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La tendencia formativa

La tendencia formativa

Carl Rogers

Texto publicado en la revista: Journal of Humanistic Psychology, Vol. 18, No. 1. Invierno, 1978
Traducción: INTEGRA

 

Continuamente he enfatizado que, en mi trabajo con individuos en terapia, y en mi experiencia en grupos de encuentro, he sido llevado a la convicción de que la naturaleza humana es esencialmente constructiva. Cuando en un ambiente terapéutico (el cual puede ser definido objetivamente) una persona se hace agudamente consciente de sus vivencias internas y de los estímulos del mundo exterior, a pesar de adquirir una amplia gama de opciones, la persona tiende a moverse hacia la dirección de transformarse en un organismo socialmente constructivo.

Pero muchos critican este punto de vista ¿Por qué tal dirección positiva debe ser únicamente observada en los humanos? ¿Qué no es esto optimismo puro?

Con estas interrogantes presentes, quiero tratar de establecer esta tendencia direccional en un contexto mucho más amplio. Tomo referencia de mi lectura general en el campo de la ciencia, pero debo destacar una aportación especial en el trabajo de Lancelot Whyte (1974) “The Universe of Experience”, el último libro que escribió antes de morir. A pesar de que el libro tiene sus errores, para mi juicio este historiador tiene algunos temas avanzados que estimulan el pensamiento.

Esta es mi tesis principal: parece haber una tendencia formativa en el trabajo del universo la cual puede ser observada en cualquier nivel. Esta tendencia ha recibido mucha menos atención de la que se merece.

Hasta ahora los científicos de la física se han enfocado principalmente en la entropía, la tendencia hacia el deterioro. Ellos saben mucho sobre esta tendencia hacia el desorden. Estudiar los sistemas cerrados le puede dar a esta tendencia una clara descripción matemática. Ellos saben que el orden o la organización tienden a deteriorarse al aza, cada etapa menos organizada que la anterior.

También estamos muy familiarizados con el deterioro de la vida orgánica. El sistema -ya sea vegetal, animal o humano- eventualmente se deteriora a un menor grado de funcionamiento organizacional, a un menor grado de orden, hasta que su caída alcanza la estática. En un sentido esto es de lo que se trata una parte de la medicina -una preocupación por el mal funcionamiento o el deterioro de un órgano, o el organismo como un todo. El complicado proceso de la muerte es mayormente comprendido.

Así que una gran parte de la tendencia universal de los sistemas es conocida en todos los niveles de deterioro en la dirección de menor y menor orden, más y más al azar. Cuando opera, es una vía de un solo sentido.

Pero hay por mucho un menor reconocimiento de, o énfasis en, la aún más importante tendencia formativa que puede ser igualmente bien observada en cada nivel del universo. Después de todo, cada forma que vemos o conocemos emerge desde una forma más sencilla y menos compleja. Este es un fenómeno que continua siendo por lo menos tan significativo como la entropía. Se podrían dar ejemplos de cualquier forma de vida, orgánica o inorgánica. Permítanme ilustrar unos cuantos.

Al parecer cada galaxia, cada estrella, cada planeta, incluyendo el nuestro, se formó de una tormenta de partículas menos organizada. Muchos de estos objetos siderales son en sí mismos formativos. En la atmósfera de nuestro sol, el núcleo del hidrógeno choca para formar moléculas de helio, más complejas en su naturaleza. Se ha hipotetizado que en otras estrellas se forman moléculas aún más pesadas de tales interacciones.

Entiendo que cuando los materiales simples en la atmósfera terrestre los cuales estaban presentes mucho antes de que la vida comenzara (por ejemplo, el agua y el amonio), fueron golpeados por cargas eléctricas o por radiación, se comenzaron a formar moléculas más densas convirtiéndose en aminoácidos. Parece que estamos a tan solo un paso de la formación de virus y organismos vivos más complejos. Es un proceso de trabajo creativo no uno desintegrativo.

Otro ejemplo fascinante es la formación de cristales. En cada caso, de materia líquida menos organizada y menos simétrica, emerge la única, ordenada, simétrica y comúnmente hermosa forma cristalina. Todos nos hemos maravillado de la perfección y la complejidad de un copo de nieve.

Cuando consideramos a la célula viva, descubrimos que comúnmente está organizada en colonias más complejas, como las de un arrecife de coral. Más orden entra en juego mientras la célula emerge hacia un organismo de muchas células con funciones especializadas.

No necesito ilustrar todo el proceso gradual de la evolución orgánica. Estamos familiarizados con la creciente complejidad de los organismos. No siempre tienen éxito en su habilidad de lidiar con el cambio de clima, pero la tendencia hacia la complejidad siempre es evidente.

Tal vez para la mayoría de nosotros el proceso de la evolución orgánica es reconocido al considerar el desarrollo de la simple forma humana fertilizada a través de las etapas más simples -la etapa acuática bronquial, y hasta su vasta, compleja y altamente organizada infancia humana-. Como Jonas Salk ha dicho, hay un orden creciente y manifiesto en la evolución.

Sin embargo, sin ignorar la tendencia hacia el deterioro, necesitamos reconocer completamente lo que Whyte (1974) llama la “tendencia mórfica”, la tendencia operativa hacia el aumento del orden y la evidente complejidad interrelacionada en el nivel orgánico e inorgánico humano. El universo siempre está construyéndose y creando, así como deteriorándose.

Jonas Salk señala que la conciencia juega una muy pequeña parte en todo esto. Estoy de acuerdo. Hace unos años utilizaba la metáfora del organismo humano como una pirámide de funcionamiento orgánico, parcialmente subutilizada por un conocimiento inconsciente, con tan solo la punta de la pirámide siendo ligeramente iluminada por la intermitente luz de la atención plena y la conciencia. Somos sin embargo mucho más sabios (refiriéndonos a un plano del organismo humano) que nuestros intelectos. Parece, no obstante, que el organismo humano se ha ido moviendo hacia el desarrollo más completo de la conciencia, tal vez la mayor de las funciones humanas.

Algunos de mis colegas han dicho que la opción orgánica -la no verbal, la opción inconsciente de ser – está guiada por el flujo evolutivo. Yo estaría de acuerdo e iría un paso más adelante. Yo señalaría que en la psicoterapia hemos aprendido algo sobre las condiciones psicológicas las cuales en su mayoría conducen a la autoconciencia. Con una mayor autoconciencia, es posible una elección más informada, una opción más libre de introspección, una decisión que está incluso más en sintonía con el flujo evolutivo. Existe una convergencia organística con aquel proceso evolutivo.

Me gustaría utilizar la aseveración de Gregory Bateson como un ejemplo. Él observó que nunca ha tomado una decisión en su vida, que él flota como un corcho en la red interrelacionada de ideas en movimiento, tanto hacia el interior como al exterior de su piel. Estaría incluso dispuesto a sugerir que entre más consciente está el corcho de Gregory, no solo de las ideas que entran y salen de su piel sino del flujo continuo de sentimientos y emociones y reacciones psicológicas las cuales él percibe en sí mismo y en otros, más confiadamente flotará en una dirección a tono con la dirección del flujo evolutivo. Sin embargo, la conciencia puede participar en esta tendencia de formación creativa.

Pero entonces Stan Grof y Joan Halifax (y otros) nos han llevado más allá del nivel ordinario de conciencia. Sus estudios parecen revelar que en estado de conciencia alterados las personas sienten que están en contacto con, y toman el significado de este flujo evolutivo, y que este tiende hacia la experiencia trascendental de la unidad. El ser individual parece disolverse en toda un área de valores más altos, especialmente belleza y armonía.

Con todo esto, me gustaría establecer una hipótesis, de naturaleza muy tentativa, pero la cual por el bien de la claridad diré en términos definitivos.

Existe una tendencia formativa direccional en el universo, la cual puede ser rastreada y observada en el espacio sideral, en cristales, en microorganismos, en la vida orgánica, en los seres humanos.

Esta es una tendencia evolutiva hacia un orden mayor, hacia mayores interrelaciones, hacia una mayor complejidad. Se extiende en la humanidad desde una sola célula original hasta un complejo funcionamiento orgánico, hasta una conciencia del organismo y el mundo exterior, hacia una conciencia trascendental de la unidad del sistema cósmico que incluye a las personas.

Me parece que esta hipótesis puede ser una base sobre la cual podríamos construir una teoría para la psicología humanista.

REFERENCIAS

Whyte, L. (1974) The Universe of Experience. Nueva York. Harper and Row.