuerpo son inseparablemente uno, la inteligencia es mucho más flexible que la máscara, y ésta puede expresarse por igual como pensamiento o como molécula. Una emoción básica como el miedo se puede describir como sensación abstracta o como tangible molécula de la hormona adrenalina. Sin la sensación no hay hormona y sin la hormona no hay sensación. De la misma forma, señala, no hay dolor sin las señales nerviosas que transmiten el dolor. No hay alivio para el dolor sin las endorfinas que se ajustan a los receptores del dolor para bloquear esas señales.
La medicina cuerpo-mente se basó en este simple descubrimiento. Donde quiera que vaya un pensamiento, un elemento químico lo acompaña. Indica que este esclarecimiento se ha convertido en una herramienta poderosa que nos permite comprender por qué las viudas recientes tienen dos veces más probabilidades de desarrollar cáncer de mama o por qué las enfermedades son cuatro veces más probables de desarrollarse en depresivos. En ambos casos los estados de aflicción mental se convierten en los bioquímicos que crean la enfermedad.
Chopra (2009) añade que la bioquímica del cuerpo es un producto de la conciencia y que una de las mayores limitaciones del antiguo paradigma era el supuesto de que nuestra conciencia no desempeñaba ningún papel en cuanto explicar lo que nos está ocurriendo en el cuerpo, sin embargo, subraya que no se puede entender la curación de una persona, a menos que se entiendan también sus creencias, supuestos, expectativas y la imagen que tiene de sí mismo.
Aunque la imagen del cuerpo como máquinas y mente continúa dominando la corriente principal de la medicina y la psicoterapia occidentales, existen incuestionables evidencias que demuestran lo contrario. Chopra (2009) agrega que se puede demostrar que las tasas de muerte por cáncer y enfermedades cardíacas son más altas entre las personas que padecen tensiones psicológicas y más bajas entre quienes tienen un fuerte sentido de resolución y bienestar (pág. 33).
Al tener conciencia, participamos en todas las reacciones que se producen dentro de nosotros, los problemas surgen cuando no nos reconocemos responsables de lo que hacemos. Lo que llamamos nuestro cuerpo es también un hecho específico del espacio-tiempo y al experimentar sólo su materialidad pasamos por alto el hecho de que somos un potencial abstracto convertido en algo sólido, a menos que cobremos conciencia de la conciencia jamás podremos sorprendernos a nosotros mismos en el acto de la transformación.
Chopra (2009) señala que en la medida que vamos integrando la percepción de nuestro Cuerpo-Mente y la del Universo como un todo, vamos desarrollando cualidades que van de lo sólido a lo fluido, de lo rígido a lo flexible, de lo puramente material a lo cuántico, de lo estático a lo dinámico. Empezamos a percibirnos como información y energía en vez de reacciones químicas al azar y como una red de inteligencia, en vez de una percepción mecanicista. En vez de percibirnos entrópicos y decadentes, nos sentimos renovados y atemporales. Creo que el proceso evolutivo por el que estamos pasando los seres humanos en general, nos hace estar a veces en la percepción dicotómica de nosotros y del mundo, y a veces en una percepción más cuántica del universo y de nuestra relación con él. Percibo que a la mayor parte de personas en consulta les queda claro este nuevo paradigma unitario, sin embargo el ego del ser humano y su personalidad no nos permite permanecer en contacto con la Unidad de manera permanente todavía, sino que es aspiracional y se trata de estar continuamente regresando al centro una y otra vez.
La percepción es un fenómeno aprendido. El poder de la conciencia no cambiaría en nada nuestra vida si la naturaleza nos hubiera provisto a todos con las mismas respuestas ante la experiencia. Obviamente no es así: no hay dos personas que comparten la misma percepción. La cara de la persona que amas puede ser la cara de mi peor enemigo, la comida que te despierta apetito puede provocarme náuseas. De esta manera vemos que estas respuestas son aprendidas y es así como surgen las diferencias. Así es como las personas tomamos partido y creemos que nuestra realidad es la única y la que debería de imperar, dándonos por supuesto que los demás están en un error y que solamente nuestra verdad es válida, anulando la de los demás. Aprendemos a vivir de una manera separada y asumimos que nuestra percepción separada es la correcta, sin ser conscientes de que esta Dicotomía termina por lastimarnos personal y socialmente, y es la causa del sufrimiento mismo.
La psicoterapia Humanista Corporal intenta sanar este error de aprendizaje en la autopercepción y la percepción del mundo y del universo en general: por eso considera fundamental que los terapeutas y los pacientes tengan no sólo la creencia, sino la experiencia espiritual de Unidad para poder ampliar la consciencia de esta manera. Si esta dicotomía no se va unificando poco a poco a través del trabajo, la calidad de vida se rompe con la enfermedad que según Dychtwald (1981) es la separación crónica con el Todo.
Deepak Chopra (2009) añade que pesar de la apariencia de que los individuos estamos separados, todos estamos conectados con los modelos de inteligencia que gobiernan el cosmos en donde tú–yo, y tú-tu ambiente son una sola cosa: si tú observas percibirás que tu cuerpo está en cierto punto separado de la pared o del árbol por un espacio vacío; sin embargo en términos cuánticos la distinción entre sólido y vacío es insignificante: cada centímetro cúbico del espacio cuántico está lleno de una cantidad finita de energía y la más pequeña vibración es parte de tu campos de vibración, que abarcan galaxias enteras que son un sentido muy real tu cuerpo prolongado (pág. 42).
Gracias a la física cuántica podemos saber que estas palabras de Chopra no son meros actos de reflexión mística, sino hechos científicos comprobados (Sheldrake, 2013).
La transformación de la sensación de separación a la consciencia de Unidad es la meta última del trabajo psicoterapéutico y de todas las tradiciones espirituales. Todos somos parte del desorden que creamos al considerarnos separados y aislados. El perfecto ejemplo de separación autoperpetuada, es la personalidad de tipo A (Mench, 2016) con su conducta extenuante y frustrada y con su eterna sensación de estar presionado por las fechas tope. Este tipo de persona es incapaz de relajarse, dejarse llevar, alimentando sus dolores del pasado y convirtiéndolos en este torbellino reprimido que se proyecta en el medio ambiente. La impaciencia, reproche y pánico no asumidos en su esfuerzo incesante por dominar a otros, reacciona ante las pequeñas tensiones con duras críticas en la creación de mucho caos. Se engaña pensando que está compitiendo con éxito cuando en realidad es muy ineficiente.
Rosal Cortés (2013) señala que la psicoterapia humanista tiene varias metas específicas. La primera es el crecimiento personal, siendo este el objetivo del trabajo psicoterapéutico pero también el objetivo último de la vida. Esto nos diferencia de otros modelos que simplemente se limitan a querer un estado estático. Buscan darle al cliente la posibilidad de obtener un trabajo más profundo: una plena recuperación y animación del proceso de crecimiento que también se llama autorrealización.
Existen psicoterapias que nada más solucionan problemas específicos, existen otras que solamente “readecúan” a la persona al establishment y trabajan para él, promoviendo la dicotomía, la separación y el miedo. Afortunadamente existen otras psicoterapias que intentan apoyar a la persona a que se desarrolle en su máximo potencial, incluyendo mente, cuerpo y espíritu, e intentan disolver los velos dicotómicos que cubren la Consciencia de Unidad y de salud inherente en la existencia del paciente. Este tipo de psicoterapia cumple con su función ética y su función social, además de trabajar desde una dimensión espiritual a veces de una manera propositiva, y a veces sin saberlo.
Estos procesos contribuyen a suprimir una serie de tensiones superfluas o patológicas, pero también contribuyen a incitar nuevas tensiones consideradas saludables y concomitantes con la actitud creativa y ampliación de la consciencia.
Según Rosal (2013) la mayoría de los autores de la psicología humanista comparten las siguientes ideas:
1. El individuo acciona hacia su crecimiento personal y eso es diferente al de individualismo, ya que lo primero no tiene que ver con una actitud ególatra si no con el logro de la propia particularidad.
2. Constituye un proceso espontáneo natural y autónomo. Creemos que todas las potencialidades del psiquismo están disponibles para la libre decisión de ser o no actualizados. La psicoterapia se entiende generalmente como un proceso de recuperación de las capacidades anuladas y con un permiso para obtener otras nuevas perspectivas de desarrollo. Se menciona que los obstáculos principales para el crecimiento personal son el miedo al dolor y miedo a perder la vida, el miedo a la soledad y los factores socioculturales obstaculizadores.
Esta actitud creadora manifiesta la capacidad para vivir el momento presente del aquí y el ahora sin la evasión del pasado y el futuro. Subrayan que todo el conjunto de la psicoterapia humanista se orienta hacia facilitar el implicarse con la actualidad temporal y espacial como una manera de enraizar a la persona en la realidad presente (Rosal Cortés & Gimeno-Bayón, 2013, p. 163).
La capacitación o recuperación del contacto con las experiencias emocionales en cada persona es un elemento relevante de la psicoterapia humanista corporal, así como la capacitación para su expresión y la comunicación. Esto afecta a la percepción de uno mismo y a la percepción del propio entorno. La actitud amorosa que ha recuperado la psicología humanista es una original interpretación no reduccionista, revalorizándose especialmente la noción de ternura implícita y viviente detrás de la comunicación empática profunda, aunque con términos diferentes. Se refiere no sólo en su manifestación hacia otros sino en el amor a uno mismo: esta capacidad y actitud compleja que denominamos amor, integra factores cognitivos y se radica en unas convicciones y sentimientos básicos hacia un ser humano percibido y sentido favorablemente.
Bugental (1967) señala que el ser humano está en el centro de la psicología humanística, volviéndose contra la exigencia científica de objetividad, subrayando que el ser humano que investiga tiene que ser parte siempre de la investigación sobre el ser humano. La psicología humanista le da más importancia al sentido y al significado de las cuestiones que al procedimiento metodológico, o sea, que se traicionaría si descuida las relaciones de significado de la existencia humana para favorecer la metodología. Señala que la psicología humanista exige que los métodos estadísticos y tests estén subordinados al criterio de la experiencia humana, aceptando que todo conocimiento humano es relativo.
Así mismo, asevera que la psicología humanística confía ampliamente en la orientación fenomenológica para la investigación de la existencia humana en su integridad.
Criswell (2002) refiere lo siguiente:
“La psicología humanística puede definirse como la tercera rama fundamental del campo de la psicología (las dos ya existentes son la psicoanalítica y la conductista) y como tal trata del término de las capacidades y potenciales humanos que no tiene lugar sistemático ni en la teoría positivista, ni la conductista o psicoanálisis, por ejemplo: creatividad, amor, sí mismo, crecimiento, organismo, necesidad básica de gratificación, autoactualización, valores superiores, ser, devenir, espontaneidad, juego, amor, afecto, naturalidad, calor, trascendencia del ego, objetividad, autonomía, responsabilidad, salud psicológica y conceptos relacionados con ellos”.
Esto se ve en los escritos de Goldstein (1995), Fromm (1990), Horney (1945), Rogers (1987), Maslow (1985), Allport (1950), Moustakas (1956), etcétera. Así como Jung (1995), Adler (1958) y psicólogos existencialistas y fenomenológicos. Además de los conceptos mencionados también encontramos en varias publicaciones de “Journal of Humanistic Psichology” (1961), otros conceptos como por ejemplo, salud, existencia personal, emociones, identidad, motivación autónoma, libertad, experiencia excepcional, psicología del ser, parte, satisfacción, opción, sexo, motivación del ser, placer, realidad, trabajo, acción, ciencia de la persona, controversia de las drogas psicodélicas, misticismo religioso, curso de la vida, ciencia de la experiencia interna, cobardía, intencionalidad, querer. Llama mucho la atención que a pesar que son conceptos todos relacionados con la Dimensión Espiritual, la palabra y el concepto mismo no están mencionados.
El método científico del humanismo y el existencialismo es la fenomenología, que según Husserl (como se citó en Quitman, 1989) no es un conocimiento en sentido verdadero, sino que es un mirar, inspirar, es intuición. Se contraponen la intuición a la abstracción. La “visión de la esencia” se encuentra en el centro del método fenomenológico: una expresión interna y espiritual del objeto, tal como está dado en la visión espiritual y no como existe fuera de la conciencia. Entendemos entonces que todo lo que el hombre sabe del mundo, incluso lo aprendido a través de la ciencia, lo conoce a partir de su visión o experiencia del mundo, sin la cual los símbolos de las ciencias carecen de sentido. Tenemos que comprender que el principio del hombre y el mundo, el sujeto y el objeto, el ser y la consciencia, el interior y el exterior, deben considerarse siempre como una Unidad indivisible.
Este es el principio que constituye “el ser en el mundo” desarrollado posteriormente por Merlau Ponty (1945). No habría conocimiento si no existiera la humana Dimensión Espiritual, es decir que dicha dimensión nos hace sopesar, entender, comparar y dimensionar el conocimiento, contextualizándolo con mucha más profundidad, alejándonos de la mera suma de datos.
Quitman (1989), al hablar de libertad y la capacidad de decisión y elección que el ser humano tiene, habla de Kierkegaard, quien indica que el hombre escoge y rechaza y tiene un impulso hacia la decisión, ante Dios y con una enorme responsabilidad. También señala cómo Heidegger dice que el miedo y la libertad son partes de una unidad individual y un todo unitario. La importancia que la psicología humanista le da a la libertad y a la capacidad de elección del ser humano es enorme. Buber (1943) al hablar de las polaridades en el ser humano como partes ineludibles de la dualidad, indica que la dualidad es la esencia fundamental del mundo. Espíritu y materia, forma y contenido, vida y muerte, etcétera. Llegan solamente a la Unidad si el ser humano se confronta con las polaridades y no intenta alejar del mundo las tensiones inherentes.
La psicología humanista subraya la importancia del tiempo presente a pesar de que el futuro y el pasado le dan sentido a nuestra existencia.
Quitman (1989) sostiene que los conceptos de organismo y sí mismo son fundamentales para entender la Psicoterapia Humanista y particularmente a Rogers. Indica que cuando Rogers habla de organismo humano subraya que éste tiene una tendencia a la actualización, como también lo dirían Maslow y Goldstein:
“El ser humano tiene la capacidad de valorar experiencias, impresiones y estímulos y que la tendencia de actualización es la escala para la valoración, es decir el organismo valora un suceso como positivo, si este refuerza la tendencia de actualización, y como negativo lo que la contradice” (pág. 215).
Añade entonces que la tendencia actualizante se caracteriza por una aspiración en la dirección de metas, tales como la salud, la satisfacción de las necesidades, mediante la expansión y adaptación autolimitadora, el desarrollo corporal y espiritual. Hay una tensión entre autonomía y adaptación, dependencia e independencia, entre integración y diferenciación. De este modo para Rogers toda elección realizada por los seres humanos es una expresión de la búsqueda de autorrealización. Afirma que la autorrealización es entonces un proceso y no una meta a la que se llega, como lo diría Maslow.
El hombre en su vida debe de contestar las preguntas de ¿quién soy? y ¿cómo puedo convertirme en mí mismo? y para ello debe atravesar las máscaras de defensa que tiene ante sí mismo. Así Maslow se plantea que un hombre que sigue este proceso “desarrolla confianza en su propio organismo que hace valoraciones a partir de sí mismo, y que vive su vida como un proceso que fluye y en el que descubre constantemente nuevos aspectos de su vida en la corriente de su experiencia” (Rogers citado por Quitman, pág. 320). Entonces un proceso de actualización como este, se prolonga a lo largo de la vida.
Éste es pues el devenir y el famoso gerundio: todo el tiempo nos estamos convirtiendo en lo que somos, y ese es el camino espiritual. Quitman (1989) sostiene que, según Rogers, la congruencia puede darse entre el sí mismo tal y como lo percibe el individuo y la vivencia concreta del organismo. También puede darse entre la realidad subjetiva y la realidad del mundo de afuera, o puede darse entre el sí mismo y un sí mismo deseado. La incongruencia es amenazante para el ser humano cuando no penetra en la conciencia, entendiendo por congruencia la coincidencia con uno mismo. En referencia a la empatía, señala Quitman (1989), que ésta se conoce entre nosotros como comprensión empática no valorativa.
Es mucho más que el simple reflejo, si no que es sentir el mundo interno del otro con sus significados personales, como si fueran propios. Es un completo dejarse ir en la comprensión (pág. 326). Acerca de la aceptación positiva incondicional, refiere que la relación con el cliente no es neutral ni distante, sino que se caracteriza por un compromiso emocional. Indica que Rogers la define como una especie de inclinación que tiene fuerza y no exige. No significa que el terapeuta encuentre bien todo lo que el otro hace, pero que lo acepta tal cual es.
También habla de Maslow (como se citó en Quitman, 1989) y menciona que no se podría nunca entender la vida humana si no se cuentan sus más altas ambiciones. El crecimiento, la autorrealización, la lucha por la salud, la identidad y la autonomía, así como la demanda de perfección y otras formas que toma la lucha por la superación, deben aceptarse como una tendencia del ser humano universal (pág. 218). Aquí empieza seriamente el nacimiento de la psicología de la salud. Entendemos así la autorrealización, tanto una motivación, como con una necesidad. Es clara la visión que se opone a la dualidad cuerpo-mente-espíritu referida por la filosofía cartesiana, ya que el principio de la totalidad del organismo que se autorrealiza, se le opone. Vemos aquí cómo coinciden en esto Quitman, Goldstein (1995), Perls (1979), Rogers (1987) y Cohen (2011).
1.2.1. Dicotomía Cuerpo-Mente
“Empieza a perfilarse una nueva visión del cuerpo. Lejos de estar compuesto de órganos mudos se puede decir que diferentes partes del cuerpo piensan de un modo inconsciente-si queremos seguir sosteniendo que el hemisferio cerebral derecho también piensa. Más aún, es posible influir conscientemente en el funcionamiento de muchos de ellos (tal vez de todos)”.
Larry Dossey
Casanova (2014), explica que a pesar de que el sentido común nos dice que la mente y el cuerpo deben de interactuar conjuntamente, al ser el cerebro y el sistema nervioso parte del mundo físico y tangible y al ser los pensamientos y sentimientos diferentes estados de la mente parte del mundo intangible, hemos asumido que es imposible para el cerebro generar la mente o que la mente afecte al cerebro.
Esta dicotomía y contradicción forman parte básica del problema cuerpo-mente. Sin embargo sabemos que los estados del cerebro y del sistema nervioso, es decir, del cuerpo físico, genera estados mentales y en un momento específico, estados de conciencia. Dicho estado de conciencia determina la percepción y conocimiento del mundo psíquico individual y el que nos rodea.
Sabemos que diferentes estados de conciencia activan funciones neurocognitivas específicas. Se señala en este artículo (Casanova, 2014) que hay que distinguir entre estados normales de conciencia y estados no comunes de conciencia y las alteraciones patológicas de la conciencia hay que distinguirlas entre cualitativas y cuantitativas.
Carvajal (2000), al referirse a las crisis de salud que tienen que ver con la dicotomía cuerpo-mente señala que a veces perder el rumbo es una estrategia de ese orden oculto y explícito para hacernos recuperar el sentido de vida. El destino nos lleva a comprender que cada persona, aunque se siente perdida, tiene la mejor oportunidad para el desarrollo del potencial. Indica que pretender estar donde no estamos, hacer lo que no somos o vivir en el futuro o pasado, nos impide comprender que cuando el río va crecido hay que esperar o tomar otro rumbo, y que ese rumbo exterior es más que el camino interno que nos lleva a la oportunidad de dar lo que somos y así encontrar nuestro potencial oculto.
“La literatura sobre Mente-Cuerpo y su interacción es algo singular. Los especialistas de otras áreas médicas no la conocíamos. Comprobé qué adelantadas estaban la teología, la psicología y la holística a este respecto” (Siegel, 1998). Así mismo, Siegel reconoce la necesidad de incorporar al sistema médico esta nueva-vieja visión de que el Cuerpo y la Mente son Uno y no dos.
Siegel (1998) sugiere que a todos los médicos se les debería pedir como parte de su formación que ofrecieran servicios a donde pudieran acudir enfermos con enfermedades incurables. Habría que decirles que no están autorizados a prescribir medicamentos ni intervenciones quirúrgicas, sino sencillamente hablarles, ayudarles.
Entonces los médicos aprenderían que pueden ayudar tocando, abrazando y participando de las emociones. También sería útil organizar reuniones anuales con sobrevivientes a enfermedades graves, para que los médicos pudieran ver y escuchar hablar de sus éxitos a las personas que ayudaron a ponerse bien. Evidentemente Siegel sugiere la humanización de la medicina como parte integral de la misma, sin embargo no tenemos que olvidar que el “establishment” se basa en el miedo profundo y arraigado a sentir, motivo por el cual se enseña a los médicos a escindirse y a considerar que los sentimientos en general y hacia los pacientes en particular no son particulares y son un error. Tenemos que comprender que la inclusión de la vida espiritual y la vida emocional dentro de los procesos médico-paciente, terapeuta-consultante, son fundamentales y deben basarse en la apertura voluntaria por parte de los profesionales a sentir y abrirse al sentido de la Vida.
“Olvidar la relación mente-cuerpo por la medicina tecnológica es de hecho una aberración, en cuanto que parece ir en contra de toda la historia del arte de la curación, de la medicina tradicional de las tribus y en la práctica occidental desde sus comienzos con la obra de Hipócrates. La necesidad de influir a través de la mente del enfermo se ha reconocido siempre. Hasta el siglo XIX los otros autores médicos casi nunca dejaban de mencionar la influencia de la aflicción, la desesperación, el desánimo en el comienzo y el desarrollo de la enfermedad, y no ignoraban los efectos curativos de la fe, la confianza y la tranquilidad mental. Se consideraba una condición para tener salud” (Siegel, 1998).
¿Qué pasos necesitamos dar entonces para volverle a dar su lugar a la excluída espiritualidad y a la negada emocionalidad dentro de los procesos de sanación y en la vida misma? Parecería que no hemos aprendido todavía los efectos que esta Dicotomía ha tenido en la sociedad y en la salud de las personas.
Añade Siegel (1998) que en la medicina moderna, el facultativo ha logrado poder sobre ciertas enfermedades por medio de medicamentos. Sin embargo, ha olvidado el potencial de energía que tiene en sí el paciente. Relata que un médico anciano le contaba que había estado leyendo un diario de su tío, también médico. En aquella época el autor del diario siempre consignaba lo que había ocurrido a la persona por la comunidad, antes de aparecer la enfermedad o epidemia; pero según la medicina, se fue haciendo más tecnológica y en parte fue perdiendo importancia, hasta que finalmente lo omitió. El rezago y la exclusión del poder de la mente comenzaron; según la medicina, ésta prescindía de todos los datos científicos, esto es, la información que no puede ser fácilmente cuantificada. Lo paradójico es que en la exlusión de ciertos datos fundamentales en el fenómeno de alguna enfermedad y su génesis, estamos incurriendo en un grave error científico de omisión, por querer ser científicos.
Al referirse a la importancia de nuestras creencias y nuestras actitudes, Siegel (1998) señala que la acción de la mente sobre la salud es directa y consciente. El grado en que nos amemos a nosotros mismos viene a determinar que comamos bien, durmamos bastante, usemos el cinturón de seguridad, hagamos ejercicio, etcétera. Cada una de estas decisiones es una muestra de cómo cuidamos de nuestra existencia, decisiones que controlan cerca del 90% de los factores que determinan nuestro estado de salud. El desequilibrio en la complejidad humana se origina porque la motivación de la mayoría de la gente para conservar estas decisiones es desviada por ciertas actitudes ocultas o imágenes negativas. Detrás de la imagen o intención negativa está el origen del mundo de la dualidad y del conflicto (Broch Pierrakos, 2005). El resultado es que muchos de nosotros tenemos intenciones y resultados ambiguos (Siegel, 1998).
No cabe duda que la dicotomía cuerpo-mente está en la raíz de toda psicopatología humana, y es causa y efecto de la rotunda separación que el ser humano ha hecho entre sí mismo, Dios y la naturaleza. Si en psicoterapia verdaderamente intentamos subsanar esta lastimadora y antigua dicotomía, estamos adentrándonos en un trabajo psicoespiritual. Lo paradójico es que todo el sistema de salud y muchas escuelas de psicoterapia y técnicos en psicoterapia, pretenden “sanar” ahondando en esta dicotomía, perpetuando el tradicional juego médico de facilitar medianamente el proceso de consciencia y sanación, perpetuando la enfermedad y la cobranza de la medicina y el tratamiento.
La Dra. Bianchi (2010), después de hacer la diferenciación entre religiosidad y espiritualidad y religión, nos habla de cómo la psicoterapia humanista incluye al concepto y dimensión de la espiritualidad a través de la psicoterapia Gestalt, el enfoque centrado en la persona, la escuela de Maslow, el Análisis Transaccional, y la logoterapia.
En su visión, habría tres componentes principales en el ser humano:
– El cuerpo.
– La psiquis, con su sistema de creencias.
– La fuerza vital o espíritu.
Este poder gobierna al universo entero. Ha sido llamado chi en China; ki, en el Japón; prana, en la India; soplo de vida, por los hebreos; Verbo, por los cristianos.
Refiere que se emplean estos términos para expresar el principio creativo que da existencia a todas las cosas, principio que todo lo contiene y lo mantiene, que conecta todo y que siempre existió.
Por lo tanto, Bianchi (2010) expresa que la meta de la práctica espiritual genuina es la integración de nuestra dimensión corporal, mental/social y espiritual (intentar eliminar la dicotomía cuerpo-mente). Recomienda períodos regulares de silencio y soledad que aquietan la psiquis, alimentan el silencio interior e inician la dinámica del autoconocimiento, y es así como la persona comienza a auto observar si lo que piensa, lo que siente sensorialmente, lo que siente emocionalmente, lo que habla y lo que actúa están integrados, son congruentes. Sabemos que es muy común que estas funciones del comportamiento estén disociadas y pensamos de una manera, pero actuamos de otra, y hasta sentimos contradictoriamente.
En el artículo de Jiménez (2013) se explican las diferentes maneras y conceptos que conforman a un paradigma. Se indica cómo no es posible el desarrollo de la persona si no cambiamos de paradigmas dicotómicos. Algunos ejemplos de creencias o paradigmas generalmente aceptados, nos darán una idea más precisa de la importancia de romper paradigmas limitantes. Podemos ver en los ejemplos siguientes cómo muchas de ellas son excluyentes y producen resultados diferentes, algunos ejemplos son:
“No se puede tener todo en la vida” vs. “Piensa bien lo que quieres porque es posible que lo consigas”
“El dinero no puede comprar la felicidad” vs. “El dinero no te lleva a la felicidad pero te deja a unos cuantos pasos y puedes llegar caminando”
“El ser humano utiliza solo el 10 % de su capacidad cerebral” vs. “No existe ninguna área del cerebro que esté de sobra”
“Los hombres no lloran” vs. “El hombre al igual que la mujer tiene la capacidad de experimentar y expresar sus emociones”
“Es mejor tener amigos que dinero” vs. Es mucho mejor tener amigos y dinero”
“Lo importante no es ganar sino competir” vs. “Lo importante no es ganar… ¡es lo único!”
“Para tener una buena calidad de vida, estudia, consíguete un trabajo con buenas prestaciones y jubílate” vs. “Para tener una buena calidad de vida, consigue muchas fuentes de ingresos, no solo un empleo”
“Para ganar mucho dinero es necesario trabajar duro” vs. “Para ganar mucho dinero es necesario trabajar inteligentemente”
Necesitamos saber cómo la espiritualidad humana puede apoyar en el desarrollo del cambio que necesitamos como personas y como sociedad para crear paradigmas más sanos y evolutivos y no limitantes y que no creen mayor dicotomía entre el cuerpo y la mente.
En términos prácticos, podríamos decir que cuando hablamos de superación personal, los paradigmas o creencias, son el marco de referencia que sirve de guía para la acción e influye sobre nuestros resultados en la vida. En la psicoterapia y sistemas de salud no nos podemos conformar con elaborar técnicas de salud si es que no hemos profundizado en incorporar el paradigma a partir del cual estamos trabajando.
De acuerdo con Anthony Robbins, (como se citó en Jiménez, 2013) la importancia de romper paradigmas o creencias limitantes, radica en que éstas son como órdenes incuestionables, que nos dicen cómo son las cosas, qué es posible y qué es imposible, qué podemos hacer y qué no podemos hacer. Configuran cada una de nuestras acciones, e incluso los pensamientos y sentimientos que experimentamos. Como consecuencia de ello, cambiar nuestro sistema de creencias o paradigmas, es fundamental para producir cambios verdaderos y duraderos en nuestras vidas.
Staemmier (como se citó en Piso, 2011) indica que la psique no existe sin un cuerpo, que paradójicamente cuando se escucha el término de la psicoterapia orientada al cuerpo es un intento de conectar las cosas que están separadas, pero con el énfasis en el cuerpo se continúa separando. La influencia de Descartes de separar cuerpo y mente sigue estando presente. Damasio (2000) ha demostrado que el pensar y tomar decisiones y el comportamiento social sería imposible si no están indicados en el cuerpo. Merleau Ponty (1945) señala que el cuerpo es una forma de estar en el mundo y es a través de nuestro cuerpo como entendemos a otros. Piso (2011) añade que la conciencia humana siempre es consciente de algo y ese algo es algo del mundo que no existe independientemente del cuerpo. Todos coinciden en subrayar la importancia de la consciencia del cuerpo para la ampliación de la consciencia y la salud. El camino de separación no ha sido hasta ahora el camino hacia la plenitud y la salud.
Jerome Groopman (2005, pág. 23) se refiere a la confusión que muchas veces se tiene entre tener suficiente información y tener suficiente insight o darse cuenta, y desde ahí sentirse preparados para dar psicoterapia a otras personas. Señala que mucho tiempo estuvo muy bien preparado para la ciencia pero lamentablemente no preparado para el alma humana. Indica que en la carrera de medicina y de psicoterapia no nos preparan adecuadamente en materias como esperanza o dolor como parte del currículo. Indica cómo las etiquetas causan distancia entre paciente y terapeuta, quitando responsabilidad al terapeuta de sus manos y solidificando este sentido de dolor y soledad que rodea al paciente.
No sabía, señala, entonces que lo que hacemos tiene tanto que ver con aprender a despertar y dar esperanza a las personas en su proceso de restablecimiento de su salud general. Añade que la esperanza no es un constructor racional deliberado que venga de la conciencia y de la información, sino que emerge como una amalgama entre el pensamiento y el sentimiento, y éstos son creados en parte por la información neural que emerge de los órganos y los tejidos (pág. 120). Nuestras emociones, pensamientos, percepciones, reflexiones y deseos, todas son actividades de la mente y parecen existir como si estuvieran desencarnadas fuera de nuestras cabezas. Lo cierto es que no es así, sino que la mente es una manifestación del cerebro, según Jerome. Indica que los pensamientos, sentimientos y emociones son productos de la mente y una mezcla de químicos y circuitos eléctricos que han evolucionado por milenios y que siguen cambiando. Es así como vemos que también la consciencia, la memoria del pasado, el darnos cuenta del presente y la anticipación del futuro cambian.
El cuerpo incluye al cerebro y por tanto a la mente. Por lo tanto el constructo de “conexión cuerpo-mente” sólo enfatiza la artificialidad con la que tradicionalmente los hemos dividido. El alma es fundamentalmente un concepto religioso y metafísico, en donde reside la chispa divina. Para el agnóstico el alma está en duda, para el ateo es ficción. Para una persona de fe, el alma tiene permanencia mientras que el cuerpo -incluyendo el cerebro y la mente- no lo tiene, indica (pág.166).
Groopman (2005), al referirse a la esperanza la define como una emoción hecha de dos partes: una parte cognitiva y una parte afectiva. Cuando esperamos algo, empleamos hasta cierto grado nuestra cognición, información, y data relevante y un cierto deseo de un evento futuro. También la esperanza implica lo que se llama un pronóstico afectivo, es decir, un sentimiento confortante que se experimenta y se proyecta mentalmente hacia un futuro positivo. Esto requiere que el cerebro genere estados afectivos específicos (pág. 193). Sabemos que la esperanza es un factor fundamental en la recuperación de la salud y la ampliación de la consciencia, así como en la vinculación espiritual de las personas.
El ser humano para perpetuar la dicotomía entre el cuerpo y la mente, debe dividirse y traicionarse a sí mismo, desarrollando para ello una fuerza falsa a través de su máscara o apariencia, y tomando fuerza de su parte no luminosa o sombra, llamada también Ser Inferior.
Al identificarse mayormente con sus dimensiones de máscara y de ser inferior, va “olvidando” su verdadera resiliencia original, su verdadera luz o Ser Superior, rezagando de esta forma su sabiduría organísmica. El proceso psicoterapéutico humanista que atiende estas dimensiones de manera franca y honesta, irá sanando paulatinamente dicha dicotomía y el paciente irá recobrando su conciencia integral, pudiendo accesar con más profundidad a su dimensión espiritual, reconociendo que de ahí proviene siempre su propia sanación. Es por eso que el trabajo espiritual y humanista no pueden trabajar a favor del establishment ya que éste pretende profundizar la dicotomía que necesita sanar.
Debemos hacer la distinción entre la esperanza falsa y la esperanza verdadera, ya que la esperanza es parte sustancial de la dimensión espiritual. Esperanza falsa es no recuperarse y no ver los riesgos y peligros, y tomar decisiones erradas. La esperanza verdadera toma en cuenta las amenazas reales que existen e intenta buscar y navegar el camino adecuado. La esperanza verdadera escucha al miedo para poder reconocer los peligros y caminar a través de ellos. Diríamos que la verdadera esperanza proviene del Ser Superior y la falsa esperanza proviene de la máscara (Broch Pierrakos, 2005). Groopman (2005) señala que él cree que la esperanza es tan vital para nuestras vidas como lo es el oxígeno.
El Dalai Lama (2001) en su artículo llamado “Ethics for a secular millennium” señala que cuando las personas rechazan a la religión o no se interesan en ella, también rechazan valores como la compasión, la importancia de compartir y el sentido del cariño, ya que los consideran mensajes religiosos y los rechazan: ese es un error. La ética secular no es un mensaje religioso y es para todos. Todos pueden entender que el ser humano quiere una vida feliz, una familia feliz y tener felicidad individual, y que las cosas materiales no nos van a dar paz interior real o felicidad interna. Los valores humanos son esenciales, debemos encontrar una manera de presentar los valores humanos a todo el mundo y hacerlo no de manera religiosa, sino con una ética secular para que sea importante y significativo.
1.2.2 La sanación en la Dicotomía Cuerpo-Mente
“Realidad es todo aquello que tomamos por cierto. Lo que tomamos por cierto es aquello en que creemos. Nuestras creencias se basan en nuestras percepciones. Lo que percibimos depende de lo que tratamos de ver. Lo que tratamos de ver depende de lo que pensamos. Lo que pensamos depende de lo que percibimos. Lo que percibimos depende de lo que creemos. Lo que creemos determina, a su vez, lo que tomamos por verdad. Y lo que tomamos por verdad es nuestra realidad”.
Garry Zurav“Mi cuerpo es una Gestalt y está co-presente en toda experiencia”
Merleau-Ponty“La principal razón para la sanación es el amor”
Paracelso“Pitágoras dijo que el mayor arte divino era el arte de la sanación. Si esto es así, ésta debe de ocuparse tanto del alma como del cuerpo, ya que ninguna creatura puede estar bien si alguna de éstas no lo está”
Apolonio de Tiana
Taboada (2014), menciona que los síntomas físicos son una llamada que nos dice que necesitamos cuidados en nuestras vidas. En los síntomas psicosomáticos el estrés y la vida afectiva hacen que éstos se incrementen. Se resalta que detrás de todo síntoma físico hay sentimientos, temores guardados. Escucharlos es mantener equilibrio y salud. Por eso surge la medicina psicosomática, que incluye los aspectos somáticos, psíquicos, sociales y culturales que pretende eliminar la Dicotomía Cuerpo-Mente. La medicina psicosomática no sería verdaderamente integral si no incluimos también la Dimensión Espiritual.
Taboada (2014) resalta la manera en que lo que inicialmente fue orgánico, puede repercutir emocionalmente y viceversa. También se subraya la importancia que tiene la enfermedad somática en lo anímico y lo psicológico y cómo los estados depresivos y de tensión emocional prolongada y de estrés producen disminuciones en las inmunodefensas.
Señala que las enfermedades psicosomáticas más frecuentes son: colon irritable, depresión, asuntos de sistema circulatorio y cardiovascular, fibromialgia, hipocondria, problemas de aprendizaje, trastornos de la memoria, trastornos del estado de ánimo, pánico y ansiedad, trastornos del sueño, trastornos de la personalidad. Se subraya la importancia de la hipnosis clínica como tratamiento para dichas enfermedades (Taboada, 2014). Sabemos que las enfermedades más comunes son siempre acompañadas de altos niveles de estrés, creencias negativas, malos hábitos, largos periodos de desesperanza o tristeza crónica y tratamientos no integrales.
Estamos entonces en el entendido de que sanar la antropológica herida que separa nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro espíritu, quitándonos gozo y nuestra libertad, es necesario un proceso de sanación profundo y sostenido. ¿Cómo se une lo separado? ¿Cómo se pega lo roto? ¿Cómo se llega a comprender que la separación cotidiana es en realidad defensa ante una dimensión de unidad y continuidad? Estas son las preguntas de un terapeuta humanista corporal que trabaja desde su dimensión espiritual y que pretende colaborar con la sanación de la sociedad. Desde luego que el puro uso de ciertas técnicas solamente robotiza a la relación terapéutica y solidifica la máscara. La sanación tiene que provenir de un profundo anhelo compartido de trascender y de pertenecer a una Alegría mayor que tiene todo que ver con el bien común.
Guillen (2014) subraya que el Core o núcleo energético en el ser humano, es accesible a través del trabajo psicocorporal. La expresión emocional espontanea en un ambiente seguro permite alcanzar niveles profundos de realidad somática, activando el nivel parasimpático del sistema nervioso involuntario: el inconsciente corporal.
Sabemos que el cuerpo humano es materia y energía en continuo movimiento, que genera pulsaciones, vibraciones y corrientes de energía que toman la forma de sensaciones, emociones y sentimientos (Brennan, 1988). La pulsación es ese proceso rítmico de expansión y contracción que caracteriza a los seres vivos.
Guillen (2014) afirma que la salud y la curación provienen del núcleo energético del ser humano y que nuestra energía vital u orgón es la misma fuerza que constituye el universo y determina sus leyes. Sabemos que la pulsación con la función del orgasmo es la misma energía del eros y del amor (Reich, 1991). Esta energía vibra, y pulsa irradiando dentro del cuerpo humano y en su campo inmediato uniéndose a la consciencia y generando luz, calor y creación, diluyendo la dicotomía cuerpo-mente. Esto es obtenido a través de la conjunción de nuestros atributos de razón, emoción y voluntad (Broch Pierrakos, 2005).
Cada uno de nosotros tiene un núcleo único y distinto que vive en el núcleo de cada célula, que es energía y conciencia. Nuestro núcleo encierra y señala nuestras capacidades espirituales. La energía se mueve con la voluntad hacia la creatividad o la unificación y es pura inteligencia, no tiene criterio moral, solo es benigna, abundante y siempre disponible al ser humano.
Conger (1993) señala que si estamos a gusto y como en casa adentro de nuestro cuerpo, nos vamos a sentir como en casa en cualquier parte.
En un nivel somático “estar sano” significa haber atravesado la armadura de carácter y poder establecer un flujo energético claro. Significa también conectar el rompimiento que hay entre las partes, de manera que estamos enteros y en contacto con nosotros y con otros, es decir, somos ya un “carácter genital” como lo describe Reich (1991). Esta persona saludable y fluida está en contraste con el carácter neurótico, cuya energía sexual reprimida le impide hacer fluir su energía y su funcionamiento sexual pleno. El carácter genital esta emocionalmente presente y es espontáneo sexualmente: es vivo y vital físicamente y está gobernado por su autorregulación natural, en vez de estar gobernado por las reglas de complacencia inconscientes. Ninguna mención se hace de la necesidad de trascendencia y de la vida espiritual para una salud plena. Parecería que el único criterio es la genitalidad funcional, lo cual nos hace ver que el paradigma no es integral.
Conger (1993) señala que el menage-a-trois entre cuerpo, psique y espíritu es muy complejo. La separación entre cuerpo y mente se va sanando con el trabajo corporal que incluye la Dimensión Espiritual y se va sintiendo una sensación de estar encarnado mucho mayor, pero este proceso tiene sus conflictos y es doloroso. Estar encarnado significa soltar la ilusión, la grandiosidad, a cambio de tener una realidad arraigada, un contacto genuino, placer y capacidad relacional.
La escisión entre la psique y el soma conforman nuestra sombra. La escisión como defensa primitiva disminuye la ansiedad y es la base de la construcción caracterológica, y reduce nuestro mundo a pedazos más manejables, mientras alguna parte de nuestra vida nos decepciona. Conger sostiene que en los organismos unicelulares, la escisión llamada mitosis existe para la reproducción y ocurre mecánicamente para reducir la tensión de la superficie, sugiriendo una base biológica en donde se fundamenta la escisión psicológica para reducir la ansiedad.
Reich y su trabajo para resolver la escisión entre psique y soma fue la terapia del orgón que argumentaba que los recién nacidos nacían intactos y completos, y que dicha escisión resultaba del impacto con el mundo externo restrictivo y el núcleo instintual del Infante expresivo. Según Melanie E. Lane (como se citó en Conger, 1993), esta escisión ocurre en todos los infantes y el desarrollo evolutivo primario. Si estos autores tuvieran la razón estaríamos diciendo que la escisión entre la psique y el soma es común a todos los seres humanos y es casi natural o sana. No contemplan la posibilidad de que dicha escisión no sea necesaria debido a nuestro origen “divino”, o la importancia de recuperar la Unidad más allá de la eliminación de los síntomas.
Conger (1994) señala que la mayor parte de personas hemos vivido en nuestros cuerpos como rentando una casa que apenas consideramos habitable sin verdaderamente hacerla nuestra. Con el costo que ha tenido esta visión hemos aprendido que tenemos que depender de nuestra mente, de nuestro espíritu, de nuestro cuerpo de la misma manera. Sufrimos de enfermedades crónicas, problemas con nuestras espaldas, estómagos, pies y muchas veces nuestras soluciones son las dietas o en las terapias racionales que sólo atienden la mente. Si bien sabemos que las enfermedades son inevitables también sabemos ahora que un gran remanente de nuestro pasado está anclado en nuestras estructuras cubiertas creando potenciales y debilidades físicas. Por muchos años nuestros cuerpos cargan con heridas no sanadas ya que el cuerpo legalmente graba los eventos traumáticos a través de la estructura muscular o tejido que energéticamente está tenso.
Al tomar una psicoterapia corporal unimos la mente, el cuerpo, el espíritu y la voluntad y podemos restaurar los sentimientos, el placer y la expresión emocional. Ya no necesitamos vivir adentro de la prisión si no que podemos vivir de manera liberada y encarnada. Sin embargo estar encarnados y arraigados implica soltar muchas ilusiones, la grandiosidad y el ser especiales para poder vivir una realidad arraigada y honesta con contacto y placer en la experiencia de vida. Señala que en la terapia intentamos unir el cuerpo y la psique que están tan separados en la cotidianidad, encontrando un eslabón perdido de unión.
Chopra (2004), cuando se refiere a nuestra naturaleza espiritual y a la importancia de la sincronicidad, señala que el estudio de la medicina le pareció una manera ideal de explorar la espiritualidad y la sanación, pensando que si desentrañaba los misterios del cuerpo quizá llegaría a los del alma. Añade que a través de este camino se da cuenta que hay una forma de recuperar la dicha de potencial inagotable que somos, teniendo la disposición para aceptar la interrelación e indivisibilidad de las cosas. Es muy importante entender que en el ámbito físico todo es comprobable y obedece a la causa y el efecto. Sin embargo en el ámbito cuántico todo consiste en información y energía, siendo todo insustancial, es decir, no se puede percibir por los sentidos, como lo son los pensamientos, la mente, etcétera.
Sabemos que los pensamientos son reales aunque no los podemos tocar en un sentido material. Es muy importante que entendamos que el ámbito cuántico precede al ámbito material y que éste responde al mundo cuántico. Sabemos que todo lo que existe en el ámbito físico está hecho de información y energía. Si tratamos de entender la ecuación famosa de Einstein (1998) de E=MC2 sabemos que E es igual a energía M es igual a Masa por la velocidad de la luz al cuadrado. Es decir que la masa y la energía son la misma cosa en manifestaciones diferentes. Sabemos entonces que el mundo corporal está hecho de información contenida en una energía que vibra a distintas frecuencias.
Hay otro nivel de existencia que es la consciencia o la espiritualidad en donde la información y la energía surgen de un mar de posibilidades. Para sanar es fundamental experienciar este ámbito también llamado de inteligencia no circunscrita y comprender integralmente que es desde aquí que se genera la salud y la enfermedad. Es el terreno de potencial puro. Es la fuerza organizadora que está detrás de todas las cosas. Es la tierra de la sincronicidad y la correlación. En este ámbito no hay separación Cuerpo-Mente ni tiempo ni espacio. Es el “lugar” “al que vamos” cuando meditamos u oramos.
La manera en la que Deepak Chopra (2004) ejemplifica nuestra naturaleza espiritual, es hablando dando el ejemplo de que el océano es una realidad no circunscrita llena de posibilidades infinitas, en donde cada uno de nosotros es una ola de este océano. Señala que somos creados a partir de Él y que somos simultáneamente, océano y ola íntimamente vinculados. Así es como sabemos que somos seres circunscritos y no circunscritos. Una parte de nuestra alma es no circunscrita, pura y poderosa; y por otro lado es cuántica, personal y circunscrita.
Según Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke (1983), mencionan que nuestro cuerpo nunca está enfermo ni sano ya que en él solo se manifiesta la información de la mente. Señalan que el cuerpo de una persona viva debe su funcionamiento precisamente a las instancias inmateriales que llamamos consciencia (alma) y vida (espíritu). La consciencia emite la información que se manifiesta y se hace visible en el cuerpo. Hacen la semejanza y dicen que la consciencia es al cuerpo lo que un programa de radio al receptor, y dado que la consciencia representa una cualidad material y propia no es producto del cuerpo ni depende de su existencia. Al hablar de síntomas de salud o de enfermedad, podemos señalar entonces que ninguna de ellas puede ser propiamente entendida, si no hablamos de la consciencia.
Dethlefsen y Dahlke (1983, pág. 19) mencionan, al hacer la distinción entre lo psíquico y lo somático, que solamente se puede situar esta diferenciación en el plano de la manifestación de un síntoma, haciendo la diferenciación entre la enfermedad (como un plano de la consciencia) y síntoma (en un plano corporal). Es importante subrayar cómo la escuela médica equipara un síntoma a una enfermedad, o sea que no puede separarse del contenido y desde luego descuidando al individuo para discutir solamente diferentes tratamientos. El enfoque tradicional trataría de eliminar la aparición o duración de los síntomas sin entender o considerar la racionalidad o sabiduría de los mismos, ni su propósito. Añaden que la enfermedad es un estado que indica en la consciencia del individuo que éste ha dejado de estar en armonía.
La pérdida de este equilibrio interno se manifiesta como síntoma: éste nos avisa que algo nos falta. Es muy importante comprender la diferencia entre el síntoma y enfermedad y ya no intentar destruir al síntoma, para vencer la enfermedad, sino darnos cuenta de que éste es un maestro. Su lenguaje es psicosomático o sea que sabe de la relación entre el cuerpo y la mente de manera profundamente sincera. Ojalá podamos, entonces, sanar y apoyar en la sanación de la Dicotomía Cuerpo-Mente, comprendiendo de manera integral que nuestros síntomas son aliados y las enfermedades señales de la consciencia.
Dethlefsen y Dahlke (1983) señalan una diferencia entre combatir una enfermedad y transmutarla. Señalan que la sanación se produce exclusivamente desde una enfermedad transmutada y jamás desde un síntoma derrotado. Ya que la sanación significa que el ser humano se hace más sano, es decir más completo.
Sabemos que sanación entonces significa redención, incorporando lo que falta, proceso imposible si no hay expansión de la consciencia. Entendemos entonces que los conceptos de enfermedad y sanación pertenecen a la consciencia, no sólo al cuerpo en donde solo se reflejan los estados de consciencia. Realmente llaman la atención de manera importante que la medicina académica habla de curación sin tener en consideración este plano de la consciencia único. Es importante entender que la aceptación positiva incondicional de la propia dicotomía, es sustancial para su sanación, ya que ésta es amor y compasión hacia nosotros mismos.
Mattieu Ricard (2003), señala que la salud está totalmente relacionada con la felicidad y que cuanto más dependamos de las cosas externas y cambiantes para ser felices, tenemos menos libertad interior y nuestra felicidad es menos estable. Añade que tendríamos que poder ser afectados por el mundo externo, aceptando nuestro sentir, sin adjudicarle el poder de darnos o quitarnos la felicidad.
La sanación entonces, de la Dicotomía que nos ocupa, solamente podrá darse cuando en la consciencia del individuo o de la sociedad haya una transformación y podamos entender que la enfermedad no es un obstáculo sino un camino hacia la sanación, ampliando nuestro horizonte y comprendiendo que no hay sanación posible sin un trabajo psicoespiritual. De hecho, todos los seres humanos estamos en un proceso de sanación constante, avanzando en un camino psicoespiritual.
Hay dos maneras de hacer un trabajo psicocorporal. El primero es el clásico camino en donde identificamos y confrontamos las estructuras de defensa chicas a las que se refería Reich para desbloquear la estructura de carácter, de manera que los ritmos saludables del cuerpo pueden despertar. La segunda manera de trabajar es proporcionando atención y soporte para mostrar los recursos ocultos del funcionamiento saludable y desde ahí poder eliminar las cargas innecesarias que el cuerpo tiene. En la psicoterapia humanista corporal desde luego que combinamos las dos formas de trabajar, sin embargo lo más importante es poder ver al ser humano único que tenemos enfrente y facilitar un diálogo profundo con su ser interno.
Es este ser interno el que entiende el significado y la dirección de nuestra salud y nuestra enfermedad y el que anhela que unamos nuestra psique y nuestro soma. Un buen terapeuta debería poder ser confrontativo y a la vez muy apoyador teniendo momentos activos y momentos de quietud, dependiendo de la necesidad terapéutica. Siempre comprenderá que las técnicas no son lo más importante, si no la relación y la manera en la que ésta se va desenvolviendo (Reich, 1949).
Cuando el cliente llega a psicoterapia podemos ver como tenemos ante nosotros la separación clara entre cuerpo y mente que se expresa a través de sus interrupciones, de sus aislamientos y del detenimiento específico que tiene cada parte que no permite el flujo de energía. Por otro lado, la psique tiene una idea de sí misma y a través de imágenes, recuerdos se percata de sí misma y se comunica. Poco a poco vamos construyendo un poco de consciencia para unir secuencialmente estos mundos aparentemente separados, para poderlos unir y comprender profundamente que en origen siempre estuvieron unidos y que gran parte de la problemática tiene que ver con haberse separado en el camino. Es así como a través del trabajo psicológico y corporal se redirige el flujo energético y podemos encontrar la correspondencia (Reich, 1949).
1.2.2.1. Las creencias espirituales del psicoterapeuta: ¿afectan el proceso psicoterapéutico?
“Un doctor no es solamente un dispensador o sintetizador del conocimiento científico, y tampoco un paciente es sólo un receptáculo. Como dijo Norman Cousins “en última instancia es el respeto que tiene el doctor por el alma humana lo que determina el valor de su propia ciencia”
Paul Roud
Cuando se habla de creencias y su importancia en algún tipo de tratamiento, ya sea psicoterapéutico o médico, se pone mucha importancia y énfasis en el hecho de que las creencias con respecto al tratamiento por parte del paciente son muy importantes, y van a influenciar el resultado de manera directa. Para permitir que los medicamentos trabajen y surtan efecto en él, ¿el paciente deberá ser cooperativo si tiene un verdadero y profundo deseo de mejorar y de vivir? Aunque todas estas preguntas son muy importantes, las creencias de los pacientes son fundamentales en su tratamiento, también tenemos que examinar qué influencia tienen en dicho tratamiento y en la sanación en general las creencias del psicoterapeuta.
Muchas veces en grupos de supervisión se sabe que los terapeutas en realidad no sabemos porque se sanó un paciente y otro no. Se han hecho diversos experimentos con respecto al efecto placebo en grupos que recibe un subgrupo el verdadero tratamiento y el otro grupo recibe un placebo sin saberlo. Sin embargo poco se ha escrito con respecto al inmenso efecto que también tiene el terapeuta o el médico a través de sus propias creencias.
Según Larry Dossey (1949) la mera posibilidad para un médico o un psicoterapeuta de que sus pensamientos y creencias realmente vayan a darle forma a las respuestas fisiológicas de sus pacientes, inclusive a distancia o cuando el paciente no sabe que eso está ocurriendo es totalmente impensable. Debido a esto existe una ceguera virtual en la medicina moderna hacia estos temas y una gana inconsciente de negar los hechos demostrados. Señala que es muy sencillo darse cuenta que los doctores prefieren la comodidad psicológica de no tener que considerar los efectos de sus pensamientos y creencias y en todo lo que esto puede acarrear. Implicaría admitir que mientras el cerebro actúa de manera local, la consciencia puede actuar a distancia. Cita al psicólogo Donald O. Hebb, quien en 1949 sostenía lo que todavía hoy domina la neurociencia:
“La psicología moderna da por sentado que el comportamiento y la función neuronal están correlacionadas. No hay ningún alma separada o fuerza vital en la cual podamos poner el dedo en el cerebro humano y nunca la abra. No podemos ser de manera lógica un determinista en física y en biología y un místico en psicología simultáneamente”. (1949, p. 57)
A pesar de haber sido escrito hace casi un siglo, este punto de vista en donde la consciencia es inseparable del funcionamiento individual de los cerebros, permanece siendo como una piedra fundamental de la psicología fisiológica. Las posiciones materialistas como estas abundan y son parte del credo común de la medicina moderna.
No hay espacio para las creencias del médico para que se afecte de manera no lógica el resultado de la psicoterapia. Sabemos que estas creencias como otras están fuertemente talladas en profundidad y en niveles emocionales profundos y reflejan nuestro punto de vista, autoconcepto y nuestras actitudes básicas acerca de la consciencia.
Según Dossey (1949) lo ideal es que las creencias del paciente y del médico coincidan. Ambos tienen que creer que el tratamiento va a servir. Ambos afectan el resultado. El hecho de saber que las creencias del médico y del psicoterapeuta afectan el resultado nos deberían invitar a examinar crítica y detalladamente el comportamiento y las creencias que traemos al tratamiento. Algunos doctores están aconsejados por sus abogados a poner el peor escenario ante sus pacientes. Muchos doctores lo único que traen al tratamiento es negatividad y en el sentido del psicoterapeuta traen creencias deterministas de que la persona no tiene recursos para avanzar y que no podrá salir de sus problemas, mucho menos trascender. Es muy importante saber cómo nos sentimos alrededor de nuestro psicoterapeuta y cuáles son sus creencias antes de elegirlo.
Dossey (1949) dice que entonces si el médico y el terapeuta creen profundamente en el efecto de rezar, para alguien no hacerlo tiene la misma validez ética que darle a tu paciente una medicina que sabes que no va a beneficiar.
Adriana Schnake (1995) señala que la escisión cuerpo-mente la ha visto a lo largo de todos sus años de consulta. Cuando algunos pacientes tienen síntomas psíquicos y otros vienen hablar de sus enfermedades físicas, y de cómo ha sido para ella el intentar hacer esta re-unión en el tratamiento. Señala que en la palabra psicosomático hemos cubierto y condensado, apresado y encerrado casi definitivamente el olvido del hombre y de la totalidad que nos trasciende sin reclamar la totalidad.
Indica que hemos olvidado que más allá de las posturas filosóficas o espirituales con las que acompañamos a los pacientes, tenemos que ver que habita en un cuerpo que lo limita y lo posibilita y que posiblemente cada célula suya tiene consciencia de totalidad. Indica que fue el primero en invitarnos a incluir lo corpóreo: hablando de “mi estómago” y no de “el estómago” de “mi hígado” y no de “el hígado”, etc. Desde el lenguaje nos obliga a re-poseernos y ya no a ponernos en manos de otro como un paquete que no sabemos lo que contiene.
Adriana Schnake (1995) señala que el psicoterapeuta tiene que dejar de temerle al cuerpo y tiene que saber que se puede contar con él, porque está hecho de tal modo que es óptimo para lo que de él esperamos, todo esto podemos y debemos aprenderlo, porque para que realmente podamos facilitarle a otra persona que se re-conecte con su cuerpo, tenemos nosotros que empezar a vivenciar el propio. Sin embargo, sabemos más de autos y motores que de nuestro propio cuerpo, y esta ignorancia no nos está ayudando a unir las partes separadas, puntualiza.
CAPITULO 1
TESIS PARA LA TITULACIÓN EN MAESTRÍA EN PSICOTERAPIA HUMANISTA CORPORAL QUE PRESENTA:
MARIA ELENA DEL CARMEN BAILEY JÁUREGUI
LA DIMENSIÓN ESPIRITUAL Y SU RELACIÓN CON LA DICOTOMÍA CUERPO-MENTE
UNA VISIÓN A PARTIR DE LA PSICOTERAPIA HUMANISTA CORPORAL
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